El autor aborda la situación del país heleno desde la antropología.

Por raro que parezca, es posible sacar algunas conclusiones de los hechos ocurridos recientemente en torno a Grecia desde el acercamiento realizado por la antropología –sobre todo funcionalista– a determinados rituales presentes en los (mal) llamados pueblos primitivos.
En algunos de los estudios realizados por ésta, los conflictos inherentes a toda sociedad eran presentados como complejas dramatizaciones rituales en las que, tras un proceso rebosante de componentes altamente emocionales, éstos eran presentados y exorcizados por un tiempo, el suficiente como para que el nivel de tensión descendiera, se superaran las contradicciones intrínsecas, así como los antagonismos, y el proceso volviera a comenzar. Todo en aras de la estabilidad de las estructuras sociales vigentes.
Y algo de eso hay en el caso griego. El Gobierno de Syriza, encabezado por Tsipras, comenzó a tensar la cuerda de las negociaciones con la troika desde su elección hace ahora seis meses. Durante todo este tiempo hemos sido testigo del carácter claramente ritual de las acciones: continuas idas y venidas del Primer Ministro a Bruselas; reuniones de éste con próceres non gratos en Occidente; rumores de entrada de capital asiático en el Puerto del Pireo; amagos en el retraso de parte de la deuda; la aparición del mal encarnado en Merkel y el todopoderoso Schäuble; multitudinarias manifestaciones; referéndum populares; la llegada del Mesías e, incluso, su inmolación final en el altar de la democracia.
Las noticias de este fin de semana, la claudicación del Tsipras tras una interminable noche de negociaciones, supone el punto final del ritual. Tras la larga escenificación del conflicto ha llegado el momento de la paz, el cese de las hostilidades entre los grupos enfrentados y un nuevo comienzo. En el Parlamento griego se han reconfigurado las posturas, los opositores a la forma de encarar las negociaciones por parte de Syriza, así como algunas de sus medidas políticas, le han dado su placet en el acuerdo. Las viejas disensiones se apaciguan y, finalmente, todo parece seguir igual.
Sin embargo, tampoco hace falta recurrir a sesudos tratados antropológicos para explicar el resultado. El cine más reciente nos suministra pruebas mucho más didácticas. A modo de ejemplo, al final de la tercera entrega de Matrix, en una conversación con el Arquitecto, Neo se da cuenta de que ha sido utilizado. Matrix, el sistema, necesita de la esperanza encarnada en un Elegido para poder funcionar. Su inmolación reinicia el sistema y todo vuelve a su lugar. La película de los Wachowski bebe de las fuentes del milenarismo.
Sin embargo, tanto la explicación de Matrix como las aportaciones realizadas por la antropología funcionalista obvian una cosa: la evidencia irrefutable de que la realidad social no es estable per se, de que lo cambios no son sólo posibles, sino inevitables y la historia está llena de ejemplos de ésta dialéctica.
Lo que concierne determinar es quién será su protagonista. Si no ha sido Syriza, quizás sean otros los que personifiquen un dorado amanecer tras el ineludible nuevo ritual. Esperemos que no sea así.
comentarios
2