Con motivo del encuentro que organiza en junio Arteleku en Gipuzkoa, proponemos algunas reflexiones sobre la performance y escuchamos la opinión de algunas artistas.

inforelacionada
La performance se mueve entre
el arte plástico y el escénico para
recuperar la esencia honesta y
transformadora que guarda cada
campo artístico. Produce
obras abiertas, nómadas, libres
en todas sus circunstancias. Se
trata de crear situaciones, de ser
viveurs, como recuerda la artista
Esther Ferrer utilizando la terminología
situacionista. Un individuo
(o un grupo de individuos)
crea una situación vulnerable,
accidentada (como la propia vida),
en un aquí y un ahora, y se
confronta a la otredad, a esa diferencia
con los otros que miran/
participan en un marco estético
concreto.
En el encuentro “A vueltas
con la performance”, que coordina
estas semanas Ferrer en el
Centro de Arte Arteleku (8-19 de
junio de 2009, Gipuzkoa), se debaten dos
aspectos sumamente interesantes
de la performance: las potencialidades
y límites de su enseñanza
formal, y el vínculo indisociable
de esta práctica político-
artística con el feminismo.
Las conclusiones aparecerán
pronto en su web. A la espera,
podemos recordar cómo, de las
acciones de Marina Abramovic
y su sometimiento real a situaciones
físicas, de los trabajos de
Ana Mendieta, o los del colectivo
neoyorquino WITCH, muchas
artistas han creado nuevas
situaciones y mostrado otros enfoques.
Sin escuela, sin teoría,
sin institución. Con intuición.
Para la artista y performer
Nieves Correa, “a principios de
los 60 nuestros abuelos ZAJ
(grupo musical de performance
creado en 1964 por Juan
Hidalgo y Ramón Barce, al que
se uniría luego Esther Ferrer) lucharon
codo con codo con los
abuelos FLUXUS (movimiento
internacional de artes visuales,
musical y literario precursor de
la performance, con John Cage
como punta de lanza) para revolver
el panorama del arte occidental”.
Correa describe las
prácticas performativas en el
Estado español posicionadas
“frente a la cultura oficial que
desde principios de los 80 se impuso
en España con su forzado
culto al objeto, al mercado y al
individuo”, como “una corriente
subterránea que recorre los últimos
50 años de nuestra historia
del arte, basada en la actitud, en
el proceso y en las prácticas efímeras”.
“En la performance todo está
crudo, sin cocinar”, dice Ferrer, quien asocia la creación
con el anarquismo, y entiende
la figura de la performer como
una “perturbadora profesional”.
¿Eso puede aprenderse en
una academia?
Dora García explica que lo
que ahora se llama "performance
" dentro de las artes visual es
tuvo y tiene una relación evidente
con la desmaterialización
del arte, con el rechazo al mercado,
con el rechazo al ‘buen
gusto’ como diferenciador social
y con la necesidad de realizar
un tipo de arte que tenga
una relación directa con el
público, con lo social y lo político.
“Es por tanto lógico que
la noción de performance esté
ligada al arte menos convencional
y complaciente, al más
difícil, al más vanguardista en el sentido de ‘ir por delante’, dice García.
Pero el evidente posicionamiento
anti-establishment de la performance
le hace caer en un
peligro: el arte útil, lo panfletario (en el sentido literal de "panfleto"),
la idea de que el arte ‘debe’
hacer a las personas mejores,
recompensar a los virtuosos y
castigar a los malvados”.
Por eso Dora García se interesa por una performance anti-espectacular, anti-teatral, poco diferenciable de la vida real, “con un público reducido que no necesariamente debe saber qué es lo que está viendo, una performance sin principio y sin final que ocurre a menudo en el espacio público y que tiene mucho que ver con la construcción de la persona en el espacio público de la que habla
Erwin Goffman”.
Happening, live art, body art,
manoeuvres, arte de acción, teatro
acción… Muchas formas de describir
prácticas escénicas y visuales
mutantes que rompen
desde la acción (no contemplación)
otro binomio más, el del
arte-vida.
“Representación, interpretación,
actuación” aparecen en
los diccionarios de inglés como
traducciones literales de la palabra
performance. Pero nada
queda más lejos de este movimiento
artístico que, con menos
de medio siglo de edad,
plantea vías de investigación
escénica desde la conceptualización
detenida de nuestra propia
experiencia, desde lo inefable
y aleatorio del aquí y ahora.
Sin trampa ni cartón.
Porque se trata de ser, no de
representar. Quizás éste es uno
de los retos que el corpus de la
performance plantea al resto de
las artes escénicas. Tenemos un
siglo por delante para incorporar
estas herramientas y cambiar,
entre otras, la situación estática
teatral actual.
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