Editan: Cacúa y Ateneo
Alternativo Antonio
Carrasco Suarez
Precio: 6 euros,
60 páginas, 2004

Los poemas de Eva Vaz
buscan el tajo limpio,
el que cercene la respiración
del lector. No tanto
conmover como nombrar
con la brevedad del rayo;
abrir un poco de luz con la
precisión del cristal. Al final
consiguen partir el alma. La
emoción -o conmoción- que
le comunica al lector es consecuencia
de su modo inflexible
de expresar el sentir de
nuestro tiempo. Un laconismo
que se ajusta al escaso espacio
que le queda a lo sentimental
en nuestras vidas.
Poemas telegráficos, minimalistas,
que ponen al descubierto
el vacío, justo ahí,
donde el amor debería tener
su reino, en el hogar que se
estrena, ante la pareja perfecta,
en los lechos ocupados
por la tristeza, la soledad y la
mentira, donde sólo el dolor
se vive de dos en dos. Sus poemas,
aunque incurra a veces
en cerrarlos con algún
verso de más, son magníficas
crónicas mordaces de
esa intimidad a la que nos lleva
de golpe para luego, cuando
nos tiene ante sus primeros
planos, mirarnos con irónico
descreimiento.

Leña conlleva la gélida mirada
de su libro anterior (La
otra mujer): súplicas o lamentos
son sinónimos de suciedad;
como entonces, le importa
más desvelar las causas
del dolor: el abuso del poder
en singular y no siempre
en masculino. Nombrarlas
cara a cara. Pero ahora, junto
a las crónicas de una intimidad
hecha de espanto, se nos
da también el momento donde
la ira se repliega a favor de
la ternura.