ARTES ESCÉNICAS
Steven Cohen: el baile de las calaveras

Hablamos con este artista y performer sudafricano, quien acaba de presentar en el Festival de Otoño de París su último trabajo, ‘Golgotha’, creado como reacción al suicidio de su hermano.

31/12/09 · 18:21
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En Golgotha apareces vestido
como un hombre de negocios
que anda por las calles de Wall
Street pero con unos zapatos
de tacón cuya base son calaveras.
¿Qué quieres decir con esta imagen?

Para mí, la imagen del businessman
que anda sobre tacones-calaveras
representa la falta de ética
en los negocios y la manera
en la que el negocio puede modificar
todos los valores de la vida
y de la muerte. La muerte es
un negocio, es una cuestión de
beneficios. Pero estas calaveras
también llevan consigo una historia
de violencia porque no son
americanas, son asiáticas. Lo
más chocante es que las compré
en una tienda de decoración de
interiores en una calle principal
del Soho. Fue como comprar
una lámpara. Me costaron 2.000
dólares de los cuales 380 son
IVA para el Gobierno estadounidense.
Es una venta legal y totalmente
inmoral de la cual el
Gobierno se aprovecha. Es importación
de asiáticos muertos.
Es el capitalismo en su peor cara.
Llevo el traje para parecer un
hombre de negocios, pero también
es un uniforme, pues en
Nueva York hay miles de personas
con traje: en vez de ser un
símbolo de algo, representa el
anonimato, la invisibilidad.

¿De qué modo se vincula esta
denuncia con la evocación íntima
del suicidio de tu hermano?

Mi hermano trabajaba en el comercio.
Tenía mucho dinero, pero
eso era parte de su desesperación
porque no encontraba
ninguna satisfacción. No estoy
seguro de que haya conseguido
conectar su muerte con el espectáculo,
pero estoy seguro de que
todos sabemos lo que es perder
a un ser querido. Cuando mis
amigos murieron de sida pensé
que sabía lo que significaba la
muerte, pero cuando alguien de
tu interior muere, muere una
parte de ti. Este espectáculo ha
sido una ceremonia, no sé si ha
sido una performance. Ha sido
una ceremonia a la que he invitado
al público. Y no sé si lo he
hecho para el público o para mí.

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Para Cohen, “la calle es un área de cuarentena que los artistas intelectuales dejan de lado”. En la imagen, un momento de ‘Golgotha’. MARIANE GREBER

En tus performances recurres a
vídeos que te representan vestido
de drag queen en lugares
que no son espacios escénicos
convencionales: chabolas, supermercados,
edificios administrativos...
¿Qué te interesa
de esas intervenciones?

En un teatro no puede pasar
gran cosa. Tenemos un contrato:
yo estoy ahí para enseñarte
algo y tú pagas para verme. Yo
puedo hacer cualquier cosa y no
sorprenderte, porque tú ya estás
ahí para ser sorprendido. En
cambio, en la vida real, el arte
puede ejercer su función que es
ser original y transformar tu modo
de pensar sin que tú seas
cómplice. Y me gusta comunicar
con gente que no ha podido
comunicar con nadie. En vez de
vender algo a alguien, prefiero
dar algo a alguien que no lo
quiere. Y eso es lo que me interesa
en la calle: la infinita posibilidad
de que pueda ocurrir
cualquier cosa, que no haya protección,
porque en el escenario
estoy protegido. La policía no va
a venir a por mí y el público no
va a subirse al escenario. Odio
el teatro, soy alérgico al escenario,
odio las cortinas y las luces.
Es una puta mierda y justo por
eso es un reto hacer algo real en
un espacio diseñado para el artificio.
Crecí en Sudáfrica y allí todo
es político: hacerse un shoot
de heroína, beber agua… Porque
la gente no tiene todo eso.
Cuando empecé a trabajar nunca
quise exponer mi trabajo en
museos porque los negros no
podían entrar en los museos. El
espacio estaba politizado, el movimiento
de las personas estaba
politizado. Así que decidí llevar mi trabajo a la calle, donde estaba
la gente. La calle es un área
de cuarentena que los artistas
intelectuales dejan de lado.

Expones tu cuerpo atravesado
por elementos invasivos: cámaras
en el ano, marcaje de la piel
por esvásticas, estrellas de
David en el sexo… ¿Qué lugar
ocupa el cuerpo en tu estética?

La única cosa de la que estoy
seguro es del cuerpo. Pero no
estoy interesado en el cuerpo
como un estilista, sino como un
sitio de exploración política y
artística. Me pinto la cara, esculpo
mis formas aunque no
soy un bailarín. Pero no creo
que necesites ser un bailarín
para bailar: sólo necesitas moverte,
andar, tragar y llorar.

La danza que propones parte
del desequilibrio que provocan
los tacones y zapatos de plataforma
que usas…

Física y mentalmente somos
capaces de tanto… Podemos
torturar y al mismo tiempo somos
tan frágiles. Podemos fracasar,
morir o perder la fe y
suicidarnos en cualquier momento.
Estar vivo no es una
certidumbre y eso lo manifiesto
físicamente por los tacones.
Es un esfuerzo constante por
no caer, por no ser malo, racista,
estúpido, desconsiderado,
violento..., todo lo que nos hace
caer. Pero nunca podemos
estar seguros de que no somos
eso. Mi vida también es un esfuerzo
contante por no ser lo
que desprecio.

Como artista ¿cuál es tu visión
de la situación política en
Sudáfrica?

Me gustaría ser positivo, pero
en realidad creo que el nuevo
gobierno es tan tiránico como
el anterior. Ahora tenemos gente
negra haciendo el trabajo de
gente blanca, tenemos el mismo
nivel de corrupción y, desde
que Mandela fue liberado, el
doble de gente vive en chabolas.
No se construyen casas, se
está robando dinero y no es una
cuestión del color de la piel: los
políticos son políticos, no importa
del color que sean, les importan
poco los intereses comunes,
les importa sólo lo suyo.
Uno de mis libros ha sido censurado
en las escuelas hace poco.
Estoy viendo cómo mi país
regresa a los años ‘80, y cómo
se reduce el espacio para la crítica.
A sus ojos, si yo digo todo
esto es porque evidentemente
soy blanco y racista.

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