Luz Verónica y dos fusiles: crónica de muerte y dignidad en Colombia

La vida en los resguardos indígenas del Valle del Cauca, en Colombia, entre las amenazas de los paramilitares, el Ejército y otros grupos armados, contada a través de un reportaje fotográfico y una crónica en el municipio de Buenaventura.

02/05/14 · 18:04
Amenaza directa de las Aguilas Negras y Rastrojos. / Víctor Galeano

Texto de Daniel Alzate Isaza
La gasolina se la robaban atravesando mangueras por todo el territorio indígena. “Nosotros les decíamos ‘El cártel de la gasolina’ y hablamos con ellos para que dejaran de hacerlo y respetaran”, cuenta Reinaldo Ibito, gobernador del resguardo nasa Kiwie del corregimiento la Delfina del municipio de Buenaventura, Colombia. Ésa y otras intervenciones le garantizaron a Reinaldo una seguidilla de amenazas en su contra, en contra de otros líderes indígenas e incluso, en contra de su familia.

La primera amenaza que recibió Reinaldo fue encontrada en 2012 debajo de su puerta en una hoja de cuaderno cuadriculado, sucia y con mala ortografía. Hizo caso omiso en ese entonces y  no salió de su comunidad ni en 24 horas ni en 48 ni en 72. Reinaldo no dejó su cargo como gobernador y fue reelegido en 2013: según él, lo único que hacía era reclamar sus derechos ancestrales, constitucionales y colectivos sobre el territorio.

El cártel de la gasolina, según Reinaldo, lo integraba gente de Buenaventura, Cisneros, Dagua y Zaragoza. “Ellos quitaron las mangueras y pusieron llaves de suministro en la tubería directamente. La policía de hidrocarburos vino a revisar debido a los rumores y sellaron todas las válvulas ilegales. Ellos comenzaron a decir que había sido por mi culpa, que yo era un sapo que no los dejaba trabajar. Siguieron las amenazas”, cuenta Reinaldo.

Un policía fue asignado para su seguridad. Le hacía visitas periódicas durante el día y a veces iba vestido de civil. Reinaldo prefirió que dejara de venir, porque, según él, lo estaba poniendo en peligro y su casa permanecía vigilada. “Prácticamente sabían que hacía yo”, relata. Por ese entonces, la guerrilla estaba sacando a la gente de sus fincas, el 'cártel’ seguía robándo  gasolina, las Águilas Negras dejaban panfletos con nombres propios y, luego, llegó el Ejército.
 

La casa de Helen

Desde la casa de Helen Chagüendo se puede ver el río Dagua, encogido por la alta actividad minera. Allí se dibujan en todo el cauce grandes orificios, en su mayoría de exploración aurífera, y reposan día y noche los combos de maquinaria que extraen los minerales. La casa de Helen está sobre un montículo que permite una panorámica de la comunidad nasa, que no alberga más de 300 personas, sin contar a la comunidad afro que comparte el territorio. Helen trabaja en el hogar infantil del ICBF y acaba de graduarse del colegio Francisco Javier Cisneros. La hija de Helen tiene cinco años y nació con una enfermedad cerebral severa que le impide moverse, si acaso la mirada la dirige por fuera del velo que recubre su cama.

“La mataron. No sé quién fue, no sé la verdad. ¿Por qué? No sé”, dice Helen apretando las manos mientras se corta su voz y Reinaldo se acerca para apoyarla en los hechos. Helen no entiende por qué mataron a su hermana Luz Verónica Cardona Chagüendo, quien acompaña el relato desde una fotografía colgada en la pared. A pesar de los indicios, la razón de la muerte de Luz Verónica sigue siendo un misterio para Helen, pues según ella, su hermana no tenía enemigos y no era un líder visible en la comunidad. Luz Verónica se estaba preparando para entrar a la Guardia Indígena y quería ser odontóloga, “porque ella muy inteligente sí era”.
 

El robo de un fusil

Reinaldo cuenta que con el Ejército sólo habían tenido problemas menores. “Ellos iban a cargar los celulares y a consumir agua en la escuela de los muchachos. Lo hicieron mucho en el mes de vacaciones y las facturas empezaron a llegar altas. Les hice el reclamo y acordaron abonar 30.000 [pesos] mensuales”. Luego, tuvieron problemas por la muerte de 2.500 peces alevinos que la comunidad tenía en cultivo con suministro del agua del río. El Ejército, a pesar de saberlo, se bañó río arriba y contaminó el agua con los uniformes y fusiles sucios.

En enero del 2013, a un cabo se le perdió un fusil y, según Reinaldo, desde ahí empezaron los problemas serios con ellos. “Un día dos suboficiales del Ejército llegaron buscando el fusil a la comunidad, advirtiendo que si el fusil no aparecía llegarían ‘otros’ que no iban a preguntar nada, otros que sólo iban a arrasar. Yo fui donde un capitán y le advertí que si pasaba algo, me tocaba demandarlos”, cuenta. El capitán llamó a todo el pelotón para buscar a los supuestos subalternos suyos que habían amenazado a la comunidad, y entre los que formaron filas no aparecieron los dos suboficiales implicados. “Después nos dimos cuenta que el capitán no llamó a todo su pelotón, que muchos se quedaron en sus carpas. No dijimos nada y eso se quedó así”. 

La advertencia del robo del fusil llegó a oído de todos y el Ejército empezó a ofrecer recompensas de un millón, luego de 5, luego de 10. Estos anuncios impulsaron la formación de bandas que se armaron para ganar el botín. A los días, tres jóvenes integrantes de la comunidad fueron golpeados, amarrados y dejados en la orilla del río después de ser interrogados por el paradero del fusil perdido. “Los iban a matar... ellos pusieron la demanda en la fiscalía de Dagua pero nada pasó”, dice Reinaldo.

El otro fusil

Eran las siete de la noche del 19 de febrero del 2013 y Luz Verónica salió de su casa. Segundos después se oyó el eco de un disparo. Sus hijas, de seis y cuatro años, salieron primero. “Su mamá acababa de salir de la casa y salió el exmarido de ella al escuchar a los niños decir '¡Mi mamá mi mamá!', y cuando él llegó dijo no ver nada porque todo estaba oscuro”. Luz Verónica se encontraba en el piso y Helen dice que sólo se le escuchó decir: “Ayúdenme”. El responsable sigue sin identificarse. El fusil del responsable sigue sin aparecer.

Luz Verónica murió llegando al hospital. Helen lo cuenta: “El hospital más cercano está en Dagua a una hora, pero ese día me pareció que fue toda una eternidad para llegar. Cuando yo le toqué las manos, ya estaba fría, era la única hermana que yo tenía… a veces cuando me recuerdan de ella, yo pocas veces hablo porque me da duro. Ella me cuidaba la niña para yo poder trabajar. Ella me decía: 'estudie, estudie, que el estudio es importante' y yo estaba en mi último año de bachillerato y cuando pasó eso yo no quería volver”.

Un tiro en el abdomen mató a Luz Verónica. Una bala de otro fusil. Sandra Patricia, la mayor ahora tiene siete y Karen Lizeth ahora cinco. Viven con la abuela. Su padre vive en Dagua, con su mujer y sus otros hijos.

Cuenta Reinaldo: “No acusamos al Ejército, pero el comentario es sospechoso. Si yo voy a tu casa y digo algo y después sucede... pues así no haya sido yo, de todas maneras por haber dicho eso, se me estaría culpando. Después del asesinato de Luz Verónica, el Ejército siguió insistiendo en que apareciera el fusil y la población estaba atemorizada. El fusil fue encontrado a los días desarmado río arriba y el Ejército lo recuperó. Por ahora, el Ejército no ha dicho nada al respecto, pero siguen en contacto con nosotros porque no quisimos demandarlos. Y no sabemos la Fiscalía qué está haciendo porque supuestamente ellos iban a coger el caso. No sabemos quién fue y hasta ahorita el asesinato está impune”.

Helen toma la fotografía de su hermana en las manos y sentencia: “Uno no olvida”.
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Los nasa es uno de los 102 pueblos indígenas que existen actualmente en Colombia. La pérdida progresiva de su idioma a través de las generaciones los ha ido sepultando, así como también las Águilas Negras han ido sepultando a integrantes de su comunidad. Sapos, perros, indios guerrilleros los llaman cuando defienden su territorio con los bastones de la Guardia Indígena y lamentan ver que el río se muere.

La última carta es del 17 de febrero de 2014.

El Bloque Contra Guerrilla Norte y Occidente Valle del Cauca encabeza en sus comunicados su propósito. “Lucha contra la delincuencia para la democracia”. Un águila calva que reza Águilas Negras arranca identificando a los líderes y en mayúscula sostenida les dice: “SAPOS HPTAS – YA LO TENEMOS UBICADOS A CADA UNO DE USTEDES (...)”.

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