Miles de personas acudieron a València el pasado 15 de noviembre para acompañar a los caminantes en la etapa final de esta segunda marcha con los mismos objetivos que la del 22M: pan, techo, trabajo y dignidad.

La verdad es que lo del 9N estuvo demasiado tranquilo. Todos sabíamos que no iba a pasar nada, pero la maldita tele, en un claro ejemplo de responsabilidad ciudadana, ilusionó a los fotógrafos más novatos con poder volver de Barcelona con fotos de militares. Había que ir, por si acaso. El cansancio no era de mentira después de más de 12 horas dando vueltas por Barcelona en busca de urnas y papeletas. Eso sí, la sed periodística, o como lo llamen, estaba por las nubes.
Pues de eso que ni deshaces la mochila y te lanzas de un viaje a otro. Y en esas me lancé, un poco en modo paracaidista, en medio de las Marchas de la Dignidad. Claro que sí, como si nos pagaran o algo. El Centro Ocupacional La Costera de Xàtiva, hasta arriba de pancartas reivindicativas, y no de la marcha, había permitido dormir allí a los caminantes. Llegué bastante tarde, así que me metí en mi saco sin hacer mucho ruido para amanecer por la mañana camuflado como uno más.
Todo era igual que el 22M, pero en menor cantidad. Menos mochilas, menos personas durmiendo por el suelo, menos ronquidos por la noche, menos problemas y, también, menos kilómetros por etapa. Pero en el fondo era lo mismo; las mismas causas, los mismos objetivos, el mismo entusiasmo y la misma energía en los gritos por muchos kilómetros que llevaran a la espalda.
"Es una de las cosas que hace digna a las marchas, el acercar la lucha social a los lugares a los que todavía no llega", explica Pablo.
La columna del sur comenzó a caminar el día 4 de noviembre desde Elche, hacía algo más de una semana. Entre los caminantes había gente de partidos políticos, pero ni eran la mayoría ni era éste el denominador común entre ellos. El bofetón de la crisis con el que cada uno cargaba es lo que unía a estas personas entre las que había parados de todas las edades, migrantes, universitarios sin trabajo, jóvenes que dejaron la carrera por no poder pagar su matrícula o gente luchando dentro de la PAH para que un banco no le eche de su casa.
No había fetichismo por el Che Guevara, lo que yo vi fue gente jodida que de verdad necesitaba un cambio. Así de claro lo dejaron por cada pueblo que pasaban, o mejor, por cada pueblo que agitaban con sus gritos: ¡Que no, que no tenemos miedo! ¡Sí se puede! ¡No queremos pagar su deuda! ¡Pan, techo, trabajo y dignidad! Puede que sea algo psicológico, pero impresiona mucho más un grupo de 50 personas a paso ligero y gritando con ganas por un pueblo de 5.000 habitantes que una manifestación con miles de personas por una gran ciudad. Puede que la gente en las grandes ciudades esté muy acostumbrada a las manifestaciones o que el ruido de la urbe engulla los gritos de los manifestantes. Pero en los pueblos ocurre lo contrario. Es una de las cosas que hace digna a las marchas, el acercar la lucha social a los lugares a los que todavía no llega y dar voz a los vecinos en las asambleas.
La penúltima etapa acabó en Catarroja, separada por sólo ocho kilómetros de València. Allí se vivió uno de los momentos más emotivos cuando a la entrada del pueblo la marcha atravesó, gritando consignas, un pequeño mercado callejero que estaba hasta arriba de gente. Casi sin que se dieran cuenta, los caminantes habían parado la actividad del mercado y la mayoría de personas, comerciantes y compradores, se encontraban o bien aplaudiendo y haciendo gestos de asentimiento con la cabeza o bien hablando sobre quien eran esas personas con chalecos reflectantes llenos de lemas contra los corruptos. El paso por el mercado fue breve, pero alguna palabra sí que pudimos intercambiar con los comerciantes, la mayoría gitanos, y el 90% coincidían: “Yo voté al PP, pero se van a ir a tomar por...”.
Después de pasar la noche en el polideportivo de la ciudad, la marcha se puso a caminar los pocos kilómetros que la separaban de la plaça de Patraix, lugar en el que iban a encontrarse con los compañeros de las otras dos columnas procedentes de Bunyol y de Castellón. Antes del mediodía, las tres columnas eran recibidas con aplausos por los cientos de personas que se habían acercado en autobuses desde todos lados o desde la propia ciudad de València. Mientras se esperaba una paella que nunca llegaba, se habilitó la parte de atrás de una furgoneta con un equipo de sonido para que subiera quien lo deseara o quien tuviera algo que decir. De fondo se escuchaban los gritos de los miembros de la PAH, jaleados por sus compañeros Roberto Molina y José Andrés Berna, ambos con la cara roja gritando y agitando los puños contra el aire como si no hubiera andado el último de ellos más de 200 kilómetros.
Poco después de las 17h, un buen puñado de personas se dirigían cabreadas hacia la plaza de la Virgen. El total de manifestantes no era excesivamente alto, rondaría las 3.000 personas, pero el sentimiento era de éxito teniendo en cuenta el clima de desmovilización que se vive en las calles desde que parece realista, especialmente desde el sprint de Podemos, que se puedan disputar las instituciones al PSOE y al PP en las próximas elecciones.
Al llegar al final del recorrido, los caminantes de todas las columnas leyeron comunicados al resto de manifestantes que se agrupaban en la plaza de la Virgen. Se habló de la necesidad de continuar la presión en la próxima semana de lucha convocada del 24 al 29 de noviembre. Para acabar la jornada se invitó a dar apoyo a los miembros de la PAH encerrados a modo de protesta en la Catedral de València y también se hizo una mención a las recientes masacres en la Franja de Gaza y a los 43 estudiantes asesinados en México.
València, semana de lucha del 24 al 29 de noviembre.
Un centenar de personas se reunió el viernes frente a las puertas del palacio de la Generalitat para leer el manifiesto de las Marchas de la Dignidad que desde el día 24 pretenden realizar acciones para cargar, entre otros, contra el hambre, el paro, la precariedad, la corrupción; o, por el cierre de los CIE. Asimismo, el sábado 29 de noviembre hay convocada una manifestación a las 18h, en la plaza de San Agustín, para dar cierre a esta “semana de lucha”.
Lola Gradolí, desempleada y activista de las marchas, fue una de las encargadas de leer el manifiesto. En declaraciones a Diagonal València explicó su situación “estamos hartas de esperar a las elecciones, es tremendo que no encontremos nada”. Su caso es el de muchas personas que llegando a los 50 años tiene que volver con su familia por la falta de recursos. “No tengo dinero ni para comprar ropa interior”, lamenta. Esta situación es la que la arrastra a salir a la calle, “esperemos que alguien nos escuche para tener algo digno, hay que seguir en la calle por el techo y la dignidad”, nos explica.
La concentración coincidió con otra que se lleva realizando desde hace casi un año todos los viernes: la de los trabajadores de Canal Nou que protestan por su cierre. Estos mostraron su solidaridad con las marchas explicándonos que el día 29 de noviembre se movilizarán junto a éstas por el centro de València.
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