Ángel González consideraba que la poesía lírica es un
acto impúdico por mostrarnos desnudos ante los
demás. Incansable labriego de las palabras, suyo es el
mérito de contribuir a introducir y consolidar una voz
discursiva y crítica en la poesía española reciente.
- ÁNGEL GONZÁLEZ falleció el 12 de enero / Verisimo Pazos
Encasillado dentro de
la generación del
‘50, sin duda, la nota
más marcada de la obra de
Ángel González es la desesperanza.
El título de su segundo
poemario, Sin esperanza,
con convencimiento,
es un resumen perfecto.
Contemplaba la vida como
una dialéctica entre la ilusión
y la desolación, entre
las que oscilaba. Sin embargo,
de la amargura inicial,
del aislamiento de su primer
libro, pasó a hablar de
aspiraciones y frustraciones
colectivas. Es entonces
cuando aparece el compromiso,
la tendencia ‘cívica’,
en sus poemas. La solidaridad
con el resto de personas
ha sido una de sus bases
ideológicas y literarias.
Su crítica social, derivada
de esa ‘salida al exterior’,
arremeterá contra el clero,
el capitalismo o la burguesía.
Muy especialmente se
ensañó con la dictadura y
todo su entorno. Incidió
igualmente en la ciudad como
centro de alienación,
despersonalización y desaliento;
como espacio sin libertad,
en suma.
Como recursos expresivos,
los más característicos
han sido la ironía, el sarcasmo
y el esperpento. La
ironía le permitió salvar su
desesperanza, o por lo menos
superar en parte su
amargura, y constituyó un
arma constante que exploró
al máximo utilizándolo
con todo tipo de temas y
enfoques. También ha hecho
gala de muchos elementos
‘antipoéticos’ en
sus versos. Esa misma ironía,
las expresiones, la disposición
tipográfica, los incisos
y comentarios que
destrozan la cadencia del
metro son rasgos inconfundibles
y de los que se
sentía orgulloso.
La cotidianeidad
Otro rasgo característico
de la obra de González es
la presencia de lo concreto.
Desde las percepciones
(muy táctiles) hasta el enfoque
del tiempo, pasando
por los gestos, el tono y el
marco, todo gira sobre la
cotidianeidad y lo cercano.
No en vano, se ha hablado
de su poesía como una
poesía “de la experiencia”,
aunque debemos separar
radicalmente sus poemas
de esa tendencia contemporánea
aburguesada y
alienante denominada de
igual manera. Cuando trató
el mundo natural, buscó
reflejar un paisaje sencillo,
de pocos elementos pero
muy definidos, normalmente
en calma. Intentaba,
de este modo, una
identificación fácil del lector
con el entorno.
Destacan como temas
clave en su escritura, por
un lado, el paso del tiempo,
cada vez más presente y
más amargo. Durante toda
su obra fue planteando dudas
sobre la memoria y sobre
la persistencia de los
recuerdos y del amor. Unas
veces las resolvió positivamente,
otras de forma negativa,
y otras muchas sólo
las dejó en el aire.
Y por otro, la infancia.
González recuerda la niñez
con menos dramatismo
que el que realmente
tuvo. Los poemas de
“Ciudad cero” de Tratado
de urbanismo, muy apreciados
en general, muestran
perfectamente ese
contraste entre la inocencia
y el dramatismo del
exterior.
Su confirmación de la inutilidad
de las palabras le
llevó a escribir textos intrascendentes,
anecdóticos.
Los juegos conceptuales,
sintéticos y de palabras,
que utilizó desde sus primeros
textos, adquirieron así
un tono humorístico, aunque
también contenían una
carga trascendente.
Antes de finalizar, debemos
mencionar su
metapoesía. Siendo una
persona muy coherente
en su poética, que siempre
la ha respetado aunque
enfocándola desde
distintos ámbitos, reivindicó
que la metapoesía no
era un invento de los novísimos
(a quienes criticó
en abundancia) sino algo
propio de la poesía, y él,
como poeta de palabra
consciente, podía y debía
reflexionar sobre su labor.
Quedan sus impresionantes
versos para ello.
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