El autor analiza la
‘neolengua’ de la
derecha española,
representada por
PP y partidos 2.0 como
Ciutadans o UPyD.
1. A finales de la primera legislatura
de Aznar, el PP
protagonizó una noticia
que, a su vez, protagonizó
un breve. Un breve es una noticia
que no se sabe de qué va, por lo
que se abandona en la cuneta del
diario. A menudo son ocultadas por
el cuerno del croissant que te estás
desayunando. La noticia era,más o
menos, esta: La FAES firma un convenio
con un think tank del
Republican Party para compartir
lenguaje.
El lector imaginario que
leyó aquello pensó que, como mucho,
intercambiarían tacos. Mordió
croissant y pasó página. Poco tiempo
después, en la segunda legislatura
Aznar, los pocos lectores de
aquel breve se quedaron a cuadros.
El partido que en los ‘90 agrupó a
toda la derecha, comprendiendo
también a la derecha que no había
aceptado la Constitución –ni siquiera
la de 1812–, disponía de un nuevo
lenguaje. Un lenguaje en las antípodas
del utilizado, pongamos,
por el Obispo de Astorga durante el
Franquismo unplugged.
- UPyD no tiene problemas en usar lemas clásicos de la izquierda. Imagen: José Alfonso
Era un lenguaje
absolutamente democrático,
sazonado cada 1,2 segundos con
‘palabros’ como libertad, democracia,
constitución. Además, era un
lenguaje que, como sucedía en EE
UU cuando un chico o una chica del
Republican Party tomaba la palabra
en el Congreso o en una tertulia
televisiva, se convertía en protagonista,
acababa con el adversario y
ofrecía respuesta democrática y
constitucional para todo lo, hasta
entonces, inimaginable. Por el mismo
precio –dato importante– era un
lenguaje eléctrico y fascinante –la
crispación, snif, es una mezcla de
fascinación y electricidad–.
2. ’Il duce ha fatto amare la
bellezza della elettricità’
El producto lingüístico importado
consistía en la adopción de un lenguaje
democrático radical, con tintes
libertarios, que se insería en un
discurso de regeneración de
Estados Unidos, a través de una
vuelta a una edad de oro imprecisa,
que abarcaba diversos jalones: la
revolución –incluido Jefferson–, la
colonización y –toma ya– el anarquismo
individualista estadounidense.
En España, la adaptación del
vocabulario USA vino a plantear la
regeneración de una España por
parte de una derecha que ya no tenía
en los Reyes Católicos su edad
de oro, sino en la Transición. Se ensayó,
con cierto éxito, alguna pirueta
I+D, como plantear un discurso
democrático-liberal del
Franquismo, un prólogo de la
Transición que se inició en 1934,
cuando Franco pidió la unidad de
todos los demócratas frente a la
horda.
Fue de nota el tratamiento a
ETA, grupo armado minoritario
que, cuando atentaba, en Europa se
le dedicaban breves, ocultados por
croissants, mientras que por aquí
abajo se le dedicaban auténticas paralizaciones
de la información, y
construcciones lingüísticas de cohesión
absoluta en torno a una
Constitución interpretada por una
nueva derecha. Sobre el éxito de la
adaptación hispana del invento estadounidense,
una anécdota. Anécdota: a finales de la segunda
legislatura, una delegación republicana
vino a Madrid y, tras ver lo que
se cocía –en los medios, en la política–,
uno de los delegados exclamó:
“Aquí se ha llevado a cabo la revolución conservadora
con mayor éxito
que en Estado Unidos”.
No era
para menos. España era el único
país con pasado fascista en el que
gobernaba una derecha que se recreaba
con conceptos que en
Alemania están penalizados en el
Código Civil. Además, esa derecha
que había cruzado el desierto, había
conservado intacto su imaginario
fascista, repleto de conceptos
–unidad nacional, nacionalismo,
nacionalismo lingüístico, catolicismo
oficial, clasismo, recelo al mundo
del trabajo y a la participación–,
que ahora, mediante una revolución
lingüística, eran más democráticos
que tú.
Otro signo del éxito de
la cosa fue su expansión, el nacimiento
de nuevos partidos que participan
de esa revolución del lenguaje
para, sin llegar a competir
con el PP, captar votos a la derecha
del PP –como Plataforma per
Catalunya, único partido con DOC
fascista, vocabulario Disney y representación
en instituciones–, o
captar votos de las izquierdas en zonas
o en electores–tipo con serias
dificultades sentimentales para votar
PP: Ciutadans, un partido que,
verbigracia, en estas elecciones tiene
la gentileza de no competir con
un PP que superará su techo en
Catalunya; o, tachán-tachán, UPyD.
3.¡Socorro!
UPyD, ahora que caigo, era el tema
que se me había pedido para
este articulete. UPyD es un partido
que brilla con luz propia, pero
no luz original. Su luz es esa revolución
lingüística que les he esbozado,
y que une a UPyD a otras derechas
que, tras el 20N, no tendrán
por qué cambiar su exitoso lenguaje.
La única incógnita es saber
qué o quién ocupará el lugar privilegiado
de ETA en sus discursos.
¿Quién será el elemento cohesionador
a exterminar para realizar
la regeneración, la libertad, la democracia,
la constitución? ¿El
15M? ¿los catalanes? ¿los bizcos?
¿los filatélicos? En ese sentido, les
deseo a todos ustedes mucha suerte.
Hasta la próxima.
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