La revolución no necesita ser televisada.
La guerra de la imagen se vive en la red.
- Documental ’Mi Makhzen y yo’ (2012), ópera prima del estudiante de cine y activista marroquí Nadir Bouhmouch.
“Nunca los periodistas ciudadanos
habían tenido un impacto tan grande
hasta la primavera árabe. Esta
película utiliza muchos clips subidos
en línea por el ciudadano medio
que quería mostrar al mundo
las cosas que los medios de comunicación
no mostrarían”. Con esta
leyenda arranca el documental Mi
Makhzen y yo (2012), ópera prima
del estudiante de cine y activista
marroquí Nadir Bouhmouch.
Intercalando grabaciones propias
con un vertiginoso carrusel de
imágenes descargadas de las redes
sociales, el joven autor compone el
puzle de la primavera árabe, poniendo
el foco en el movimiento
marroquí del 20 de Febrero. Tanto
en su forma como en su contenido,
la película, que puede verse en la
red libremente, sirve para rendir
homenaje a los millares de personas
que, muchas veces desde el
anonimato y poniendo en riesgo
sus vidas, han capturado y difundido
personajes y aconteceres que
los dictadores árabes hubieran deseado
ver en el olvido de la historia.
Jóvenes valientes como los tunecinos
Ali Bouzizi y Wael Laifi,
que, tal y como recoge el dibujante
suizo Patrick Chapatte en su reportaje
en forma de cómic Túnez, hasta
la revolución en diciembre de
2010, fueron los primeros en grabar
y distribuir en internet las protestas
tras lamuerte en Sidi Bouzid
del joven Mohamed Bouazizi, hecho
que marca en inicio de la primavera
árabe.
Vídeos fugaces
Pero los vídeos fugaces, casi siempre
caseros, de los y las activistas
tunecinos, egipcios, yemeníes, sirios
o jordanos no sólo han servido
para contagiar del virus revolucionario
a las poblaciones de sus naciones
y de otros países del orbe; o
para dar cuenta de la brutalidad de
sus regímenes. También han contribuido,
y mucho, a romper los
burdos estereotipos que pesaban
–y pesan– sobre el complejo mundo
árabe, una función en la que
también están jugando un papel
esencial los cineastas, artistas y
músicos que desde su origen alientan
la primavera árabe con sus
obras de denuncia.
Videoclips como Sout Al Horeya
(“La voz de la libertad”), del músico
cairota Amir Eid, que ha recibido
más de dos millones de visitas
desde que fue colgado en YouTube,
el 10 de febrero de 2011, o filmes
como 18 días (2011), obra colectiva
compuesta por diez cortometrajes
sobre la revuelta egipcia, nos han
acercado a la realidad árabe demanera
mucho más eficaz y certera
que todas las iniciativas de la
gubernamental Alianza de Civilizaciones
juntas.
Además, nos han mostrado el papel
imprescindible de ciertas minorías,
activando una solidaridad
internacional vital para su supervivencia,
como ha sucedido con la película
Ni dios ni amo (2011), de la
franco-tunecina Nadia el Fani, perseguida
por los islamistas que hoy
tienen la mayoría parlamentaria en
Túnez por abordar la cuestión de la
laicidad en las primeras semanas
de la revolución de este país.
En el marco de ese tipo de solidaridad,
en estos meses han visto
la luz interesantes proyectos de autores
europeos que, desde dentro,
abordan diferentes experiencias de
la oleada de cambio que vive el
mundo árabe, tal es el caso de
Misrata calling (2012), libro y documental
sobre la guerra libia del
incombustible asturiano y periodista
independiente Alberto Arce.
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