LA REPRESENTACIÓN ESCÉNICA DE LA BURGUESÍA
El teatro sin mundo

A lo largo del siglo XX gran parte de la escena ha representado los conflictos burgueses como universales. El autor expone las transformaciones de
la ideología teatral burguesa, y cuestiona el anonimato de un sujeto representado hoy sin clase ni identidad.

04/01/07 · 0:00
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‘AUTO’, obra escrita y dirigida por
Ernesto Caballero y representada en
diferentes territorios del Estado.
“Cuatro personajes se dan cita para
intervenir en un juicio en el que ya no
saben en calidad de qué comparecen:
como acusados o como testigos”./Corral de Comedias de Alcalá de Henares

Texto de césra de vicente

Durante algo más de
un siglo (al menos
desde Molière con
seguridad) la representación
de la clase burguesa
ha sido literalmente ‘figurativa’:
un individuo (el héroe), o unos
individuos, ubicado en el interior
de un conjunto social hostil
contra el que lucha para impulsar
otro mundo (en la etapa de
la burguesía revolucionaria); o
un individuo situado socialmente
que carece de los valores de
la clase o los denigra (en la etapa
de la burguesía reformista).

En el teatro de Strindberg, de
Chéjov, de Gorki o de Pérez
Galdós, está presente el burgués,
en una u otra versión. Y
tal y como define el naturalismo,
impulsado por la burguesía
en el plano de la ideología
estética (como impulsa en la filosofía
el positivismo y en política
el liberalismo), la construcción
de ese personaje se realiza
atendiendo a su ocupación social,
a su status, a su mentalidad
y a sus ingresos. El burgués
era, además, un modelo social.

El teatro de gran parte del siglo
XX incorporó a la escena la
‘problemática’ burguesa como
‘la’ problemática del ser humano
y a ello contribuyeron, en la
misma medida, las estéticas
vanguardistas burguesas que
disolvieron la representación
del personaje teatral (también
del burgués) en beneficio de
una idea del ‘ser humano’. El
proceso de naturalización de su
ideología produjo el consiguiente
desplazamiento de la representación
de la vida burguesa a
la representación de la vida.

Y, puesto que el nuevo sujeto
político central en el proceso de
instauración de las democracias
burguesas era la clase media
(un desplazamiento de la escenificación
del conflicto a la
escenificación del consenso),
consecuentemente el teatro de
finales del XX y comienzos del
siglo XXI está siendo la representación
de esta vida de la clase
media de la que ha desaparecido
no sólo el burgués, sino
también los proletarios, las clases
sociales, en definitiva, para
mostrar los problemas cotidianos
como problemas universales
y no como problemas de clase.
La identificación naturalista
que une escena y realidad sigue
siendo un artefacto ideológico
impecable en este sentido.

Paralelamente a este proceso,
y mientras existió un antagonismo
estético, el teatro
materialista representó a la
burguesía en tanto que grupo
con unas condiciones y una
posición en la estructura social
específicas. Para lo cual
era necesario establecer una
representación de las relaciones
sociales (lo que hacen
Piscator, Brecht o Weiss) en las
que ese grupo no preexiste al
conflicto, sino que se funda en
el conflicto mismo.

El mito de la burguesía

A finales del XX y comienzos
del XXI es ya evidente que la
representación en el teatro de
la burguesía ha sido mitológica
y siempre a través de la clase
media. Ya no aparece el burgués
sino una ‘semiología general
del mundo burgués’ que
se incorpora en los personajes
de la clase media como condición
y posición de clase burguesa.
Como enseñó Barthes,
“lo propio del mito es transformar
un sentido en forma”. Así,
el teatro actual ha adoptado
una forma capaz de identificar
representación y realidad. La
burguesía ya no es visible como
personaje, pero sí los
efectos del funcionamiento de
signos y lógicas de ésta. El ciudadano
universal satura la representación.
La labor de levantar
sobre el escenario a los
clásicos favorece la idea de que
tal personaje ya no existe, que
es algo del pasado, que es un
teatro historicista, puesto que
no hay referente actual de
aquellos burgueses. El teatro
actual se presenta, pues, sin
pasado. Ha cortado los lazos
que podrían revelar el rastro de
las transformaciones de la ideología
teatral burguesa. Sin embargo,
mientras nos habla de la
vida cotidiana, mientras nos
presenta los dramas humanos
de este nuevo siglo (la precariedad,
la violencia de género, el
malestar social), sigue ignorando
quién le da las palabras que
tiene que decir y las acciones
que tiene que mostrar, qué le
impulsa a retratar esos personajes
y por qué el único conflicto
que se considera es el del sujeto
anónimo, sin clase, sin
identidad, sin condición.

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