“La política mexicana ha generado una industria del conflicto para perpetuarlo”

Juan Villoro cree que los partidos mexicanos no buscan establecer ninguna relación con sus representados

28/09/15 · 8:33
Edición impresa

Escritor prolífico y multifacético, Juan Villoro es una de las voces literarias más representativas de las letras en México y Latinoamérica. Su obra es un abanico que se mueve entre el ensayo, el cuento infantil y juvenil, el teatro, la novela, la crónica deportiva de fútbol y el periodismo narrativo. Villoro también es un crítico sagaz de la realidad social y política que nos envuelve. En verano estuvo en Barcelona, y tuvimos la oportunidad de charlar con él sobre algunos temas relacionados con México, el zapatismo, la literatura y el mundo del narcotráfico.

Juan, desde tu perspectiva, ¿cuáles son los problemas que enfrenta la vida política de México?

La política mexicana tiene un gran problema, y es que el ciudadano tiene poder el día que vota pero después deja de tener cualquier tipo de relación con sus representantes. Paralelamente, la clase política en su conjunto se ha separado de la ciudadanía. Gramsci definió a la sociedad civil como la arena política de los conflictos; es decir, es el espacio donde los ciudadanos y los políticos entran en tensión. Sin embargo, también es el sitio para resolver los conflictos entre ambas partes. No obstante, el gran descubrimiento de los políticos mexicanos ha sido la perpetuación del conflicto. En la medida en que mantienen un conflicto, pueden aliarse con otros partidos para aprobar presupuestos, posponer planes de gobierno o proponer reformas de ley. Pero nunca se plantea la solución del conflicto.

Esto se da en la mayoría de los partidos políticos. A través de esta estrategia se crean las alianzas más extrañas para conservar el poder. Por ejemplo, el PAN, de derechas, y el PRD, de izquierdas, se han unido en varias ocasiones para mantener un lugar en el gobierno. La política mexicana ha generado una industria del conflicto para perpetuarlo, no para solucionarlo. Este gran negocio beneficia a los intereses políticos pero no a los intereses de los ciudadanos, que cada vez creen menos en sus representantes. Un estudio reciente del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), uno de los mejores institutos de estudios sociales en México, establece que el 91% de los mexicanos desconfía de los partidos políticos y los considera corruptos.

¿Qué resistencias o luchas existen ante esta industria del conflicto?

El zapatismo, por ejemplo, el cual constituye una ruptura radical con la industria del conflicto. El zapatismo no se estableció como un partido político dentro de la maquinaria política. No recibe presupuestos del gobierno, no quiere tener diputados indígenas, no quiere formar parte de este negocio del conflicto. El zapatismo apuesta por una democracia más directa a través de las Juntas de Buen Gobierno, unas juntas rotativas donde nadie gana dinero para hacer política, donde se decide todo en colectividad. Así se construye otra forma de ejercer la democracia fuera del conflicto que perpetúan las clases políticas en el poder.

"En las comunidades zapatistas hay formas de justicia social y legal muy superiores a las que hay en el resto del país"

Una de las lecciones que he aprendido al visitar las comunidades zapatistas es que, más allá de las dificultades económicas, hay formas de justicia social y legal muy superiores a las que encontramos en el resto del país. Esto es una señal importante. En el contexto de una macroeconomía organizada y dominada por las grandes corporaciones, con una industria del conflicto predominante en la política mexicana, soluciones como la del zapatismo son necesarias para buscar alternativas políticas y sociales, para pensar otras formas de convivencia.

¿Cuál crees que tendría que ser el papel de los intelectuales en la sociedad contemporánea?

Es una tarea del pensamiento imaginar sociedades que no existen, comunidades que tienen que formarse. En los últimos tiempos se ha desvinculado el pensamiento analítico de su capacidad imaginativa. Por ejemplo, mi padre, el filósofo Luis Villoro (Barcelona, 1922- México, 2014), fue muy elogiado por su diagnóstico crítico de la realidad, pero ha sido criticado por su impulso utópico o romántico de transformación de la realidad. Esta interpretación es exageradamente conservadora, no sólo del pensamiento de mi padre sino de la misión de la filosofía. Es reduccionista pensar que alguien se tiene que limitar a cuestionar la época sin plantear ni imaginar otras formas de vida. Desde Platón hasta Giorgio Agamben, Simone Weil o Fourier, ha sido muy importante imaginar otros mundos posibles no necesariamente utópicos. Yo creo que el desafío de la mente contemporánea es asociar la crítica con la imaginación. No sólo diagnosticar aquello que está mal sino atreverse a plantear cosas que no existen.

Y en el caso de los escritores, ¿qué función puede jugar la literatura?

El papel de la literatura, como forma de arte, es doble. Por un lado, es muy importante cuestionar una realidad rota, descompuesta, que nos agrede cada día. No podemos cerrar los ojos. Esto se puede hacer a través de la ficción o también con la crónica o el reportaje. Por otro lado, el novelista tiene que ofrecer formas de felicidad, de sentido del humor, de sensualidad dentro del desastre. Tiene que criticar el entorno y a la vez abrir una ventana hacia la felicidad. Ésta es la paradoja del arte: surge del dolor para generar placer. Esto, en México, es incluso una actitud rebelde. Pocas cosas en México son tan disidentes como sentirse contento, porque el entorno no ofrece muchos estímulos. Generar un pretexto de felicidad es un acto de disidencia.

¿Cómo valoras el tratamiento que hace la literatura mexicana del narcotráfico?

Las mejores obras que se han hecho sobre el narcotráfico en México son las que introducen la realidad sin ideologizarla. Durante los seis años que gobernó el expresidente Felipe Calderón (2006-2012), se construyó la idea del narcotráfico como un grupo político ajeno a nosotros. Se los tildaba de malos, de bárbaros, como si hubieran llegado de fuera, como si fueran extraterrestres. En realidad, este discurso lo copió de la DEA (Drug Enforcement Administration), la administración norteamericana encargada del cumplimiento de la ley de drogas. Estados Unidos es especialista al construir adversarios ajenos, realza su grandeza en cuanto que lucha contra una amenaza externa. En una época fueron los nazis, después los comunistas, el terrorismo islámico, y ahora el narcotráfico. Es curioso, sin embargo, que Felipe Calderón aplicó esta política exterior de los Estados Unidos como política interior en México.

El discurso durante estos seis años fue que los narcotraficantes estaban luchando entre sí por el control del territorio y que se trataba de gente ajena a nuestra sociedad. Ante esto, varios escritores han demostrado a través de sus obras que los narcotraficantes no vienen de Marte sino que surgen de nuestra sociedad; que están mucho más cerca nuestro de lo que pensamos, que pueden ser nuestros vecinos, parientes, o incluso los podemos encontrar ante el espejo. 

¿Puedes comentarnos alguna obra al respecto?

Por ejemplo, la novela Contrabando, de Víctor Hugo Rascón Banda, que desde el título es muy sugerente porque entiende el problema del narco como siempre ha existido en México, el contrabando. En este relato, se recrea un pueblo del norte de México, Santa Rosa, en Chihuahua, que está sumamente invadido por el problema del narco, pero de la manera más natural y más común. Es decir, no se trata de gente imbuida de un espíritu demoníaco que ha llegado de lejos para ejercer la violencia, sino que se trata de la corrosión de lo diario, de lo normal. Lo corrosión de lo normal para crear una segunda normalidad.

"Felipe Calderón aplicó la política exterior de los Estados Unidos como política interior en México"

Hay otra novela, la última que escribió Manuel Sada, El Lenguaje del juego, que trata de un chico que ha viajado muchas veces a Estados Unidos, como mojado, es decir, que se ha ido como trabajador ilegal. Este joven está cansado ya de hacer esos viajes, no ha podido encontrar un anclaje de vida y decide de pronto abrir una pizzería en una pequeña ciudad. La idea de abrir un negocio parece algo común. Sin embargo, la historia de este chico va avanzando minuciosamente hacia la construcción de una red de narcotráfico tal y como verdaderamente ocurre; es decir, a partir de la vida diaria, y de decisiones que no son a veces malignas sino que son lógicas. Alguien necesita dinero, alguien necesita autoestima, alguien necesita sentido de la pertenencia, y esto te lo puede dar el cartel que te va a apoyar porque no tienes otra alternativa educativa, cultural, religiosa o laboral equivalente. Este microcosmos, Sada lo recrea con una naturalidad extraordinaria, y nos muestra que no estamos ante enemigos fantasiosos o monstruos sino ante personas de carne y hueso.

Creo que esto es lo que puede aportar la literatura en el tema del narcotráfico; es decir, insertarse en la realidad y mostrar que es mucho más complejo, y en esa medida, mucho más próximo a nosotros que las simplificaciones políticas que el gobierno ha contado sobre el narcotráfico.

En marzo los zapatistas hicieron un homenaje a tu padre, Luis Villoro, en Oventik, Chiapas ¿Qué impresión guardas al respecto?

Fue muy emocionante ver a 3.000 personas en este homenaje a mi padre. Mi primera visita a zona zapatista fue en agosto de 1994, en la Convención de Aguascalientes, cuando el movimiento se abrió por primera vez a la sociedad civil. Sin embargo, mi contacto con el zapatismo siempre fue a través de mi padre. Él encontró en los zapatistas la puesta en práctica de muchas de sus ideas. Fue muy cercano a ellos. Colaboró como asesor en la imaginación de una nueva sociedad y propuso ideas en el proceso de autonomía de las comunidades indígenas. En su último libro, todavía inédito, habla sobre la democracia directa en las zonas zapatistas. Este texto lo escribió en forma de correspondencia con el finado subcomandante Marcos.

Muchas veces la filosofía sirve para imaginar transformaciones sociales, pero no siempre las hace realidad. Mi padre tuvo la satisfacción de empezar su vida escribiendo sobre los primeros intérpretes de los indios nativos, es decir, los antropólogos del Nuevo Mundo como San Bernardino de Sahagún o Fray Barto­lomé de las Casas, y de acabar poniendo en práctica todas estas ideas gracias al movimiento zapatista.

Tags relacionados: número 254
+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

0

Tienda El Salto