presos políticos I miles de familias rotas por la guerra civil siria
El camino de los sirios entre la cárcel y el exilio

Los presos políticos de la prisión de Al-Muslimiya en Siria son escudos humanos entre el régimen y los extremistas, mientras sus familias sufren la separación.

, Atenas (Grecia)
16/11/13 · 8:00
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Safqan, prisionero en la cárcel central de Alepo, come un vaso de arroz cocido cada cuatro días, y bebe otro de agua diario. Un médico de la Media Luna Roja le dijo que los medicamentos contra la tuberculosis que padece serían inútiles mientras no recibiera una alimentación adecuada. Esto lo cuenta su hermana Ronahi, mientras prepara café árabe. Refugiada de la guerra de Siria, la joven de 18 años vive con su marido y con su hijo, en un piso modesto de la periferia de Atenas. A Dalil, el hermano pequeño, no le falta, en teoría, de nada: está en un centro de acogida para menores en Alemania, a la espera de cumplir los 18 y poder solicitar el asilo. Ha sido el acoso del régimen de Bachar al-Assad el que ha llevado a la cárcel a un hermano y empujado al exilio a los otros dos.

Sin embargo, ahora mismo, el principal peligro para la vida de Safqan y de los otros 4.500 reclusos que languidecen en la cárcel de Alepo es el asedio de grupos de rebeldes extremistas que tratan de liberar a sus propios presos. En abril, fuerzas armadas pertenecientes al Ejército Libre Sirio tomaron el control del área y comenzaron a atacar a efectivos del régimen atrincherados dentro de la prisión.

Desde entonces, el frente se ha mantenido inmóvil, y la artillería y el fuego cruzado han causado la muerte de más de 150 reclusos, según denuncian organizaciones como la Red Siria de Derechos Humanos (SNHR por sus siglas en inglés).

Presos de escudos humanos

Un informe elaborado para Amnis­tía Internacional por el periodista sirio y expreso político Jowan Akkash denuncia la utilización de los presos como escudos humanos para fines políticos, así como las condiciones infrahumanas que vienen sufriendo desde hace ya meses. La insalubridad de las instalaciones, unida a la falta de alimentos y de medicinas, han llevado a la proliferación de enfermedades como la sarna o la tuberculosis. Escaso alivio han traído las visitas de médicos, parte del infructuoso programa de negociaciones mediado por la Media Luna Roja. Los familiares, en contacto por internet, asisten impotentes a la agonía de los reclusos.

Casi a diario, Ronahi chatea por el móvil con su hermano, que trepa por la pared hasta un lugar con cobertura. La joven no tiene ninguna esperanza de que la situación se resuelva. “Mi hermano debería estar libre desde que recibió la amnistía presidencial. Pero, según cuenta Ronahi, están atrapados entre dos bandos. Con el Gobierno aún sería posible llegar a algún acuerdo, ofreciéndoles dinero. Pero con los rebeldes es imposible negociar. Para los islamistas, es halal (aprobado por la religión) matar a cualquier kurdo. En el caso de ser liberado, la única forma de librarse de las amenazas de muerte sería unirse a los grupos armados que asedian la prisión”.

Desde que se iniciaran los enfrentamientos entre milicias kurdas y grupos extremistas en la ciudad de Rasulain, la minoría étnica que supone aproximadamente el 20% de la población siria está en el punto de mira de los islamistas. Según cuenta Akkash, no son raros los choques entre presos políticos e islamistas en el interior de la cárcel. “Por poner un ejemplo trivial, no nos dejaban comer sobre papel de periódico, porque es una ofensa al Corán, del que forman parte las letras del alfabeto”.

Safqan forma parte de los aproximadamente 70 presos políticos encarcelados desde antes de que empezara el conflicto armado. Fue arrestado en 2006 junto con sus dos amigos, Jigar y Shukri, por participar en manifestaciones contra el régimen. Fueron sentenciados a cadena perpetua por el artículo 298 del Código Penal, “incitación a la guerra civil”, pero la condena quedó rebajada a 10 años puesto que los reos apenas alcanzaban los 16 años de edad. En la prisión de Sednaya, Akkash fue testigo de las torturas a las que los tres jóvenes fueron sometidos. “Las piernas de Safqan se pusieron de color verde por los golpes. Empezó entonces a escupir sangre y a sufrir reumatismo por las prolongadas inmersiones en agua y la exposición al frío”. De allí, los tres jóvenes serían trasladados a la cárcel Al-Muslimiya, en las afueras de Alepo. Human Rights Watch ha denunciado que la tortura sistemática ejercida en las prisiones alcanza las proporciones de un delito de crímenes contra la humanidad.

Ronahi, entretanto, rememora cómo comenzó el acoso contra su familia. Safqan ya fue detenido a los 14 años, durante tres meses, sin que se pudieran probar los cargos de asistir a manifestaciones. No medió ningún juicio. “A la vuelta, podíamos ver las marcas de los golpes en la espalda. Desde entonces, mi madre, muy activa en una organización feminista vinculada al PYD [el principal partido de los kurdos en Siria], y yo empezamos a ir a todas las manifestaciones. Cada vez que íbamos, los policías de paisano nos pegaban, pero nunca faltábamos a la siguiente”. Poco tiempo después, Safqan volvió a ser detenido, esta vez en compañía de su padre, que fue condenado sin cargos a siete años de cárcel. Cuando preguntó cuál era su delito, la repuesta fue “no haber educado mejor a tus hijos”.
También la madre sufrió el acoso de la policía: la familia se vio obligada a abandonar su casa y a cambiar constantemente de piso.

Después Dalil, el pequeño, pasó tres meses en la palestine branch, una rama de los servicios secretos tristemente célebre por haber albergado a principios de los 2000 a presos vinculados a los vuelos de la CIA. “No tenían nada concreto contra mí, fue simplemente porque mi familia estaba en el punto de mira, pero como sólo tenía 13 años me acabaron soltando”, explica desde Alemania. Tras un segundo intento de arresto, en 2010 la familia empujó al adolescente a abandonar el país.

Ronahi estaba por entonces en el último año de instituto, y en su tiempo libre participaba en un grupo de bailes tradicionales kurdos. En una operación policial casa por casa, todos los integrantes del grupo fueron detenidos, partiendo de unas fotos de su actuación en el día del año nuevo kurdo. Ronahi no estaba en casa ese día, pero a partir de entonces empezó a preparar su huida del país. Tenía 16 años cuando llegó a Grecia, tras cruzar la frontera entre Siria y Turquía gracias a la ayuda de familiares. Al poco de llegar, se casó con Ibram, que trabajaba en Atenas colocando parquet, y tuvieron un hijo. Ahora, la vida de Ronahi parece truncada: lleva tres años esperando la concesión de un asilo político que quizá no llegue nunca, y las posibilidades de poder estudiar o encontrar un trabajo en el contexto de la Grecia actual tienden a cero. Su madre y su padre, que fue liberado finalmente por una amnistía en 2011, malviven mientras tanto en Alepo. Los precios de los alimentos básicos se han disparado desde que comenzó el conflicto; tanto que el joven Dalil se vio obligado a trabajar durante meses a su paso por Italia con el fin de poder enviarles algo de dinero. Él es el único que se sigue mostrando optimista: “no pierdo la esperanza fácilmente, así que sigo soñando con el día en que mi hermano sea liberado. Sueño con que toda mi familia pueda sentarse de nuevo a una misma mesa, y con ver a mis padres felices de nuevo, después de tantos años”.

4,5 millones más de desplazados y refugiados

La ONU advierte de que el número de desplazados internos y refugiados por la guerra civil de Siria podría incrementarse en 4,5 millones a lo largo de 2014 y elevar la cifra total a 12 millones de personas. Naciones Unidas estima que hasta 8,3 millones de personas --más de un tercio de la población siria anterior al conflicto, que era de 23 millones-- necesitarán ayuda.

 

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Fotos tomadas con móviles desde dentro de la prisión siria de Alepo. / Archivo Diagonal
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