El autor aborda la faceta libertaria de este pensador marxista.
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De las notorias muestras de admiración, profundo respeto e incluso devoción que la figura del gran intelectual y militante político Manuel Sacristán ha despertado a lo largo del siglo, quizás la menos atendida de todas es la que recupera su interesante viraje hacia el anarquismo, el feminismo, el ecologismo y el pacifismo. En esta ocasión nos centraremos, aunque brevemente, en su faceta libertaria.
Nos resulta indispensable señalar el hecho de que tal cuestión sigue siendo marginal incluso entre un elevado número de aquellos que se proclaman como sus “discípulos”. La descomunal importancia de Sacristán en lo que respecta a la aparición de un corpus de interpretaciones brillantes sobre el pensamiento y la obra de Marx, sumada a su responsabilidad en la emergencia de una nueva actitud ante los nuevos problemas de nuestra sociedad a partir de una perspectiva marxista crítica, suelen eclipsar lo anteriormente expuesto. Quizás se podría argüir, dada la importancia central de dichas facetas, que es lógico y normal que otros derroteros menos usuales de su praxis política hayan caído en el olvido. Sin embargo, y afirmando lo contrario, quisiéramos recordar aquí que es posible encontrar entre sus colegas, lectores y alumnos testimonios que reivindican la faceta “anarquista” del pensador. Entre ellos, quisiéramos resaltar la importancia de los del profesor Francisco Fernández Buey, fallecido en 2012, o los de uno de sus más lúcidos lectores contemporáneos, Jorge Riechmann.
Riechmann, en su libro Autoconstrucción (2015), afirma lo siguiente: “[…] En esto insistió muchas veces Paco Fernández Buey (y antes que él Manuel Sacristán): el marxismo necesita reencontrar su alma libertaria. Hay que reconciliar lo que se separó con el estallido de la I Internacional”. Por otra parte, el propio Fernández Buey, de quien también se dijo: “El suyo fue siempre un marxismo libertario”, en su artículo Sobre marxismo y anarquismo refiriéndose al intercambio epistolar producido entre Sacristán y el economista Joan Martínez Alier, de inspiración anarquista, escribía lo siguiente: “Aunque breve, aquel fue un intento de hacer balance crítico de lo que habían sido marxismo y anarquismo pensando hacia el futuro. Había, además, en el caso de este intercambio (que sería algo más que epistolar, puesto que Martínez Alier pasó en seguida a colaborar durante algún tiempo en la revista Mientras Tanto) un vínculo teórico y práctico que permitía pensar en una aproximación […]”.
Advierto de que no estoy interesado en exagerar las consecuencias más que sugerentes implicadas en el hecho de que el mismo Sacristán no tuviera reparo en definirse como un “marxista anarquista” vinculándose al mismo Maximilien Rebel, autor del célebre Marx sin mito o manifestando su admiración por Simone Weil. No obstante, encontrándonos ante el trigésimo aniversario de la muerte del considerado por muchos como el pensador marxista más importante y preparado de la historia de la Península, no hemos podido resistirnos a traer al presente parte de su legado, esta vez desde el sentir libertario con el que el propio Sacristán se sintió identificado, especialmente en su última etapa.
Abundan interpretaciones intensamente discutibles respecto a las posturas que nuestro filósofo adquirió sobre la complejidad a la que se enfrentaban los planteamientos marxistas tradicionales, especialmente ante lo que consideraba como nuevos problemas no debidamente atendidos: la opresión de las mujeres, la violencia y la situación ecológica. Sin ir más lejos, Pablo Iglesias en su artículo "Entender Podemos", publicado en la prestigiosa New Left Review durante el pasado mes de junio, aseguraba que ante el estrepitoso fracaso de la izquierda comunista a finales de los setenta, “para Sacristán, lo que había que hacer, mientras tanto, era asumir la acción política en microescalas alejadas del Estado y en 'lo social'; en los movimientos ecologistas, pacifistas, feministas, en formas alternativas de vida cotidiana, etcétera […]”, para después advertir que: “Hoy no estamos en una situación de mientras tanto”. Desde nuestro punto de vista, se trata de una pobrísima interpretación de esta interesante mirada de Manuel Sacristán, interpretación motivada, quizás, por la búsqueda de una justificación del esfuerzo estratégico dedicado a la puesta en marcha del partido político Podemos.
La desconfianza que, en su última etapa, el intelectual sentía por cualquier construcción del poder político suscitado desde lo que inteligentemente llamó la “pseudociencia de la estrategia”, formó parte de un proceso de madurez y honestidad observado por muchos de sus lectores más formados, y no puede reducirse a una mera postura defensiva desarrollada únicamente a tenor de la situación del momento. Bien es cierto que, a pesar de rechazar los juegos estratégicos del eurocomunismo, aceptaba la necesidad política de lo que llamaba “mediaciones”, pero tales mediaciones, en sus palabras, “son imprevisibles: no las pone la voluntad sola, ni menos la pseudociencia de la estrategia”. En este punto, su filosofía era diferente a la sostenida por determinadas perspectivas mantenidas desde el anarquismo dominante.
Rechazo del autoritarismo
A mediados de los sesenta, su rechazo al autoritarismo ante el que sucumbía la política comunista europea le hizo atravesar una profunda crisis ideológica que coincide con su crítica a Gramsci y desemboca, a partir de los setenta, en una revalorización de la militancia de base desde los movimientos sociales. Hay que recordar, además, que, teniendo en cuenta lo anterior, no desdeñaba, sino que ahondaba seriamente en la necesaria transformación radical del propio individuo. Pero no nos equivoquemos, para Sacristán ninguno de estos virajes representaba una ruptura con Marx. Desde su punto de vista, expuesto elocuentemente en algunas de sus últimas conferencias, todas estas lecturas eran posibles desde Marx; pero desde un Marx sin dogmatismo; un Marx sin mito como el de Rubel o un Marx sin ismos como el de Fernández Buey.
Manuel Sacristán sigue siendo sorprendentemente desconocido, tanto para jóvenes que se definen en las prácticas marxianas como para las personas libertarias. Cada vez somos más las personas que echamos en falta ese diálogo fecundo entre Marx y Bakunin, libre de enconamientos históricos e identitarios. No cabe duda de que, tal y como intuyó el propio Sacristán, ese intercambio sincero únicamente puede producirse desde los movimientos sociales independientes a los partidos políticos. Es ahí donde tanto marxistas como anarquistas pueden crecer y aprender, en los feminismos, en el ecologismo anticapitalista y la filosofía de la no violencia, entre otros tantos movimientos, para nutrirse dejando atrás los ismos, porque tal y como él mismo afirmaría en 1983: “[…] En cualquier caso, en estos momentos, la necesidad de empezar una nueva época del pensamiento revolucionario es tan visible que lo mejor sería que las disputas de escuela pasaran a último lugar. Y, por otra parte, siempre es bueno hablar sin palabras terminadas en 'ismo' enfrentándose directamente con los problemas”.
A quien insiste
en que hay que cambiar el mundo
sin tomar el poder
Wrongo le recuerda que no puede obviarse
la cuestión del poder
A quien insiste
en que para cambiar el mundo
hay que tomar el poder
Wrongo le recuerda que semejante estrategia
ha desembocado en horribles extravíos
la más de las veces
Jorge Riechmann
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