Una guerra fratricida en el seno del Estado, las protestas y el avance del partido kurdo cercan al primer ministro.

A pocos meses de los comicios presidenciales y legislativos de Turquía, las elecciones municipales el 30 de marzo son una ocasión para testar el apoyo electoral que, en medio de la convulsión política que vive el país, mantienen el partido gobernante, el islamista-conservador Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), y su primer ministro, Recep Tayipp Erdogan.
Las elecciones para elegir alcaldes llegan en medio de la incertidumbre política en la que está sumergida Turquía desde hace algunos meses debido a la lucha fratricida entre dos facciones en el poder; la ola de protestas urbanas anti-Erdogan que se repiten desde la primavera pasada; el aislamiento político internacional y regional del país; así como el avance previsto del partido prokurdo en la región del Kurdistán, que revoluciona el panorama político presentando un 55% de mujeres en sus listas, a un año del alto al fuego declarado por la guerrilla del PKK.
En el seno del Estado turco hay declarada una auténtica guerra desde hace meses entre los hasta ahora aliados: los partidarios del primer ministro Recep Tayipp Erdogan y los del influyente y misterioso predicador musulmán Fethullah Gülen, que desde Estados Unidos lidera un movimiento religioso cuyos tentáculos llegan a la policía y la justicia turcas. Una alianza que se rompió definitivamente en noviembre pasado cuando Erdogan anunció su intención de cerrar las escuelas privadas en Turquía, un cuarto de ellas controladas por la cofradía de Gülen.
Unas semanas después, en diciembre, estallaba el mayor escándalo de corrupción de la historia reciente del país. Fruto de las denuncias de un juez de Estambul próximo a Gülen, dimitían tres ministros del gabinete de Erdogan, en un caso en el que hay decenas de funcionarios implicados. Desde entonces los escándalos políticos se suceden en forma de vídeos y grabaciones en internet (en Youtube y las redes sociales) que comprometen directamente a Erdogan.
Por ello, el mandatario turco ha puesto su punto de mira en internet: con la suspensión temporal de Twitter, en un país donde hay más de diez millones de usuarios; y con la aprobación en febrero de una ley de control de la web. Calificada de “liberticida”, se la acusa de estar dirigida a frenar la contestación social que irrumpió en 2013 en las principales ciudades del país. [El 26 de marzo, un tribunal ordenó la suspensión del cierre de Twitter, pero sólo un día después, tras la publicación de una grabación de una reunión de alto nivel en la que supuestamente se discutía sobre forzar un ataque militar a Siria, el Gobierno decidió bloquear Youtube]. Los ecos de Taksim siguen y el último se ha producido este mes de marzo tras el fallecimiento de un joven de 15 años, Berkin Elvan, que llevaba meses en coma tras ser gravemente herido por la policía en las protestas de Gezi del mes de junio.
En clave internacional
A nivel internacional, Estados Unidos y la Unión Europea también parecen gustar menos del mandatario de uno de sus más fieles aliados en Oriente Próximo. Los ecos de la guerra de Siria y la “primavera árabe” resuenan aquí. Turquía, otrora con un rol importante en la región, aliada de Siria o de los Hermanos Musulmanes de Egipto, se está ahora quedando sola, algo que no interesa a Occidente. Así, el cada vez más antioccidental y panislamista Erdogan se ha convertido en una diana para los grandes medios de comunicación occidentales y algunas voces sugieren en Turquía que su principal enemigo en el seno del Estado, el imán Gülen, podría trabajar para la CIA.
Teorías del complot a un lado, en Turquía, Recep Tayyip Erdogan es un líder carismático que no deja indiferente. Paternalista, autoritario, conservador e islamista, ha sembrado el rechazo de los sectores jóvenes urbanos, pero cosecha un auténtico fervor en la Turquía más rural, profunda y religiosa, la que se ha sentido históricamente marginada de las élites laicas urbanas, que fundaron el país aún no hace un siglo. Las últimas encuestas de los comicios municipales atribuyen la victoria al AKP, con un 43-45% de los votos, aunque perdería entre un 7% y un 5%. A pesar de ello, y según estos sondeos, ni los escándalos de corrupción, ni la alianza de Gülen con los partidos de la oposición (incluidos los laicos), ni el descontento urbano nacido en Taksim, ni la esperada victoria kurda parece que vayan a acabar, de momento, con el reinado del “sultán otomano”.
Previsible victoria kurda
El prokurdo Partido por la Paz y la Democracia (BDP) aspira a llevarse la mayoría de las alcaldías, entre ellas la capital, en la región del Kurdistán. Allí, en el feudo de Abdullah Ocalan, el líder kurdo en prisión, se prevé un claro retroceso del partido de Erdogan, a un año del alto al fuego de la guerrilla del PKK y tras el inmovilismo del Estado turco en un proceso de paz anunciado a inicios de 2013 (y al cual se opone ferozmente Fetullah Gülen).
Por otro lado, el BDP presenta un 55% de mujeres en sus listas. Una auténtica revolución feminista, y más en un país donde el espacio público es profundamente masculino y donde la representación femenina en los partidos es mínima: del 1,15% en el AKP o del 4,32 % en el Partido Republicano del Pueblo, que se presenta como la alternativa laico-progresista al islamista AKP, aunque comparte con este último un profundo nacionalismo turco, basado en la lengua turca y la religión musulmana, que excluye la cuestión kurda. Pero, a pesar de ellos, ésta avanza.
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