AUDIOVISUAL
Santiago Álvarez, la genialidad del artesano

El historiador cinematográfico George Sadul dijo de Álvarez que era un “hombre fundamental en el
que siempre destaca la fuerza de sus imágenes”. Repasamos la carrera de quien fue nombrado
“maestro perenne” de la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.

23/04/10 · 0:00
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Santiago Álvarez (La Habana,1919-1998) es de esos hombres
que podría presumir de grandeza,
pero su coraza humana
enarboló el manto de la humildad.
Lo conocí cuando las canas
le poblaban la envoltura de
su pelo y su postura de acento
sereno avistaba la pose de un
sabio curtido por la ruta de la
vida. Con 15 años fue aprendiz
de cajista y linotipista. Su pasión
por la radio lo llevó a dirigir
una hora dominical en dos
emisoras. Su marcha hacia
Estados Unidos le trajo la experiencia
de lavaplatos y el duro
batallar en las minas de carbón
de Pensilvania.
Tras el triunfo de la Revolución
en 1959, Álvarez regresa a
Cuba y funda junto a otros intelectuales
la sociedad cultural
Nuestro Tiempo y el Instituto
Cubano del Arte e Industria
Cinematográficos (ICAIC), donde
creó el departamento de cortometrajes
y dirigió el Noticiero
ICAIC Latinoamericano durante
más de 20 años. Autor de 600 noticieros
y casi 120 documentales,
se podría afirmar no obstante
que fue un creador con una
arrancada tardía, pues su primera
obra la hizo con 42 años.


Su documental Now (1965)
aborda la discriminación racial
en Estados Unidos. Esta pieza
cinematográfica está considerada
por los especialistas del
género como pionera del videoclip.
Este trabajo, de tan solo 6
minutos, discurre bajo la voz incorruptible
de la cantante Lena
Horne. Prima el contrapunto
imagen/banda sonora, tejido con precisa contundencia, para
convertir el discurso en una cerrada
denuncia. Es un filme
construido bajo la estética de
un artesano que no desecha nada,
por muy intrascendente que
pueda parecer. En un breve espacio
de tiempo toma prestados
fragmentos de periódicos,
imágenes de telediarios y fotos
que configuran un texto genuino
y renovador dentro del lenguaje
cinematográfico. Su lente
se centra en un capítulo de la
tragedia humana, distante del
espectador que persigue el
morbo de la tragedia como espacio
de goce, como puerta de
diálogo vacío. Apunta con precisión
ante el horror de un período
de la historia de los EE UU,
ejemplificado en la filosofía reaccionaria
de su gobierno y el
extendido movimiento del Ku
Klux Klan.
En 79 Primaveras (1969), dibuja
con acertada nitidez uno de
los conflictos bélicos más horrendos
de la historia: la invasión
del ejército norteamericano
al pueblo vietnamita. En este trabajo
revela su estética, que roza
la artesanía del concepto, la concisión
del mensaje y una puesta
en escena que busca la culminación
de una idea central. En un
singular apartado del texto fílmico,
cuelga algunos fotogramas
de soldados caminando por
las selvas vietnamitas y, en contrapunto,
pone en un pedestal el
sonido de ametralladoras para
al final destruir el fotograma.
Álvarez definió su relación
con el género de esta manera:
“El cine documental no es un
género menor, como se cree, sino
una actitud ante la vida, ante
la injusticia, ante la belleza y es
la mejor forma de promover los
intereses del Tercer Mundo”.
En la mayor parte de su obra de
cine documental, está ausente
la entrevista. En la construcción
dramatúrgica de su trabajo recurre
a las letras de las canciones,
a la música y a una diversidad
de elementos expresivos
que lo definen como artista renovador,
un experimentador
del género, distante del tono
convencional que fatiga el acto
creativo. Su discurso periodístico
es incisivo y su obra se potencia
por su genialidad como
artesano del montaje.
Sobre la perenne dualidad
entre arte y política Santiago
definía: “La eficacia artística y
política de una obra cinematográfica
reside fundamentalmente
en la clara posición ideológica
con que ha sido realizada,
porque en definitiva la forma
se hace hermosa cuando se
basa en un contenido hermoso
y no se es artista revolucionario
si se produce un divorcio entre
contenido y forma”.

Su visión de la revolución cubana

La guerra necesaria (1980) recoge, desde la estructura del testimonio, los antecedentes
y la preparación que motivaron la Revolución Cubana. La obra se rodea
del intimismo de sus narradores e interlocutores para desdoblar los comprimidos
hechos convertidos en historia, en realidad presente. La palabra de Fidel Castro,
Juan Almeida Bosque o Celia Sánchez Manduley, se enriquece con el verso emotivo
de los colaboradores que en México participaron en la preparación de la epopeya.
Álvarez dibuja la fotografía de este documental, hurgando en los perfiles de
sus interlocutores, en la gestualidad de sus pausas, en la potencia o nitidez de
sus voces, favoreciendo la contribución de los testimonios, eje central de esta
obra que contó con «actores de excepción». Este film no renuncia a la dramaturgia
de la música de Leo Brouwer, Silvio Rodríguez y del propio Almeida Bosque,
autor de importantes piezas de la música cubana, que subraya y enfatiza el sentido
de filme, que se define en sí mismo como documento.

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