Las Escuelas Normales Rurales, una herramienta de transformación social
En el México de la muerte "normal"

Miramos a México como un semillero de violencia, donde una extraña alianza entre fuerzas estatales, narcos y paramilitares asola el país. El contexto del último episodio en la Escuela Normal de Ayotzinapa.

, Taller-Asamblea Violencias
11/10/14 · 8:00

La Escuela Normal Rural de Ayotzinapa es sinónimo de rebeldía. Semillero de luchadores sociales como Genaro Vázquez o Lucio Cabañas, ha sido y sigue siendo centro de formación de gente y de conciencia. Fundada por el maestro Raúl Isidro Burgos, ha albergado y dado formación durante décadas a hijos de campesinos procedentes de las zonas más pobres del estado de Guerrero, en el suroeste de México. Por sus aulas han pasado generaciones de estudiantes que han visto la posibilidad de acceder a una profesión digna como maestros rurales y de tener un papel importante en el desarrollo de sus comunidades.

Las Escuelas Normales Rurales fueron un elemento esencial en los proyectos de reforma educativa auspiciados por los gobiernos del México posrevolucionarioCreadas para combatir la ignorancia y la miseria, se convirtieron en una herramienta de transformación social y cultural. Durante los años 40 el impulso original se vería frenado y desde entonces pasarían a un segundo plano para la Secretaría de Educación Pública (SEP). Las normales se convirtieron en escenario de confrontación y de resistencia, de defensa de la educación pública como un derecho popular, un derecho de los más pobres. Como respuesta al movimiento estudiantil de 1968, 17 escuelas serían clausuradas y los estudiantes fueron perseguidos y criminalizados.

Desde finales del siglo XX y principios del XXI los sucesivos gobiernos neoliberales han intensificado su lucha por hacer desaparecer estos centros educativos en un intento por mercantilizar la educación, encontrando en estos espacios algunos de los principales focos de resistencia. La falta de inversión o las reformas curriculares han sido contestadas por una juventud movilizada que se ha negado a obedecer. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional compartió y reconoció durante la Otra Campaña -en 2006- la lucha de estas escuelas normales, precisamente desde Ayotzinapa.

En el caso que nos ocupa, las huelgas, los bloqueos viales y las manifestaciones en la capital guerrerense -Chilpancingo- son parte del repertorio habitual de lucha en el que se han apoyado los normalistas para hacer valer sus demandas frente al abandono institucional de uno de los Estados más pobres de la República Mexicana y con mayor represión institucional. Los enfrentamientos con las autoridades se han convertido, sin embargo, en la cara más visible de un conflicto que se ha saldado con un balance trágico.

El 30 de noviembre de 2007, la Policía Federal Preventiva desalojó de forma violenta a decenas de estudiantes cuando bloqueaban la autopista del Sol en dirección a Chilpancingo, registrándose hechos de represión que Abel Barrera, coordinador del Centro de Defensa de los Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, calificó de abuso policial. Cuatro años después, el 12 de diciembre de 2011, en la misma carretera, durante un bloqueo, se registrarían disparos de la policía federal y estatal así como de agentes ministeriales. El tiroteo duró unos veinte minutos y acabaría con la muerte por disparos de los estudiantes Jorge Alexis Herrera y Gabriel Echeverría. Un año después, en una multitudinaria marcha, los familiares de las víctimas seguían exigiendo responsabilidades, destacando los nulos progresos en las investigaciones por parte de la Procuraduría General de Justicia del Estado.

La masacre del pasado 26 de septiembre en Iguala es el último episodio de lo que muchos ya no tienen reparos en calificar de crimen de Estado. La última muestra de la simbiosis existente entre el régimen político neoliberal y el crimen organizado. Una geografía del dolor que es una realidad centroamericana, focalizada en México.

La muerte, procedente de una compleja y rica tradición en México, se ha banalizado en objeto de consumo de una economía que la filósofa transfeminista Sayak Valencia denomina “capitalismo gore”. El poder político traducido, ya no en administración de la vida, sino en gestión de la muerte. El poder mezclado entre la política de una casta caciquil, la potencia del crimen organizado y la objetualización de las vidas que se denominan como “desperdiciables” y a las que no se les permite desplegarse. Los y las normalistas son vidas incómodas porque están organizadas en contra de esta economía de raíces internacionales donde matar es lo capital. Vidas marcadas para desaparecer, violencia cotidiana que se revela por episodios de un dolor de intensidad máxima.

La desaparición tiene memoria, la poesía lo sabe, la vida lo sabe, los movimientos lo saben, la memoria -los nombres- importan para no seguir esta senda del capitalismo que convierte la muerte en algo normal en estas zonas -empobrecidas, como en la región rural de Guerrero- que son denominadas como aptas para el sacrificio de todo tipo.

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comentarios

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    ignasi orobitg gene
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    12/10/2014 - 8:20pm
    Si las piedras hablaran escucharíamos la maldad que ha precedido y arrastramos como un arado. Tanto engaño para engrandecer la ruina de todos los ciudadanos. Avaaz peticion firmas anular Nobel de la Paz a Obama por ser lo contrario de un candidato que ntenga un dia agradable con muchas sonrisas
  • Marcha por Ayotzinapa el 8 de octubre en Ciudad de México / Miguel Vázquez Arango
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