México
Formas de dolerse en la ciudad y en la comunidad

Crónica sobre las movilizaciones contra las desapariciones forzadas y las ejecuciones extrajudiciales de los alumnos de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos, en Iguala, México.

17/10/14 · 15:14

“¿Sábeis algo de los estudiantes de Ayotzinapa?” Mientras descansamos de las altas temperaturas del temazcal (un baño de vapor propio de la medicina tradicional de los pueblos mesoamericanos), la tía de E. nos pregunta por noticias frescas. Han transcurrido un par de días de la marcha nacional del 8 de octubre contra las desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales de los alumnos de la Normal Rural Isidro Burgos en Iguala el 29 de septiembre. Nosotras estamos en Metlatónoc, un municipio de Guerrero encajonado entre montañas verdes desde el que parece que alcanzas a tocar las nubes. La ciudad más cercana es Tlapa de Comonfort y queda a dos horas y media en taxi colectivo por una carretera –a tramos sólo tierra– que llevan años terminando de construir. En época de lluvias, con los deslaves, la carretera se descompone, entonces llegan operarios e ingenieros, y con ellos algo de ingresos por darles de comer y hospedarles.

La comunicación no es fácil en Metla; aunque en las calles ves a jóvenes con celulares de última generación que les ha enviado algún familiar emigrado a los EEUU, no pueden llamar ni recibir llamadas, los usan fundamentalmente para escuchar música. Para hablar a distancia tienen que desplazarse al teléfono “público” que anuncia las llamadas por un megáfono. La señal de internet en Metla es intermitente, en los ciber tratar de leer la prensa digital es desesperante. Así que en el temazcal le cuento a la tía de E. lo poco que he logrado leer, que los muchachos normalistas fueron entregados por la propia policía municipal de Iguala al crimen organizado de Guerrero y el hallazgo de una fosa clandestina, la primera, con cuerpos calcinados irreconocibles.
Los muchachos normalistas fueron entregados por la propia policía municipal de Iguala al crimen organizado de Guerrero

La tía de E. emite un chasquido y les traduce en su lengua originaria, el Ñuu Savi, a su hermana, a su madre y también a una vecina que aprovechó que la madera de cedro estaba prendida. “¿Por qué habrán hecho algo así?, se pregunta. “La escuela normalista es como la Unisur [la Universidad de los pueblos del Sur de Guerrero]: enseña a los estudiantes la raíz de las cosas, una vez que la conoces no se quieren callar contra los que nos tienen sometidos, por eso les matan”, les cuenta E, como resolviendo un acertijo muy sencillo. Tiene 22 años, es alumna de la Unisur desde hace dos años y quiere realizar el diplomado de salud comunitaria. Esta educación es la única opción que tiene para estudiar después de la prepa y le ha dado un fuerte sentido de pertenencia hacia su cultura mixteca. “La Unisur ha significado el apoyo a los jóvenes que no tenemos recursos para salir fuera a otro lugar a estudiar. Nos ha eneseñado a ser más abiertos de forma de pensar y no encerrarnos tanto en que así es y así será, a buscar otra forma de cómo vivir”, me explica . Su testimonio podría ser el de cualquiera de los pelados de la Escuela Rural Normalista, muchos de procedencia campesina y de pueblos originarios.

En Metla,como en tantos pueblos orginarios mexicanos, la gente joven emigra si puede, los que se quedan se las pasan juntando pesos en trabajos de jornadas interminables que apenas les da para comer. E. me ha contado previamente que en Metla no está el narco, “no ha llegado todavía”, puntualiza, “pero si hay gente que cultiva amapola”. La policía comunitaria no existe en este municipio guerrerense, pero sí en otras comunidades más pequeñas colindantes, donde se organizó hace años para protegerse de una violencia despiadada de la que el Estado es cómplice.

En el taller de sexualidad que he ido a impartir con la antropóloga Nancy Wence dentro del programa de la Unisur, E. y otras tres alumnas nos contaron días antes un episodio de mujeres violadas por la policía municipal con una normalidad que me descoloca. La violencia extrema está ahí, forma parte de sus vidas, pero tienen que seguir sobreviviendo. Por eso quizá mastican noticias como la de los estudiantes de Ayotzinapa y las digieren y comparten en espacios de cofianza como el Temazcal.

Cuando regreso a Oaxaca al día siguente paso por Tlapa y en el intervalo en el que espero el autobús leo “Todos somos Ayotzinapa ” en una cartulina pegada con celo en un comercio cerrado. Es uno de los restos de la movilización del 8 de octubre, donde “unos 50 jóvenes irrumpieron en el palacio municipal e incendiaron muebles y papelería”, leeré en La Jornada. Los policías comunitarios han descubierto en Iguala tres fosas clandestinas que se suman a las nueve que han localizado los péritos de la PGR y la Fiscalía General del Estado

Después de 14 horas encadenando autobuses que recorren montañas abruptas de la sierra mixteca, llego a Oaxaca, el Estado anexo. La mayor parte de los comercios del zócalo de la ciudad de Oaxaca tienen carteles junto a los precios de quesadillas y huipiles para no olvidar a los estudiantes de Ayotzinapa . “Basta ya de desapariciones forzadas”, dice un cartel pegado en mismo suelo por el que pasean los turistas.

Las redes están a mil. Cuando mi móvil recupera la cobertura, tengo varios whatsapp con convocatorias y hasta una canción trovada para no olvidar a los desaparecidos.

La desaparición de los normalistas ha irrumpido a escala nacional e internacional. Además de los medios de la sociedad civil, como la Agencia Subversiones o la red de Periodistas de a pie, en Iguala han aterrizado corresponsales extranjeros que prestan atención a unas desapariciones que en los medios oficiosos de este país en guerra dejaron de ser noticia. Hasta el momento, informa CNNMéxico, los policías comunitarios han descubierto en Iguala tres fosas clandestinas que se suman a las nueve que han localizado los péritos de la PGR y la Fiscalía General del Estado. Los cuerpos amontonados y calcinados no son los de los normalistas y eso devuelve la esperanza de encontrarles con vida. Pero también nos espanta:¿Qué tan fácil es dar una patada y que aparezca una fosa clandestina en México? ¿De quién son esos cuerpos destrozados que nadie reclama? “Hay tantas muertes y desapariciones anónimas que una se pregunta por qué estas habrían de ser más relevantes. Pero quizá esto pueda ser un punto a partir del que comenzar a dar otro sentido a esos cadáveres: que dejen de ser cuerpos que no importan para pasar a ser vidas que, como dice Butler, sean dignas de ser lloradas”, me contesta por las redes la feminista madrileña Silvia Gil, afincada en DF.

Por ahora siguen las movilizaciones contra estos crímenes de Estado en varias ciudades del país. Dudo que E. se desplace a Tlapa para manifestarse, de hecho nunca ha puesto un pie allí, el pasaje desde Metlatónoc cuesta 90 pesos (más de 5 euros al cambio).

Pero los 43 normalistas de Ayotzinapa están presentes en la ciudad y en las comunidades. Las formas y los tiempos de “dolerse” en este “país herido”, como dice la escritora Cristina Rivera Garza, son diversos.

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