Mike Tyson, quien fuera conocido como ‘el hombre más malo del
planeta’, se ha encontrado a sí mismo. Ahora derrocha paciencia y
buen humor en su nuevo papel de aprendiz de maestro zen.
La actual vida zen de Mike Tyson
bien puede considerarse
una alegoría, una metáfora, de
la nueva transformación que sufre
el capital en su última fase de
comienzos del siglo XXI. El resurgir
moderno cual ave fénix
de este viejo astro del box, tras
su estrepitosa caída social, a través
de comedias ligeras en estudios
de Hollywood y reality
shows que retratan su pacífica
existencia, deja vislumbrar las
nuevas corrientes de producción
económica, no ya épicas, sino
basadas en la visión espectacular
de la vida cotidiana del hombre
normal y el sosiego espiritual
como actitud ante la falta de
ingresos y posibilidades.
Mientras Ronald Reagan
desrregularizaba el sistema de
financiación empresarial en la
década de los ‘80, Tyson se convertía
con 20 años en el ganador
más joven del cinturón de la
WBC. Poco después vendrían
los de la WBA y la IBF, o sea, todos
los campeonatos mundiales
de peso pesado. Era el triunfo
absoluto de la eficacia mamporrera
al estilo fordista. Sin excentricidades,
sin tiempo para la
contemplación del juego de piernas
típico del pasado, este coloso
demostraba que ante una defensa
contundente y los sopapos
crudos y bien ensamblados, poco
podían las florituras de aquellos
que defendían que este deporte
era un cierto tipo de ballet.
Por supuesto, el dinero llovía
por aquel entonces sobre este joven
negro que había alcanzado
las cimas del sueño americano a
base de voluntad y de dejar inconscientes
a varios blancos,
mulatos y chicanos. Tyson se dejaba
ver en entregas de premios
musicales y fiestas de la jet set, y
su nombre sonaba en series como
El príncipe de Bel Air. De estos
tiempos dorados son sus tatuajes
de Mao Tse-Tung en su
brazo derecho, y de Ernesto
‘Che’ Guevara en el costillar izquierdo,
que interpretó como
símbolos de autosuperación personal
y que hoy quedan como
demostración de las contradicciones
intrínsecas del sistema.
- Mike Tyson y Don King (a su izquierda) formaron uno de los tándem más importantes de la relación entre los afroamericanos y el capitalismo, a la altura del binomio formado por Michael Jackson y Quincy Jones.
En los ‘90 todo fue bien distinto.
Su mujer, Robin Givens,
una ex prometedora actriz, le
abandonó alegando maltrato
psicológico y acusando al coloso
de constantes depresiones.
Además, surgieron rumores de
amaños en sus luchas, que
sembraron la desconfianza sobre
él y su mánager, el muy
bien peinado, polémico y enjoyado
Don King. Durante el
mandato de Bush padre, Tyson
cayó en las drogas, en peleas
con periodistas y choques de
auto, y fue acusado de violación
en 1991 por forzar en un hotel a
Desiree Washington, miss Black
Rhode Island de aquel año. Tras
un juicio lento, Tyson fue condenado
a seis años de cárcel y a
pagar 30.000 dólares a la víctima.
En la sombra, Mike meditó
sobre su caótica existencia y se
convirtió al islam. Salió en 1995
por buena conducta dispuesto a
rehacer su vida.
No lo consiguió: tras una sonada
derrota en 1997, durante la
reelección de Clinton, contra
Evander Holyfield, pelea conocida
porque le arrancó a éste un
buen pedazo de oreja derecha
que fue posteriormente subastado
por el guardia que lo encontró,
todo fue de mal en peor, y
tuvo que aceptar giras de exhibición
para pagar sus elevadas
deudas o actuar de árbitro en la
lucha libre: el colmo del simulacro;
todo ello a pesar de haber
ganado más de 300 millones a lo
largo de su carrera.
Tras esto, llegaron los vagabundeos
y la pérdida de tiempo
en rings que no interesaban a
nadie. En 2003 se declaró oficialmente
en bancarrota, y en 2006
decidió retirarse. En todo el
mundo ya se vislumbraba el fantasma
de la crisis económica.
Pero ¿quién le iba a decir a este
ídolo caído que resurgiría en
la época de Internet? Ya en
tiempos del espejismo Obama,
Tyson encontró su hueco en el
imaginario popular ocupando
el estereotipo de genio de la violencia
reformado, ahora nadando
en un mar de calma espiritual.
Ha renunciado a la agresión
y descubierto que la felicidad
se encuentra en el desapego
de las cosas materiales.
Aparece en entrevistas rechazando
su vida pasada, y explicando
cómo el gozo está en la
familia y los amigos, y no en los
tortazos y el dinero, que sólo le
trajeron la desgracia.
Y, curiosamente, expresando
este desapego, ha sido como ha
conseguido reciclarse en estrella
mediática, atrayendo el interés
de directores de películas y
series de televisión ávidos de
cameos. Renunciando al dinero
ha conseguido hacer de nuevo
dinero, y sus seguidores vuelven
a brotar como si nunca lo
hubieran abandonado.
Con más de 600.000 fans en
Facebook, vegano, y tras visitar
La Meca, el futuro brilla en verde
dólar para Iron Mike, quien
prepara su reality en la cadena
Animal Planet, donde explicará
su ocaso deportivo y renacimiento
como santón sufí, paladín
de la nueva actitud ante los
flujos del mercado.
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