Lurigancho: viaje a la cárcel más grande de Perú

La prisión de San Pedro, en San Juan de Lurigancho, a unos diez kilómetros de Lima, es una cárcel con gobierno propio y durante mucho tiempo fue considerado uno de los centros penitenciarios más peligrosos del mundo.

29/08/15 · 8:00
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Habitación compartida, problemas de hacinamiento. / Aníbal Martel

Texto de Aníbal Martel

Con 6.713 reclusos y capacidad real para 3.204, con una relación de 100 presos por cada policía, Lurigancho es la cárcel más grande y superpoblada de todo Perú.

La corrupción, la tuberculosis y la drogodependencia, unidas a una pésima gestión por parte del Estado, hicieron que durante mucho tiempo fuese considerado uno de los centros penitenciarios más peligrosos del mundo.

Hoy, la prisión de San Pedro, en San Juan de Lurigancho, a casi diez kilómetros del centro de Lima, lucha por sobrevivir gracias a la organización interna de algunos reclusos que, con su trabajo, han creado una pequeña infraestructura que les permite alimentarse y vivir de manera más digna.

Algunos reclusos han creado una pequeña infraestructura que les permite alimentarse y vivir de manera más digna.Durante mucho tiempo, Lurigancho fue incluida entre las diez cárceles más peligrosas y superpobladas de todo el planeta, llegando a albergar a casi 11.000 reclusos, una cuarta parte de los presos de Perú.

El aumento exponencial de casos de tuberculosis y la falta de un sistema de recogida de basura –que llegó a generar más de 25 toneladas por semana– provocó que los presos más pobres y marginados, los que no habían logrado hacerse un hueco en la microsociedad de Lurigancho, se viesen obligados a alimentarse revolviendo entre los desechos en busca de cualquier cosa comestible.

La mayoría de ellos padecía tuberculosis y estaba enganchada a la 'piedra', un sucedáneo de la cocaína que ellos mismos procesaban a partir del clorhidrato de cocaína.

Obviando las cifras oficiales, que no siempre deben ser aceptadas como buenas, se estima que en Lurigancho podrían estar recluidos más de 7.500 presos, una cifra alejada de los 11.000 que pudo haber antes del año 2009, cuando el Gobierno de Alán García prohibió la entrada de nuevos reclusos a esta macrocárcel.

Los más de 7.000 hombres que conviven en la mayor penitenciaría de Perú dependen en gran medida del dinero y las provisiones que se introducen desde el exterior.

En Lurigancho todos trabajan, ya sea como albañiles, pintores, electricistas, cocineros, peluqueros, vendedores de repuestos o comerciantes de frutas y verduras y productos de primera necesidad y de aseo personal. In­clu­so aquellos con problemas de adicción deben sobrevivir realizando funciones menos gratas como la de porteador, de limpieza o como recaderos. Se dan toda clase de profesiones que impulsan una economía de supervivencia y mantienen una relativa estabilidad.

Entender Lurigancho no es sencillo, menos aún cuando el control que ejercen los militares dentro de la prisión es mínimo. Se trata de un lugar con gobierno propio, donde existen votaciones para elegir al representante de cada pabellón, donde tampoco hay horarios y la organización está a cargo de los propios encarcelados.

Entender Lurigancho no es sencillo, menos aún cuando el control que ejercen los militares dentro de la prisión es mínimo

La estructura del penal se divide en 20 pabellones, que a su vez se reparten en dos zonas: El Jardín, la zona más 'acomodada'; y La Pampa, hogar de asesinos, ladrones y drogadictos.

Las zonas de El Jardín y La Pampa se encuentran separadas por el jirón de La Unión, algo parecido a una avenida principal en la que se concentran los principales comercios al aire libre donde se puede comprar casi cualquier cosa.

En el pabellón de tuberculosos las autoridades aíslan a los internos enfermos que podrían contagiar a otros reclusos y a aquellos que no resisten y prefieren la enfermedad a la medicación por lo doloroso del tratamiento.

La superpoblación de Lurigancho no permite que todos tengan un lugar donde dormir y los que no disponen de dinero suficiente para pagar un alquiler se ven obligados a amontonar colchones de gomaespuma que al caer la noche distribuirán por los pasillos.

Otros, en cambio, viven en las azoteas y desde allí desempeñan la profesión de 'techeros', vigilantes que utilizan su situación privilegiada para ejercer de informadores.

Para ver más reportajes de Aníbal Martel: http://www.anibalmartel.com/

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