Trabajo en el sector servicios, trabajo temporal, sueldos míseros, esa es la
parte aburrida de la vida de la generación a la que ha puesto marco y rúbrica
la última reforma que se le ha ocurrido a los barandas.
- Ilustración: Luis Demano.
Quizá no hayamos visto nunca
al movimiento obrero poner en
jaque a la oligarquía, ni barricadas
en la calle mayor, pero conocemos
lo peor: el trabajo inútil.
Hemos visto a jefes pomposos
paseándose por su reino
de Taifas (a.k.a oficina o empresucha)
para alardear de su
peinado; a mandos intermedios
que planeaban el asesinato del
empleado que una vez se pasó
de listo. Hemos sido encuestadores
que hacían realismo mágico
con cuestionarios que nunca
llegaban a su destino, funcionarios
que se turnaban para
fichar las horas a toda la plantilla.
Hemos contemplado como
en un sueño a directivos que robaban
la idea que acaba de sugerir
el becario, a profesores fusilar
los trabajos de cien alumnos
para editar un manual que
compran otros cien. Conocemos
a jefes del departamento
de informática que acaban de
descubrir que dando a
CTRL+C se copia más rápidamente;
hemos estado en charlas
de prevención de riesgos laborales
en las que nos vaticinaban
un incendio rápido y mortal
que acabaría con nuestra vida.
Hemos visto a los jefes de
una empresa que da cursos de
formación para los sindicatos
brindar con champán poco antes
de expulsar a alguien que
pretendía afiliarse a un sindicato.
Y todo eso lo hemos hecho
por mucho menos dinero del
que corresponde.
Y ahora, hemos seleccionado
algunos testimonios de gente
que ha estado allí, o aún está,
pero ha podido sacar la cabeza
para contarlo. Por supuesto, la
mayoría de las historias que
aquí se recogen han sido realizadas
en el horario laboral.
Mascota del
Dunkin’ Donuts
SILVIA NANCLARES
Una tarde, tras una siesta intranquila,
desperté convertida en vaso
de leche de polietileno. Esto
es, contratada por una empresa
de trabajo temporal que a la vez
contrataba a mi profesora de
Expresión Corporal, que a su
vez reclutó a los más intensos
de la clase para dar vida a tres
mascotas del Dunkin’ Donuts:
donuts de chocolate, muffin de
crema y vaso de leche (luego supe
que el nombre técnico de mi
disfraz era Milkshake).
¡A la mierda Stanislavski, mi
trabajo previo tirado a la basura!
Pero de poco sirve patalear
en el párking de un centro comercial
de la carretera de
Burgos. Eso era cuando yo estudiaba
teatro y creía que el sistema
había que reventarlo desde
dentro. Así fue como llené
mi sudoroso bolsillo interno
con octavillas de la Asamblea
de Mujeres de la Complutense
y las fui soltando desde mi cilíndrico
cuerpo a los atónitos usuarios
del centro comercial Plaza
Norte 2. Sudé muchísimo y gané
10.000 pesetas aquella tarde.
Fue hace 11 años. (Hoy supongo
que pagarán exactamente lo
mismo, 60 euros).
Tengo intolerancia a la lactosa.
Eso no lo supe hasta que desperté
a la mañana siguiente y la
caja rescatada de la basura llena
de donuts seguía allí. Eso era
cuando yo estudiaba teatro y
creía que el sistema había que
reventarlo desde dentro. Desde
dentro de un disfraz.
Un día de 1997 evité
una catástrofe nuclear
R. VETUSTO
Por aquel entonces desempeñaba
una especie de trabajo vagamente
relacionado con la supervisión
de la recarga de los reactores
de la central. Una vez en
el interior de la bestia el reto era
no morirse de aburrimiento o lo
que viene a ser lo mismo, impedir
que el aburrimiento te hiciese
caer en la piscina de combustible
donde se almacenaban los
elementos gastados que salían
del reactor y que brillaban bajo
el agua de boro como las plumas
azules de un pájaro vistas a
través de un microscopio.
Por allí deambulábamos
unos cuantos alrededor de la
piscina, al ras de la piscina debidamente
desprotegida, aunque
nosotros llevásemos encima
nuestro mono de papel,
nuestras zapatillas, nuestro gorrito
y nuestro dosímetro que a
veces pitaba como un policía
loco. El azul Cherenkov supera
al azul Yves Klein, amigos artistas,
y el interior de un reactor
nuclear es una imagen del
infierno tan certera como el interior
de un museo.
Un día dije: detengan la grúa,
ese elemento se está introduciendo
en una coordenada errónea.
Y os salvé a todos.
Itinerario hacia
lo peor del todo
GRACE MORALES
He vendido discos de pie durante
ocho horas, en plan cajera
de unos grandes almacenes.
Cuando me despedí, las dos últimas
semanas me mandaron
al sótano. También he vendido
seguros por teléfono. Cuando
me despidieron, me enteré porque
me encontré la puerta de la
calle cerrada.
Pero la experiencia más infernal
que he tenido fue cuando
me convertí en carne de telemárketin
para una operadora
de telefonía. Una pesadilla, una
burla del demonio: turnos rotativos
de mañana, tarde o noche
sin avisar de un día para otro,
corriendo cada jornada para tener
una silla y un terminal, so pena de acabar tú sola en una
esquina rodeada de escombros…,
sueldo mísero, agotamiento
por cientos de llamadas,
trato desconsiderado de
los jefes…
Pensé que lo había visto todo:
abusos, desplantes, falta de
respeto… Todavía no había entrado
en el mundo de la edición
y las colaboraciones en prensa.
Ya me decían en casa que
más me hubiera valido estudiar
informática y un cursillo
de inglés. XD
¿Dónde está Pablo?
PABLO
Me pasó hace algunos años en
una mediana empresa, de casi
un centenar de empleados. El
caso es que anduve trabajando
allí seis meses como informático
haciendo ayuda al usuario.
Un mes después de que no me
renovaran el contrato, a mi compañero
le llegó indignado el jefe
financiero de la empresa. “¡¿Pero
qué hace Pablo que no está en
su puesto?!”, le dijo muy enfadado,
necesitando de ayuda informática
urgente y con ganas de
armarla.
“Tú le despediste hace un
mes”, le respondió mi compañero.
El resto de la gente de la oficina
no pudo aguantarse la risa
ante la situación, y el jefe financiero
tuvo que volver a su despacho
con la cabeza gacha.
Lo más tremendo es que a
raíz de esto me llamaron para
contratarme otra vez.
Traducciones penosas
MARÍA PTQK
Una vez fui traductora de instrucciones
de electrodomésticos
y lo hice lo peor que pude.
Mi compañero era un chico colombiano
con más experiencia
que yo, y me dijo: cuanto más
rápida seas, más ganas. Cada
vez que intento hacer funcionar
un aparato electrónico con
la ayuda de unas instrucciones
traducidas, me acuerdo de él.
Trabajábamos en la trastienda
de un negocio familiar.
No recuerdo cuánto cobraba
pero me parecía muy poco
–y eso que en aquella época
mi umbral del ‘salario de
mierda’ era bastante bajo–. En
el mismo periodo también traduje
el índice de una enciclopedia
universal sobre el éxodo
de los chinos.
De cómo acabé como
portaestandarte…
JAVIER GALLEGO
Es difícil explicar cómo acabé
plantado delante de una tienda
de muebles ultracaros portando
un estandarte metálico de
cuatro metros durante tres días,
ocho horas diarias, a casi cero
grados y en plena campaña
de Navidad. En mi descargo diré
que aquello no parecía lo que
luego fue. Al menos, no lo parecía
por el anuncio que decía
más o menos así: “Se necesita
personal cualificado para campaña
de lanzamiento”. Cualificado.
Campaña de lanzamiento.
Yo me había licenciado en
periodismo. Pensé que requerirían
mis talentos literarios para
ayudar a la creación de una novedosa
e impactante campaña
publicitaria. Me miraron de
arriba abajo como a un caballo
y sin más preámbulos ni entrevista
de por medio, me preguntaron
si estaba dispuesto a estar
ocho horas delante de una
tienda sujetando una bandera
con una letra.
Casi sin darme cuenta estaba
plantado en una fila con
una gorra y un chubasquero
ridículos esperando a que me
dieran mi bandera. ¡Todo por
la pasta! Mi cruz y mi calvario
duraron tres días eternos (al
tercero resucité). Tres días
plantados con un frío del demonio
con aquella bandera
junto a otros seis tíos hechos y
derechos como yo, con sus carreras,
sus doctorados y sus
másters. De poco servían contra
el frío. Sólo de vez en cuando
salía una señora muy pija
de la tienda de muebles, la cálida
y confortable tienda de
muebles, y nos decía que nos
paseáramos un poco por los
alrededores para que la gente
nos viera. Precisamente eso
era lo que no queríamos, que
nos viera la gente que se agolpaban
en manada para hacer
las compras de navidad. O lo
que es peor, que nos viera alguien
conocido.
La probabilidad de que ocurriera
era alta porque estaba
en la zona cero de las compras
de navidad. La probabilidad
de que me viera un amigo de
la facultad era mucho más baja.
Pero oye, tampoco era probable
que un licenciado en periodismo
acabase de portaestandarte
y allí estaba yo. Así
que tampoco me extrañó
cuando vi a un colega de la facultad
pasar por allí cargado
de bolsas con regalos. Tanto
él como yo nos hicimos los locos.
Para ambos era demasiado
embarazoso pensar que
cinco años de carrera habían
servido para eso.
Animadora...
de noche
Una lectora nos cuenta este testimonio
escalofriante: “Llamando por teléfono
para informarme de una oferta de trabajo
vista en el periódico sobre animadora
(sociocultural, pensé yo) para un
hotel, me empiezan a preguntar sobre
mi edad, cuánto mido, mi peso...
Después
me preguntan si tengo experiencia
laboral y le digo que sí pero que ha
sido sin contrato (carcajada al otro
lado del teléfono), me dice que antes
de ‘contratarme’ necesita verme, que él
no contrata a cualquiera, que tiene un
prestigio...
Finalmente me pregunta en
qué turno estaría interesada: mañana,
tarde o NOCHE. Me dice que en el de
noche es en el turno que más se gana
(plus de nocturnidad, pienso yo). Pero
qué tipo de animación se hace durante
tooooda la noche en un hotel. Le pregunto.
‘¡¡Pero niña!! ¿Tú sabes de verdad
a dónde estás llamando?’. No, no
tenía ni idea...”.
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