Símbolo de resistencia y cultura popular, el barrio de Londres se rebela contra la gentrificación.

Texto de Clara Blanchar
Cuando Nelson Mandela visitó Inglaterra el 1996, eligió Brixton, el barrio del sur de Londres donde acaba la Victoria Line del metro. El líder sudafricano sabía dónde iba: visitaba un barrio donde, en muchas zonas, la población de origen inmigrante supera el 50% del total, con mayoría africana y afrocaribeña. Decenas de miles de personas salieron a la calle a recibir una comitiva en que también estaba el príncipe Carlos: probablemente, nunca había pisado la zona. Familias endomingadas ovacionaron el Royce que traía a Mandela al centro cívico.
Brixton es símbolo de inmigración, de relaciones multiculturales y de resistencia y cultura popular. Incluso durante los gobiernos de hegemonía tory y con Margaret Thatcher en el 10 de Downing Street, el Ayuntamiento del distrito de Lambeth estuvo en manos del partido laborista. El año pasado, cuando murió la Dama de Hierro, el barrio fue escenario de celebraciones.
No es osado decir que Brixton, con 80.000 habitantes, es el centro cultural más importante de población negra de Inglaterra, sobre todo por la música. Esta comunidad hace mucha vida en la calle y acoge a personas africanas, jamaicanas, asiáticas, portuguesas... Son del barrio bandas como Alabama 3 o Test Dept, el rapero Potent Whisper o el sociólogo y leyenda del reggae más politizado, Linton Kwesi Johnson. La cultura sound system está muy presente, como lo estuvieron los centros sociales ocupados (121 Centre o Cooltan), o las raves y el techno. Todavía hay referencias para la música dub o el hip hop en directo: el Hootananny o el Effra Tavern, de una familia jamaicana. La sala de conciertos Academy también está ubicada en el barrio.
Escenario de conflictos
Pero no todo es fiesta y buen rollo. En algunos de sus wards (distritos), la pobreza afecta el 60% de la población. En cinco de ellos, el vecindario se encuentra entre el 10% de la gente más pobre del país. Los últimos años, el paro de larga duración se ha cuadruplicado.
El barrio, donde 17.000 familias esperan un piso social, también se ha convertido en una zona muy afectada por las sucesivas crisis económicas y ha sido escenario de conflictos y disturbios contra el racismo institucional. Como los riots de 1981, después de una fiesta en que murieron jóvenes de origen afrocaribeño a raíz de un incendio intencionado, o los de 1985, cuando la policía disparó contra la casa de la madre de un chaval de una banda juvenil mientras, en la calle, se aplicaba arbitrariamente una ley parecida a la vigente stop and search (que permite que la policía registre a cualquier persona aunque no esté bajo sospecha). También hubo protestas en 1995, después de que un joven negro muriera dentro de una comisaría. Durante muchos años, el barrio ha sido un termómetro de las relaciones raciales al país: cuando Brixton estaba tranquilo, también lo estaban las otras zonas; cuando Brixton estallaba, el resto se tambaleaba.
En los años 80, cuando una persona llegaba a la estación de Victoria y pedía a un taxista que la trajera al barrio, le decían que ni en broma. A los 90, la mafia jamaicana Yardie hizo estragos entre las bolsas de pobreza de los estates (complejos de vivienda pública, que representan el 38% del total) y el crack campaba por el centro del barrio. El ambiente era, para decirlo amablemente, muy tenso.
Una elitización en proceso
Pero, desde hace una década, el innegable atractivo de Brixton ha provocado la llegada de residentes con más poder adquisitivo. De su mano, también han llegado tiendas y restaurantes prohibitivos para quienes, los sábados, bajan al mercado a comprar verdura, pescado y una fregona. Han proliferado los edificios de pisos o adosados imposibles de pagar por el vecindario de siempre... y ha desembarcado el que se considera que remacha el clavo de la gentrificación en Inglaterra: la inmobiliaria Foxtons. Se ha instalado ante el metro, en un local con sofás y neveras con agua mineral. Hay un dato muy revelador: mientras, durante la década pasada, el conjunto de Londres perdió 620.000 personas blancas británicas, en Brixton aumentaron.
Las muestras de rechazo al giro que está dando el barrio empezaron el verano pasado. Se han hecho protestas cuando las franquicias de grandes cadenas han abierto establecimientos en el mercado, rebautizado como Brixton Village. Se han instalado chocolaterías y tiendas de diseño, que conviven con las peluquerías afro, las ferreterías o las sastrerías africanas.
También se vive como una amenaza el aviso recibido por la cooperativa Brixton Cycles, una tienda y taller al que la propiedad invita a irse del local porque se ha vendido el edificio. Está ante un skate park que es un referente internacional. “Hemos sobrevivido a los disturbios del barrio y ahora resultará que no es el fuego el que nos mata, serán las inmobiliarias”, clama Lincon, uno de los cooperativistas.
El vecindario dice basta
Ha habido dos gotas gordas que han hecho derramar el vaso de la paciencia en Brixton. La primera es la venta de algunos estates –que pueden ser tanto del ayuntamiento como de entidades– a promotoras privadas, con la consiguiente expulsión del vecindario. A las personas desahuciadas no se les ha dado alternativa si no tenían la propiedad de la vivienda o un alquiler con contrato indefinido. Si responden a alguno de estos dos perfiles, o bien reciben alguna compensación –irrisoria para quedarse en un barrio donde la vivienda está por las nubes–, o bien se les ofrece otra vivienda, a menudo fuera del barrio. El precio medio de un piso de dos habitaciones es de 690.000 euros. Si es de alquiler, puede costar 2.000. Sólo durante 2014, los precios subieron un 37%.
La segunda alarma que ha hecho saltar el chispazo es la amenaza al mercado de tiendecitas que hay en las arcadas bajo las vías del tren. La Network Rail ha avisado al grupo de 30 comerciantes de que cerrarán durante un año para hacer reformas, que harán locales más pequeños y que, cuando reabran, el alquiler se multiplicará por cuatro. “Fue mi abuelo quién abrió el negocio. Si esto sale adelante, desapareceremos. Nos han clavado el cuchillo, ahora sólo hace falta que lo doblen”, dice Lorn Mash desde una de las arcadas. Kerine Clarke, del Berry Cafe, dice: “Brixton es el centro del mundo para la gente negra, es la columna vertebral caribeña en Inglaterra. Es nuestra casa lejos de casa, no queremos vivir en ninguna otra parte”. Si la expulsión de residentes no ha despertado mucha solidaridad más allá de la de activistas o vecindarios cercanos, tocar las arcadas se ha vivido como una agresión a la esencia del barrio. Se ha constituido el colectivo Save Brixton Arches y se han pintado grafitis de protesta en todas las persianas.
Todo ello desembocó en una primera asamblea, que se celebró hace tres meses en el bar del cine Ritzy, donde se fijó el 25 de abril para convocar una manifestación y se consensuó el lema "Reclaim Brixton". La protesta, que reunió a más de 2.000 personas, fue un éxito –teniendo en cuenta lo que suelen ser las manifestaciones allí– y fue portada en la web de la BBC. Las asambleas han continuado. La idea que toma fuerza es la de repetir alguna movilización una vez al mes en la simbólica Windrush Square.
Este artículo ha sido publicado originariamente en La Directa.
Limpieza social
Brixton no es la única zona de Londres donde se están sustituyendo los pisos sociales –social housing– por una nueva modalidad, la affordable housing, unas viviendas que se consideran “asequibles” porque no superan el 80% del precio de mercado. Las familias que viven en ellas, sin embargo, no pueden afrontar este coste y esto está provocando lo que ya se conoce como “social cleansing” –limpieza social–, porque expulsa a la gente de las clases populares (no estrictamente pobres) y facilita la llegada de un nuevo vecindario con más renta que homogeneiza la composición social del barrio.
En Brixton, se ha creado la plataforma Lambeth Housing Activists, que apoya a las familias, bloquea la entrada de maquinaria y ocupa pisos vacíos. Durante la última asamblea, uno de los integrantes del colectivo, Bill, hablaba de “hipergentrificación, limpieza social, étnica y económica”. “Hay mucha gente que está siendo expulsada de los complejos de vivienda pública de Brixton... Hay demasiadas cosas que ponen en peligro nuestra existencia social y colectiva, que no benefician a la gente del barrio, que es la responsable de que Brixton sea lo que es”, sentenciaba.
Electric Avenue y el Windrush
Flanqueada por edificios victorianos, preciosa y de trazado redondeado, Electric Avenue fue la primera calle de Londres donde hubo alumbrado público eléctrico. Es, también, uno de los núcleos centrales del barrio, por el mercado: está la parte de carretillas en la calle, la del cubierto y la de las arcadas del tren. Aunque cada vez menos, todavía es un espectáculo de colores, olores, acentos de todo el mundo y música a todo trapo de fondo. El mercado es de 1925. Hace cien años, Brixton era un barrio relativamente acomodado de casas de veraneo donde se llegaba en tren. Después de la Segunda Guerra Mundial, se produjo la primera gran oleada migratoria. Una emigración que el Gobierno inglés promovió en las colonias de la Commonwealth después de las bajas sufridas. Uno de los hitos de la época es la llegada, el 1948, de 392 personas inmigradas caribeñas a bordo del barco Empire Windrush, que da nombre a una céntrica plaza del barrio. Una gente que trabajó en las obras del metro y, durante un tiempo, vivió en refugios de la guerra.
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