El autor defiende que la inclusión de actividades ilegales es la propia esencia de la economía liberal.

inforelacionada
"El oficio más antiguo del mundo incrementa el producto interior griego un 25%”. Éste fue el titular mítico de la portada del Financial Times del 28 de septiembre de 2006. En aquel momento, con el mundo occidental inmerso en la placidez de la Gran Moderación, los desesperados esfuerzos de los siempre pintorescos griegos para maquillar sus presupuestos de cara a ingresar en el euro eran cómicos y paternalmente aceptados con sorna neoliberal. Grecia se quedó fuera del primer pelotón del euro y sus desequilibrios seguían alejándola del célebre 3% de déficit que el creativo y glorioso Aznar también logró cuadrar en España sin tener que recurrir a putas ni timbas de tute.
En Grecia, incluyendo la prostitución y juego en el PIB se bajó la deuda del 107% al 87%
El caso es que, en lugar de cuadrar el numerador del PIB (la diferencia entre gastos e ingresos), intervino sobre el denominador (el tamaño del PIB). Dicho y hecho. Con prostitución y juego se incrementó en una cuarta parte ese denominador y de rebote se bajó la deuda del 107% al 87% del PIB.
El PIB extendía pues sus cifras hacia parcelas de la realidad que había despreciado tradicionalmente: la ilegalidad.
En el PIB entra todo
El origen del cálculo del PIB tiene que ver con las necesidades de la industria de guerra norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial. Por primera vez, una economía liberal capitalista necesitaba de la planificación.
Esa necesidad es ahora patéticamente diferente. Ante el coma productivo, ante el fin del crecimiento como reflejo natural de la economía, algunas autoridades han tenido una idea que, más allá de su utilidad táctica (mejorar los datos por la patilla) tiene un claro alcance metafórico. Hace ya unos añitos, Loretta Napoleoni acuñó el término de “economía canalla” para describir los circuitos opacos (blanqueo, drogas, contrabando) que permitían, engrasaban y hacían rentable el diseño de la Economía Global. Ahora se asume pues que la asunción de que la actividad a/ilegal no es una desviación o una aberración de la leyes de mercado sino su expresión más pura –tal y como dibuja Steven Levitt en el divertido capítulo dedicado a los traficantes de su hitazo Freakonomics–.
La “economía canalla” (blanqueo, drogas, contrabando) permitía, engrasaba y hacía rentable el diseño de la Economía Global
Y llegamos a la última reflexión que, lo admito, está un poco pillada por los pelos pero que no me resisto a hacer. El pasado mes de mayo murió Gary Becker. Era un economista siniestro (Premio Nobel, no les digo más) y uno de los paladines del neoliberalismo en su forma más extrema. Becker fue uno de los padres del concepto de “capital humano” y un talibán de la idea del homo oeconomicus. Para Becker, cualquier actividad humana podía ser analizada/contabilizada en términos racionales de coste/beneficio. La gente se casaba como inversión para obtener el beneficio de la compañía y la estabilidad. Incluso el sexo matrimonial era un intercambio económico, un pago por el mantenimiento del contrato. Incluso acuño el término racional addictions. Para Becker, desde la religión a la ideología, pasando por la coca o la tragaperras, son adicciones que se explican perfectamente a partir de las expectativas de retorno, de las inversiones y de los beneficios.
Becker anulaba la moralidad de las acciones, el placer puro, la ebriedad como fundamento humano. El sexo como puesta en común y no como intercambio… De una manera esquinada, lo admito, pero en esta extensión de la estadística hacia la pulsión se me aparece la sombra negrísima de Becker. Todo cuenta, todo se mide. La economía nacida del crimen se pinta del mismo color que la nacida del talento o la cooperación. Todo ya es igual a todo. Y todo suma. Para aumentar el PIB, es cierto, pero también para extender el poder de la economía sobre todo lo humano.
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