Nadie espera que la llamada primavera valenciana sea el germen de un Soviet supremo de obreros y campesinos. Igual que tampoco nadie espera que porque el Mirandés se haya plantado en semifinales de Copa vaya a desmontarse el negocio especulativo e insostenible que es el fútbol profesional. Sin embargo, son chispazos de esperanza: si algo pasa una vez puede repetirse, incluso puede extenderse.
Nadie espera que la llamada primavera valenciana sea el germen de un Soviet supremo de obreros y campesinos. Igual que tampoco nadie espera que porque el Mirandés se haya plantado en semifinales de Copa vaya a desmontarse el negocio especulativo e insostenible que es el fútbol profesional. Sin embargo, son chispazos de esperanza: si algo pasa una vez puede repetirse, incluso puede extenderse. Una, cien, mil primaveras valencianas y otros mil Pablos Infantes goleando a equipos endeudados hasta las cejas, que chupan del dinero público y deben millones a Hacienda, con los que bien podría pagarse la calefacción de esos estudiantes, o las grapas que cierren sus cabezas abiertas a porrazos, de esas que nunca tendrá el que debe millones y sí el que debe un puñado de euros de su hipoteca.
Estas historias, al contrario de lo que pueda parecer, no son anécdotas, son grandes hitos inspiradores, y lo son porque invitan a pensar y a soñar, a desafiar lo que parecía imposible. El todopoderoso se tambalea y siente miedo, por una vez se ve vulnerable, mientras el humilde saborea efímeramente la victoria y se empodera, aun a sabiendas de que el sueño acabará pronto y violentamente. En Miranda o en Valencia Pero el final es lo de menos, ese espíritu romántico y rebelde es lo importante.
Todo el pueblo, todo el barrio animando a los suyos, ganen o
pierdan, y además con una organización democrática
y austera. La propaganda por los hechos
es la mejor propaganda posible. Un pequeño
chispazo que se extienda imparable y que, cuando
se apague, deje una experiencia en forma de
cenizas que ayudarán a encender la próxima revuelta.
Cada rebelión, una derrota, y cada derrota,
la utopía un poco más cerca. De Barcelona a
Valencia, de Miranda a Basilea, en la vida y en el
fútbol, valga la redundancia.
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