FUERA DE LUGAR
Sin nombre I

Corregimos el defecto, completamos
lo incompleto, subsanamos
la errata para salvar
las claves semánticas de un
universo compartido, nos aferramos
al plano y a la simetría
con tal de coexistir, y no llegamos
a denunciar la ignominia
de una mala escritura, el lamentable
mensaje, todo monopolio
de categorías actantes
y su servil ideario automatizado
de relaciones. No lo hacemos
porque nos pese el contenido,
que ocupa todo el espacio
mental administrado para

17/12/10 · 8:00
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Corregimos el defecto, completamos
lo incompleto, subsanamos
la errata para salvar
las claves semánticas de un
universo compartido, nos aferramos
al plano y a la simetría
con tal de coexistir, y no llegamos
a denunciar la ignominia
de una mala escritura, el lamentable
mensaje, todo monopolio
de categorías actantes
y su servil ideario automatizado
de relaciones. No lo hacemos
porque nos pese el contenido,
que ocupa todo el espacio
mental administrado para
uso. Al resto, el recorte, lo inacabado
se les administra artificiales
estructuras, reconstituyentes
de aquella animalidad
que clama a gritos por un
intercambio del afuera y el
adentro de cualquier sistema.

Y, así, lubricando los neurotransmisores,
se consigue sincronizar
una narración que, a
la vez que miente, consensúa
evolutivamente una tragedia
de formulación edípica.
Las teorías semánticas del
siglo XX se aferran con pasión
de manual a ello desde que la
fenomenología les sirviera de
apoyo (oh, sentido) y consiguieran
su independencia respecto
de la sintaxis: ese bailar
en cadenas (oh, estructura).
Todos los actantes de una
charla son sospechosos de no
convivir dramáticamente en la
Lingua Mundi y bajo el azote
de la ley, pues la contraparte
es el CAOS, la noche del lenguaje.

El hecho psicopatológico
de que el hombre se moviera
en todas las direcciones posibles
interrumpió los dry
martinis en los claustros de
hace un tiempo, pero ahora esto
ya no pasa más, y el capitalismo
les pone sus duros en el
banco a los que pueden seguir
construyendo su privativa paranoia.
Pero el pensamiento,
ay, sigue operando y el hombre,
todavía (pues todavía
existe neuronalmente), no se
ha desembarazado de un pequeño
malestar afectivo que
puede hacer exceder un enunciado
volviéndolo incomprensible,
un afecto que en un estadio
hiperavanzado de civilización
todavía sigue impidiendo
que la ciencia asevere que
el lenguaje es neutro.

Las matemáticas
lucharon por sobrevivir
pero los números, como
las letras, los humanos y sus
trabajos no existen, son, como
el arte acaso, una acción, o
gesto. Si el automatismo del
lenguaje ha hecho avanzar las
acciones motoras más elementales,
el idioma, esa alianza
con el Estado, ¿debería haber
derivado en una píldora
cosmonáutica que la entelequia
de uno engulle para disertar
y conversar con la entelequia
del otro? Como hay por
siempre jamás la posibilidad
del Monstruo que a la vez que
dice perfora y engulle lo dicho,
tuvo que estudiarse al Tal, y
los científicos de la corte consiguieron
explicar, jadeando
por una congruencia idiomática
que no dejara morir a sus
tecnócratas con ella, y entonces
lo maldito cambió de
domicilio: la población que
engendraba monstruos sobrepasaba
al monstruo propiamente
dicho: la casa de orates
salió de su reclusión y ahora
una sola ecolalia ocupa todo el
espacio de uso. Porque, ¡claro!,
toda esa población neurotizada,
curro para los consensuados
especialistas, una
clientela a la que le va el objeto
de lujo, tipo poesía.

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DAVID FERNÁNDEZ

¿De dónde sale la poesía?
Pregunta tan prohibida como
aquella otra que de hecho se
prohibió en uno de los interplanetarios
congresos lingüísticos
siglo XX: ¿Y el origen del
lenguaje? Cundía el pánico entre los científicos, muchos se
volvían locos o se recluían, especialmente
los que se dedicaron
a desentrañar las claves de
la cuña sumeria y el jeroglífico
egipcio. Debió de ser por esas
fechas que se buscó otra víctima
que, por inusitada, explicara
el negativo de ese modo de
ser idiomático: la creación poética.

¿Qué era aquello de la
poesía? Se dijo “todo es uso”,
se dijo “sólo hay aspectos poéticos”,
se descubrió “el desvío”
para salvar el positivo de la
normalidad lingüística. Tuvo
su sentido, sí, y hasta fue moderna
la teoría, pues integraba
la tesis del “bailar en cadenas”
nietzscheano con su consecuente
subversión de la norma.
“En cadenas”, el hombre
del siglo XXI sigue pudiendo
moverse en toda dirección posible
y hasta en el sótano. Los
academicistas pudieron reglar
para su canon a ciertos locoides.

El arte no hizo ya más que diagnosticarse a sí mismo en
una apercepción trascendental
versión neurosis de avanzada:
Los pobres artistas emplastan
lienzos para poder “ver” o aplican
paletadas conceptuales para
poder “hablar”. Históricas
cadenas. La ralea del alto funcionariado
de críticos posee incineradoras
portátiles para las
intrascendencias.
Pero el baile maldito sigue y
hasta desencaja los huesos, por
momentos es ignoto, inefable,
imposible, inconfesable, por
momentos nada, Vaché, Jlevnikov.

Y como “nada” es una
palabra atrayente, puede hablarse
del derecho a ser nada.
Heráclito vislumbró una gramática
que entraña poética. Al
hombre le resta hablar por entre
el recorte de una boca inacabada
que “dice” esa barroca
potencialidad inventiva que
es gramática poética.
Porque, ¡claro!

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