Un recorrido por los problemas de salud mental en pueblos de segovia
Detrás del paisaje, retrato rural de la discapacidad

Invierno de 2013, cuarto año de la crisis. Recorremos los pueblos de Segovia con un equipo técnico de los Servicios Sociales de la Diputación.

Reportaje de Eduardo Soto-Trillo

, Segovia
01/01/14 · 8:00
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El Instituto Nacional de Esta­dística calcula que en España viven actualmente casi dos millones de personas afectadas por una discapacidad severa o total. 

En un lugar que recuerda el fin del mundo, por el río Duratón, Felisa cuida de Manuel, 43 años, su hijo. “En cuanto ha sabido que llegabais ha desaparecido. Siempre le gustó la soledad, pero tenía amigos. Fue cuando estuvo trabajando de peón en la carretera. Como empezó a actuar bien, se pusieron contra él”. Felisa añade: “Allí sólo se le disparó el problema, decía que los otros le miraban mal. Pregunté al capataz y me dijo que trabajaba bien pero a la hora del bocadillo, en vez de juntarse, se metía en el servicio”. Comenzó a aislarse cada vez más. Fueron años de infierno, “si me quedaba sola con él, porfiaba conmigo. Me daba mucho miedo”. Manuel se negaba a tomar las medicinas y Felisa se las mezclaba con la comida, pero daba igual, no le hacían efecto. Se sentían completamente perdidos.

Hasta que hace dos años fueron localizados por los servicios sociales. “Por lo menos ahora ya no tiene cosas raras en la cabeza, pero está sin ganas de nada”. Su fobia social es total. Cuando ve a otras personas se llena de angustia, siente náuseas, vómitos, “hay que resignarse”. Sólo quedan dos familias en el pueblo y la dueña de una casa rural que va y viene. “Para poder vivir aquí hay que haber nacido aquí. Tenemos que ser multiusos, saber de todo, desde matar un pollo hasta poner un fax para encargar una medicina”, cuenta Felisa. Ella nunca ha estado enferma, por suerte.

Con Pablo, esquizofrénico, 49 años, y con su padre de 90 años se ha conseguido estabilizar ya la situación. También reciben ayuda a domicilio, “nos regaña y hace bien, ya me hago la cama”. Pablo está en paro desde que acabó el boom de la construcción. Consciente de su enfermedad, él mismo cuida de su medicación. Su vida son sus gallinas y perros, y en sus paseos recoge piedras que conectan con sus sueños, su mente torturada. “¿Queréis una? Todas me recuerdan a algo”. Nos enseña su huerto. “Tiene que estar entretenido”, nos dicen, “aunque no es fácil. En el pueblo, no hay nada”. Un coche contratado por la Diputación les conecta con el centro de salud más cercano, a 30 kilómetros. Del cuello del padre cuelga el medallón de tele-asistencia. “Me lo pongo cuando estoy malo, o cuando venís vosotros”, se ríe. La televisión está a todo volumen, les hace compañía.

Un mesón con horno de asar para madrileños de fin de semana. Su madre se ha quitado de en medio para poder respirar. “Me dio una depresión con 29 años. Dejé de ser yo mismo”. Julián, 53 años, recorría en camioneta los pueblos comprando y vendiendo corderos lechales. De pequeño era muy nervioso. “A veces me vuelve la pesadez por detrás de la mente. Se levanta como un muro en mi cabeza que no puedo pasar y no me puedo levantar de la cama”. Era un
bebedor social, tocaba la dulzaina en las fiestas. “Ahora no. Me tomo una o dos y ya me voy para casa”. Los técnicos se ríen, “¿sólo dos?”. Es otro psicótico, el delirio por momentos se le escapa a pesar de la fuerte medicación. Su obsesión es la economía, la corrupción, la prima de riesgo. Y lo mezcla todo realimentando su propia angustia sobre el futuro, “ojo con la moneda, que sin moneda no se puede vivir”, nos advierte. Cuando no encuentra a nadie que le invite a una cerveza, se marcha al monte. “Paseo mucho”, es el remedio de los pueblos para combatir la ansiedad.

“Las familias están agotadas. Cuando se dan cuenta que pueden desahogarse con nosotros empiezan a vernos de otra forma”, nos explican los técnicos. “Que no se hagan daño ni lo hagan a los demás. Sin imponernos ni juzgarlos. Sólo así podemos ayudarles”, añaden. Nuestro recorrido termina, y nosotros concluimos que lo suyo sólo puede ser vocacional. Retratos de una realidad tras el paisaje.
 

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