De una tertulia de Radio Nacional a entender que la política ahora sólo lo es si es capaz de cambiar las reglas del juego.
Escucho Radio Nacional todas las mañanas al despertar desde hace cerca de siete años. Me ha sacado de quicio el progresismo de Juan Ramón Lucas y ahora suspiro con tedio ante el elenco de tertulianos que acompañan a Alfredo Menéndez, cuya apertura ideológica se ha visto paródicamente clausurada. Hay veces que hablan sobre recuperación económica y entonces siento que las cosas no van tan mal, que las dificultades están en perspectiva de remitir, pero entonces caigo y me digo “¡ah!, que estoy escuchando Radio Nacional”. Sin terminar de saber muy bien por qué sigo manteniendo la idea de que forma parte de eso que entiendo por lo público -que tiene que ver con la universalidad, con lo que es de todos- y supongo que eso me impide renunciar al fetiche de que lo que me cuentan es “más verdad”.
Ninguno de los tertulianos de RNE ha mencionado el 40% de abstención, ni mucho menos el aumento de votos nulos
Este lunes había un debate sobre la derrota socialista en las elecciones municipales de Francia. No recuerdo exactamente quiénes eran los tertulianos, quizás por una falta de curiosidad, una retentiva moderada o, en cierta medida, por su carácter intercambiable. El caso es que me han impresionado dos cuestiones. La primera, que ninguno de los presentes, ninguno, ha mencionado el 40% de abstención y, ni mucho menos, el aumento de votos nulos (¡qué estaría escrito en esas papeletas…!). La segunda, que uno de ellos se ha aventurado a poner palabras concretas al voto de los franceses. La lectura básicamente consistía en que se castiga a la izquierda porque la izquierda despilfarra aquello que la derecha tan arduamente cosecha, la derecha gestiona muy bien las arcas públicas, y la izquierda, meros retóricos, las vacían. De ahí, obviamente, una extrapolación directa al caso español. Gran conquista de contención del déficit por parte de Aznar, Zapatero a regalar hasta la calderilla.
En este punto me he mirado a los ojos y me he preguntado ¿por qué sigues escuchando Radio Nacional? Y no es que yo busque escuchar lo que quiero oír, sino que espero, al menos, que existan diferentes lugares de enunciación (algo de eso tiene lo público, ¿no?). Pero a dónde iría, ¿a la Ser, para que me diga lo mismo pero al revés? Así que, de nuevo, la fe en el abstracto de lo público, o simplemente el peso de la costumbre, me hicieron permanecer. Oír argumentos “del otro” fue el pretexto. Y es que el otro no es tan otro y siempre dice cosas que se pueden recoger. En este caso, había algo cierto en lo que tocaba a los partidos calificados de izquierda ya que, efectivamente, tanto en tiempos de bonanza como en tiempos de crisis se han dedicado a gestionar las vicisitudes del sistema con mayor o menor cash en su haber, pero lo que nunca han tenido es un proyecto político.
Obviar el dato del 40% de abstención impide extraer las consecuencias reales de algo que no tiene únicamente que ver con la ya interiorizada crisis de representación solventable con una regeneración de los partidos que minimice sus déficits y perversiones intrínsecas. El dato del 40% habla de algo más profundo. Habla de una decepción. François Hollande provoca una terrible decepción porque decepción es lo único que pude generar ya que su posición es la de la impotencia. Una impotencia que constata lo que ya se ha dicho: que no hay salida reformista a la crisis, que toda propuesta que intente sujetar la situación para hacerla más sostenible está conducida inevitablemente a su derrota. Al contrario, la única herramienta de la cual se dispone en estas circunstancias es la política. Como diría el I-Ching: solo una apuesta política traerá ventura.
Los nuevos escenarios tienen que ver con la deuda, con la capacidad de decidir, con desafiar la austeridad y por lo tanto con redefinir la noción de ciudadanía
Es el momento de la política. Y lo es porque la política no es solo la gestión y administración de lo común, sino porque la política es lo que posibilita la existencia de nuevos escenarios de ese común. Dado que cualquier propuesta que pretenda mitigar el efecto de las lógicas que nos han llevado a la situación actual está condenada al fracaso, es por lo tanto el momento de trabajar en la existencia de esos nuevos escenarios. Escenarios que no son abstractos, que tienen que ver con la deuda, con la capacidad de decidir, con desafiar las políticas de austeridad a escala continental y por lo tanto (y esto en Francia es tan clave como aquí) por redefinir la noción de ciudadanía. Todas aquellas cuestiones que ninguno de los partidos calificados de izquierdas se atreven a abordar. Todo esto no es algo lejano, se juega ya, de forma inmediata, en las elecciones europeas.
Así que lo que se omite cuando no se menciona la abstención del 40%, es que no hay alternativa en términos de justicia e igualdad que no pase por una propuesta política. Una que sea capaz de desplegarse con toda potencia. Y la única con capacidad para hacerlo hoy es la que apuesta por cambiar las reglas del juego.
Hoy, ahora, algo es política si es capaz de cambiar las reglas del juego. Si no, es decepción.
Artículo publicado originalmente en Madrilonia.
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