Los conflictos laborales y la agudización de la crisis vaticinan una nueva etapa tras el adiós de los Kirchner.

Tres procesos diferentes convergen en 2015, generando una situación compleja e incierta, que pueden desembocar en una coyuntura imprevisible. El final del ciclo kirchnerista, la agudización de la crisis económica y social, y el lento ascenso del movimiento popular. Tres dinámicas que se retroalimentan, generando desestabilización y anudando alianzas insólitas –en las que convergen izquierdas y derechas– como sucedió durante el paro general del 31 de marzo.
El 25 de octubre se realizan elecciones presidenciales y legislativas y el 9 de agosto las “primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias”, conocidas como PASO. La presidenta Cristina Fernández no puede presentarse, ya que está en su segundo mandato y para habilitar una nueva reelección debería haberse modificado la Constitución, para lo cual no hay mayorías ni ambiente político. Está en juego la sucesión del kirchnerismo, que lleva doce años en el poder, desde que Néstor Kirchner asumiera la presidencia el 25 de mayo de 2003. Dentro del “arco K” hay seis candidatos posibles, pero quien más chance tiene es Daniel Scioli, el gobernador de Buenos Aires, el mayor distrito electoral del país, que suele inclinar la balanza. Pero varias agrupaciones kirchneristas desconfían de Scioli, y la propia presidenta se inclina por otro candidato. Éste es un elemento de presión/desestabilización importante: el oficialismo no cuenta con un candidato que tenga posibilidades de ganar a nivel nacional, lo que agudiza la competencia por la sucesión que incluye maniobras sucias.
El oficialismo no cuenta con un candidato que tenga posibilidades de ganar a nivel nacional
La derecha está ocupada por Mauricio Macri, que viene incrementando sus chances fuera de la capital, donde cuenta con cómoda mayoría, y por el diputado Sergio Massa, cuyas posibilidades de acceder a la presidencia vienen cayendo. Según las encuestas, Macri y Scioli estarían empatados, pero aún hay que esperar las internas que despejarán un panorama aún demasiado opaco.
En el arco opuesto, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) reúne la mayor cantidad de grupos de izquierda en mucho tiempo (y una importante porción de expiqueteros), impulsado por los buenos resultados obtenidos en algunas provincias que le permiten aspirar a unos resultados importantes: entre el 5 y el 10%.
La segunda tendencia es la agudización de la crisis económica y social. La caída de los precios de las commodities (Argentina es un gran exportador de soja), la ralentización de la economía china y la crisis brasileña (principal mercado de su industria automotriz), provocaron una retracción del 0,4% del PIB en 2014 y se pronostica una caída aún mayor en 2015. En suma, economía en retroceso en un clima de fuerte disputa con los fondos buitre y el sistema financiero internacional.
En consecuencia, la pobreza está creciendo de forma alarmante. Aunque hay varias mediciones, no todas fiables, algunas sitúan la pobreza en el 34% de los hogares, lo que supone que un 45% de las personas están en situación de pobreza y un 11% en la indigencia. Ya no se publican mediciones oficiales, lo que amplía la especulación sobre las cifras.
La pobreza en el Gran Buenos Aires alcanza valores similares a los que existían a fines de los 90. Después de doce años de políticas sociales que redujeron la pobreza, pero no la desigualdad, el declive económico está generando una situación social similar a la que se producía en pleno neoliberalismo, que desencadenó un importante ciclo de protestas a partir de 1997, que desembocó en la revuelta del 19 y 20 de diciembre de 2001.
El movimiento renace
En tercer lugar, desde 2010 se registra una recomposición del movimiento popular. En diciembre de ese año se produjo la ocupación del Parque Indoamericano por centenares de familias sin techo, en un conflicto que se expandió a otros territorios y espacios suburbanos, mostrando las primeras grietas del edificio social construido por el kirchnerismo. A partir de ese momento se registra una recomposición de lo que queda del movimiento piquetero. Otro síntoma de la crisis es el constante crecimiento de las fábricas recuperadas por sus trabajadores: ya son más de 350 con 25.000 trabajadores, cuando en 2003 eran unas 160.
La pobreza en el Gran Buenos Aires alcanza valores similares a los que existían a fines de los 90
Estas tres tendencias parecen confluir para hacer de 2015 un año especialmente complejo. Vale preguntarse porqué aún no se han producido movilizaciones importantes. Por un lado, hay un claro aumento de los conflictos laborales y de los paros generales (tres en un año). No hay cacerolazos ni piquetes, pero en 2013 hubo casi 1.500 saqueos de comercios frente a 875 en 2001, el año de la crisis más grave, y 676 durante la hiperinflación de 1989 (según datos de febrero del Centro de Estudios Nueva Mayoría). Es cierto que los saqueos de 2013 estuvieron motivados por una huelga policial, pero de todos modos reflejan un determinado clima social.
Dos razones explican que la movilización social aún no se haya expandido. El Estado aprendió a manejar las políticas públicas y sociales para atemperar los efectos más devastadores de la pobreza. Un ejemplo: estos días un millón y medio de hogares que no tienen gas por cañería recibirán garrafas subvencionadas, y otro millón se incorporarán al Programa Hogar en las próximas semanas.
La segunda, es que casi todo el arco piquetero (que nutre una nueva izquierda) optó por acudir a las elecciones abandonando los barrios al oficialismo. Una tendencia a la desorganización de los movimientos que, a medio plazo, pasará factura a quienes optaron por las instituciones.
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