ENTREVISTA CON EL ESCRITOR ISAAC ROSA
“Una visión nostálgica es también una visión política”

Con ‘El vano ayer’, Isaac Rosa acometió la necesaria
tarea de impugnar el discurso heredado sobre el
Franquismo. Ahora, con ‘¡Otra maldita novela
sobre la guerra civil!’, vuelve a reflexionar sobre cómo
la ficción forjan nuestra imagen del pasado reciente.

01/11/07 · 0:00
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Foto:Juan Carlos Rojas

DIAGONAL ha tenido
la oportunidad
de charlar con
Isaac Rosa sobre
el oficio de escribir, sobre política
y literatura, pero fundamentalmente
sobre sus dos
últimas novelas: El vano ayer,
colmada de premios nacionales
e internacionales, y Otra
maldita novela sobre la guerra
civil. Dos aproximaciones
diferentes pero paralelas sobre
la representación de la
Guerra Civil, la posguerra y
el tardofranquismo. En la segunda,
en un ejercicio formal
curioso, el autor recupera su
primera novela para convertirse
en crítico feroz de la misma.
El texto original es la base
de un diálogo con el lector
poco habitual en nuestro panorama
literario.

DIAGONAL: ¿Por qué volver
a presentar un libro ya escrito
en un nuevo formato?

ISAAC ROSA: Lo que hay detrás
de este libro, y se cuenta
abiertamente en el prólogo,
es hacer una reedición de la
que fue mi primera novela.
Tras la buena acogida de El
vano ayer, y visto que tardaría
en tener novela nueva, mi
editorial quiso reeditar La
malamemoria y yo les dije
que no, que me resultaba
muy ajeno, no me reconocía
en esa escritura, es una obra
de un momento inmaduro,
no creía que aportase nada a
los lectores satisfechos con El
vano ayer; era claramente un
paso atrás. Decidí convertirlo
en otra cosa, me convertí en
mi propio lector crítico: lápiz
en mano, empecé a señalar
debilidades, a reírme de mi libro.
No quería hacer una mera
crítica de mi libro, quería ir
más allá, quería convertirlo
en otra cosa. Por ejemplo, en
una reflexión más global sobre
la literatura que se hace
ahora mismo sobre la Guerra
Civil. Parto de La malamemoria
para reflexionar sobre
otras cosas: cómo ha reescrito
la Guerra Civil desde la ficción,
cómo se escribe hoy en
general y cómo se lee, que
ésa es la otra parte del ejercicio
que me proponía.

D.: ¿ Cuándo se publicó la novela
original?

I.R.: En 1999, pero
yo la había escrito
antes, cuando tenía
22 o 23 años. Tenía
una idea equivocada
de lo literario,
uno piensa
que cada
párrafo tiene
que ser una
obra maestra.

D.: Guerra Civil,
Franquismo, tardofranquismo,
Transición...
Reflexionas sobre cómo se ha
reconstruido la imagen de esto,
¿no es raro para alguien
de tu generación, en general
más preocupada con temas
de actualidad?

I.R.: Es un interés personal.
De todas formas, no creo que
el Franquismo no sea algo actual,
no tengo ninguna obsesión
especial, yo escribo desde
el presente y para el presente.
Hay que entender el tardofranquismo
y la Transición
para ver de dónde venimos,
para poder actuar sobre el
presente. Me llamaba la atención
una distorsión grande
entre el discurso que se construye
desde la ficción, novelas,
cine, televisión; y el discurso
que se construye desde
la investigación histórica. En
la ficción presenta muchos
huecos, no se ha facilitado la
comprensión del Franquismo,
pero a cambio tiene mucho
más peso en la construcción
del imaginario colectivo
del pasado reciente. Los lectores
nos construimos la imagen
del Franquismo a partir
de novelas y películas más
que de ensayos históricos. Un
ejemplo es La colmena de
Cela. Sigue siendo leída como un
documento de época,
como la mejor imagen de la
posguerra, y no es verdad, La
colmena oculta mucho, no
cuenta cómo era el Madrid de
los años ‘40. Sin embargo, insisto,
la novela es aceptada
como un fiel reflejo. De hecho,
Cela ha confesado que
en La colmena él está escribiendo
historia y la gente lo
lee como tal. Muchos lectores
tienen fijada la imagen de
la posguerra por este libro. Es
curioso, porque en la larga
trayectoria de malentendidos
de la obra de Cela, La colmena
aparece como un libro
censurado, lo que le arroja
mayor credibilidad al texto,
pareciera que la censuraron
por su incomodidad para el
régimen. La realidad es que
el informe del censor indica
que su problema es de tipo
moral, por las escenas sexuales
y el lenguaje soez; de hecho,
se subraya que no atenta
contra el régimen, que es políticamente
inocua. Curiosamente,
ahora se están volviendo
a escribir muchas novelas
sobre la posguerra y a
mí lo que me interesa de verdad
es el tardofranquismo,
del que se está escribiendo
poco. Además, son años muy
molestos para ciertas ideas
que tenemos sobre nuestra
democracia.

D.: En general, se ha mirado
esos años con ojos complacientes,
¿no crees?

I.R.: Sí, además, escribir hoy
sobre los años ‘30, por mucha
controversia que haya, no le
molesta a nadie, no se hace
ningún daño. Pero escribir
sobre los años ‘60 y ‘70, escribir
sobre el comportamiento
de ciertas personas, de ciertas
empresas, de las complicidades
que había en ciertas
esferas, es mucho más complicado,
y no sólo porque algunos
protagonistas estén todavía
vivos. Una novela muy
recomendable que trata esa
época es La fea burguesía, de
Miguel Espinosa. Es la mejor
novela para comprender el
Franquismo, el tardofranquismo
y nuestra democracia,
porque nos expone muy
bien cómo se generan esas
clases gozantes que sostienen
al último Franquismo, la
llamada clase media. Eso que
va más allá del Franquismo
sociológico y que es lo que seguimos
teniendo hoy como
tejido social acrítico.

D.: ¿Qué te lleva a abordar
esas décadas desde una visión
tan política?

I.R.: Es imposible escribir sobre
esos años y no hablar de
política. No puedes plantear
una visión puramente sentimental.
En el fondo, una visión
nostálgica de los años
‘60 es también una visión política,
no nos engañemos.

D.: Cuándo te dieron el premio
Rómulo Gallegos por El
vano ayer hubo cierta polémica
sobre el jurado...

I.R.: Sí, es cierto que hubo
una pequeña polémica, hubo
un artículo que se publicó en
El País. Cuando gané el premio,
ese periódico sacó un artículo
largo de un editor venezolano,
Gustavo Guerrero,
que arremetía contra el galardón
argumentando que era
un premio político. Decía que
El vano ayer era una buena
novela, pero que mi triunfo
se debía a méritos políticos.
Cuando fui a Venezuela a recoger
el premio esperaba un
ambiente hostil porque allá
esta todo muy polarizado:
chavismo-antichavismo. Mi
sorpresa fue grande cuando
vi que nada de eso ocurría, incluso
la prensa llamada antichavista
celebraba mi libro.
Parece ser que las últimas
ediciones del premio habían
sido un toma y daca entre las
grandes editoriales, y con mi
libro se volvía a premiar una
novela por su valor literario,
escrita por un desconocido.

D.: ¿Existe algo así como un
frente literario republicano?

I.R.: Creo que al final nos conocemos
todos y los manifiestos
circulan. Hay cierto
oportunismo por parte de algunos
autores. Reivindicarse
republicano es una etiqueta,
sin duda inofensiva, para
acercarse a cierto público. El
compromiso literario es algo
que compromete de verdad
al autor. Hoy, la reivindicación
republicana puede
convertirse en un barniz,
incluso atractivo en ciertos
ambientes.


INTELECTUALES MEDIÁTICOS

D.: ¿Qué papel tienen
los intelectuales?
¿Te consideras
un intelectual con
capacidad para
influir y marcar una
agenda política?

I.R.: Buena parte de
la responsabilidad
de que haya un
batallón de ‘intelectuales’
escribiendo
columnas y artículos
la tienen los medios,
que tienen que rellenar
huecos de opinión.
Por ejemplo,
Juan Manuel de
Prada es uno de los
escritores más comprometidos
que hay,
con unas ideas y
una agenda política
muy definidas. Se
ha creado la figura
del intelectual, y uno
que escribe y publica
parece que ya
tiene cosas interesantes
que decir. Al
final se acaban convirtiendo
en columnistas-
tertulianos. El
intelectual parece
que tiene una capacidad
de comunicación
superior, aunque
muchas veces
su fuente es Google.
Cuando he escrito
en El País, me lo he
planteado como una
posibilidad de intervenir
socialmente,
de abrir algún debate
oscurecido. También,
la tentación de
los escritores de utilizar
estas tribunas
para prolongar su
imagen, alimentar su
capital simbólico
como escritores, es
grande.


CRÍTICA Y
PROMOCIÓN

En España existen grandes grupos
mediáticos que, además,
controlan el panorama editorial,
una situación que provoca sospechas
entre los lectores de suplementos
culturales. Para
Rosa, lo sorprendente es que
los lectores hayamos acabado
aceptando que estos suplementos
sean puros espacios promocionales:
“En ocasiones hay
más promoción que crítica literaria”.
Él afirma que, de momento,
se ha mantenido al margen
de estos cambalaches. Sus
obras han estado en todas las
trincheras: “No me quejo, mis libros
han sido bien tratados por
la crítica de uno y otro lado”.

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