A nivel estatal, lo que algunos dieron en llamar “ventana de oportunidades”, parece estar cerrándose precipitadamente.
Por un milagro clamaba el historiador Emmanuel Rodríguez, uno de los promotores de Ahora en Común. La súplica no fue atendida y motivó su partida y la del grupo promotor, con una declaración que no dejaba lugar a dudas: AeC-Madrid se había convertido en campo de disputa de facciones partidarias que esterilizaron la iniciativa y ahuyentaron a quienes eran sus destinatarios: movimientos sociales, plataformas, activistas y ciudadanos de a pie, dispuestos a repetir la epopeya participativa que encumbrara a Ada Colau, Pedro Santisteve y Manuela Carmena, entre otros, a los flamantes municipios de inspiración ciudadana.
Las elecciones catalanas del 27S modificaron el tablero político nacional. Fue un test a la consistencia de las alternativas electorales. Los catalanes privilegiaron los posicionamientos que, subordinando incoherencias internas –evidentes en Junts pel Sí–, pusieran el cuerpo con un perfil político delimitado, apoyados –además- en la movilización y participación. No se podrá negar que la Diada del 11/9 fue una impresionante muestra de movilización ciudadana. Las CUP catalanas ni tienen condiciones de exhibir tamaño poderío, ni lo necesitan. Su aversión a los abismos de la abstracción política institucional es harto conocida, tanto como su histórico y sistemático trabajo en las bases.`
Podemos envejeció de golpe, se convirtió en partido al uso integrado en la arquitectura institucional heredada de la Transición
Tanto Podemos como ICV atribuyen el pésimo resultado de su coalición a que se habría votado en clave nacionalista, y no social. Además de la descalificación implícita que la interpretación conlleva, constituye un error grosero que no permite entender la irrupción de las CUP que, de institucionalmente poco expresivas, se han convertido –de golpe– en la llave de consagración del futuro gobierno catalán. Sin lugar a dudas, son más radicales y determinadas en la defensa de los derechos sociales y en su anticapitalismo, que Podemos y que ICV, juntos o separados. ¿Si la elección se polarizó “en clave nacionalista”, cómo explicar su irrupción?
La sesgada lectura de Podemos y de IU, denota una trivialización de su derrota y la negativa a asumir responsabilidades en el desaguisado. Ambas deberían entender que el 27S fallaron ellas, no los catalanes. No podían confiar en el acuerdo de cúpulas de dos familias mal avenidas. Podemos, más allá de los empeños electorales de su aparato, no ofreció un perfil consistente. Desde Vista Alegre viene negando, en discurso y actitudes, lo que afirmaba ser su fuente de energía contestataria e irreverente: el movimiento de rebelión ciudadana iniciado en 2011. Lejos quedó la invocación a “no nos representan” / “no somos instrumentos en manos de políticos y banqueros”. Envejeció de golpe, se convirtió en partido al uso integrado en la arquitectura institucional heredada de la Transición, que en sus orígenes tan drásticamente cuestionara. Sustituyó la rebeldía e irreverencia original por un gatopardismo especulativo, ajeno a la transparencia y dignificación de la política que “la gente” –a la que tanto apeló– anhela. Al inicio de su gesta afirmó ser su voz y hoy los ha dejado sin ella. Con su silencio los ha obligado a callar.
Izquierda Unida se debate en los estremecimientos de una explosión que parece no tener fin y que acaba resonando en los espacios en que aterriza. Los plenarios de AeC-Madrid de los días 5 y 12 de septiembre no naufragaron gracias a los abnegados moderadores, que evitaron la debacle. Primero fue IU-CM y luego Izquierda Abierta bajo –alternativamente- las alegaciones de que “hay que decidir una candidatura ya, sin esperar a Podemos”, y “AeC debe definirse de izquierdas”; consiguieron instalar el desaliento entre aquellos que concurrían al plenario inspirados en el manifiesto original. En este contexto de descomposición orgánica se produce la partida del grupo promotor de AeC.
En sucesión temporal, finalmente Podemos e IU empiezan a parecerse
En sucesión temporal, finalmente Podemos e IU empiezan a parecerse. La formación de Iglesias exhibe la prepotencia y ombliguismo otrora patrimonio de IU, que hoy –en su debacle– parece anticipar la de Podemos, si éstos no dinamitan su actual estructura y encaran una refundación, gesto que no parece estar en los planes de sus actuales dirigentes. Las mutuas acusaciones por la pésima performance en Catalunya parecen configurar un panorama que las llevaría a presentar sus siglas en solitario a una sociedad que anhela la confluencia. Se suma a esto la entente –con sabor a profesionales del sillón– pergeñada por Talegón, Llamazares y el juez Garzón –con adhesiones de algunos notables– que poco entusiasmo podrá suscitar.
Pero no todas son malas noticias. En las recientes elecciones a vocales vecinos de Madrid hubo una participación mayor a la esperada: 11.200 votantes. No es poco, dada su escasa difusión. Expresa una incipiente voluntad de protagonismo. Además, se ha presentado un buen número de candidatas femeninas, y han tenido una votación destacada. La participación electoral fue mayor en aquellos distritos en que existió una más amplia oferta de candidaturas. Por contraposición, donde hubo listas de consenso (Podemos-Ganemos) la participación ha sido menor. La sociedad madrileña parece continuar por delante de la escuálida oferta institucional que se configura para las elecciones de diciembre. ¿No cabría sumar el ascenso de las CUP catalanas a este promisorio afán empoderante? Habrá que seguir algunos procesos de confluencia abiertos en el interior del Estado; uno de los que aún parece latir discurre en Zaragoza.
En cualquier caso, a nivel estatal, lo que algunos dieron en llamar “ventana de oportunidades”, parece estar cerrándose precipitadamente. Pasadas las elecciones del 20/12 cada formación tendrá que asumir las responsabilidades derivadas de sus gestos. Más allá de la opción electoral que cada quien pueda escoger, es imperativo afirmar y extender la autoorganización barrial, vecinal y el tejido asociativo, con vistas a gestar alternativas político-institucionales superadoras de esta melancólica repetición de lo mismo a la que no deberíamos sentirnos condenados. Reinstalarse en la exigencia y la demanda –espacios de donde se procede-, sería inocuo; tampoco la participación per se modifica el statu quo; es el conflicto lo que genera el cambio. Trascender la trinchera y la gestión. Nuestros concejales y alcaldes deberían utilizar la nueva institucionalidad para promover contrapoderes autónomos y no para subordinar a la ciudadanía a políticas de Estado. Asumir el coraje de violentar la ambigüedad del “adentro / afuera” para incentivar la autoorganización. Después de todo, salvando las distancias, Grecia parece dejar en evidencia que con votar no alcanza.
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