El crecimiento de la potencia asiática se ha basado en amplias desigualdades sociales y bajos salarios.
El mes pasado se anunció que China se había convertido en 2013 en la primera potencia comercial del mundo, algo que ha vuelto a extender las especulaciones sobre cuándo se convertirá en la primera economía mundial. Por otro lado, hace apenas dos semanas varios periódicos internacionales revelaban una intensa actividad de parientes de dirigentes del Partido Comunista Chino (PCCh) en paraísos fiscales. No obstante, aunque relevantes, estas noticias no son sino el aspecto más mediático de las contradicciones del proceso chino de transformación.
Existen grandes desigualdades. El 10% de las familias urbanas más ricas acapara más de un cuarto de la renta A pesar del discurso de conflicto con Estados Unidos, este modelo de crecimiento se ha estructurado en simbiosis con la economía norteamericana: mientras ésta se convertía en el principal mercado de las exportaciones chinas (sólo superado por la UE, tomada en su conjunto), el Banco Central de China ha ayudado a financiar los “déficit gemelos” (fiscal y externo) de EE UU mediante continuas compras de bonos del Tesoro.
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