Música
Reggae sista: Heavy Load

La intersección entre la desigualdad, la lucha postcolonial y la discriminación hacia las mujeres cobra una fuerza inusual en el reggae, donde cada hit se entona con voz propia.

16/08/13 · 8:21
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Cuando Prince Buster, en su prólogo para el clásico Bass Culture de Lloyd Bradley, define la música reggae como “protesta contra la esclavitud, la clase, los prejuicios, el racismo, la desigualdad, la discriminación económica y la falta de oportunidad que la población jamaicana sufre bajo la colonización”, omite la lucha contra el machismo, otra forma universal de opresión que crea circuitos aún más sofocantes para las mujeres, ya de por sí atravesadas por esas otras lacerantes variables. Como propone Audre Lorde, en el deseo de conseguir justicia y la liberación no debe existir una jerarquía de opresiones, sino que la lucha contra la discriminación ha de hacerse desde y hacia todos sus frentes. Y es que dentro del reggae, tanto en su origen como en su viaje y posterior transformación, las mujeres han tenido que hacerse escuchar en un entramado de tesituras marcadas por la violencia, la precariedad, el lastre postcolonial y la autoafirmación de la identidad negra.

En la era rude boy, durante los años 60, cerca del momento histórico en el que nacería el estilo que desde la pequeña isla de Jamaica iba a transformar la cultura sonora a gran escala geográfica, algunas grandes estrellas del rocksteady crearon melodías que hoy son eternos clásicos. Por aquel entonces, Phyllis Dillon compuso y grabó para el mismísimo Duke Reid (Treasure Isle) el hit Don’t stay way. Tenía 19 años y con esa forma de cantar casi de puntillas marcaría a toda una generación. La propia Dillon admitió que una vez entendió el funcionamiento de la industria musical en Jamaica, asumió que era mejor permanecer siempre con el mismo ladrón –refiriéndose a Reid– puesto que todos robaban igual. Dillon nunca vio ni un céntimo por parte de su padrino. Esto también les pasaba a los hombres, pero no hay que olvidar que durante esos años las bandas de rude boys campaban a sus anchas en las calles, usando la extorsión como arma cotidiana y construyendo una sociedad basada en la violencia. Incluso más tarde, el poder político también se jugaría con esas mismas cartas, y entraron en conflicto otros intereses económicos como la caña de azúcar y la droga. Qué duda cabe que en una industria corrupta, en la que ostentar criminalidad significaba respeto, las autoras y cantantes femeninas no tenían mucho a su favor. Y aun así muchas sobrevivieron y sobresalieron. Marcia Griffiths, Hortense Ellis, Dawn Penn. Esta última, en 1967, grabó para Studio One You don't love me- No, no, no, que aún hoy nos hace bailar.

Sister’s chant

Los 70 fueron un momento de explosión y crecimiento del reggae. Early, Roots, Rub a Dub, Dancehall. En todas sus ramificaciones las mujeres fueron encontrando su lugar de creación y batalla. Y no debió ser fácil. Por aquel entonces el rastafarianismo se afianza como forma de resistencia espiritual y política. Una toma de conciencia colectiva de la identidad negra, con los ojos puestos en África, la tierra prometida. Pero el movimiento Rasta imponía estrictas normas para las mujeres, quienes debían ir respetuosamente a la zaga de sus hombres y cuya función en la comunidad era primordialmente reproductiva. Mostrarse como líder o ser abierta en su sexualidad supondría el doble desafío de ir en contra de la doctrina Rasta y formar parte del opresor Babylon, traicionando lo más sagrado de su negritud.

Por eso el álbum Black Woman (1979), de Judy Mowatt, es un hito musical y político surgido tras su reflexión acerca de la brutalidad de la esclavitud, especialmente la sufrida por las mujeres. Mowatt, corista de Bob Marley junto a Marcia Griffiths y Rita Marley, cansada de no poder realizarse como artista, decidió tomarse la justicia por su voz y  despegó en solitario. Su carrera tomó fuerza junto a Sonia Pottinger, única mujer en el territorio masculinizado de la grabación y la producción en el estudio. Pottinger moldeó con su personal toque innumerables piezas de artistas de la talla de Ethiopians, Errol Dunkley y Culture, dejando un hermoso legado, erigiéndose en su condición de mujer como una total excepción en el mundo de la industria.

En otro de los terrenos vetados a las mujeres, las pistas de baile, donde tal y como ella misma recuerda no se permitía la presencia femenina en mayoría de hombres, surge Sister Nancy.  La insólita figura, la “only DJ woman with degree”. En la disco las mujeres sólo se hacían con el micrófono una vez todos los hombres hubiesen acabado de tostar. Al principio gracias a su hermano mayor que la acompañaba, y luego gracias a su particular timbre y estilo reivindicativo, Sister Nancy se hizo a su medida, en una trayectoria personal prácticamente sin mánagers. Aunque no fue la única. Al otro lado del charco, Ranking Ann encarna una de las apuestas femeninas más firmes con temas como Liberated woman,  manufacturados en Ariwa. En sus letras enfrenta la cuestión de raíz, e incluso en su Femenine gender declara no ser feminista, atacando al etiquetado que pudiera reducir su actitud, un claro desafío a las relaciones de poder. Ranking Ann conecta sus múltiples raíces, África-Jamaica-Inglaterra, y representa a esa generación caribeña que migró a Inglaterra tras los devastadores efectos de la Segunda Guerra Mundial.

En esta “colonización a la inversa”, según la poeta Louise Bennet, el cruce de identidades marca toda una generación de artistas cuyos anhelos se canalizan a través del conocimiento de la experiencia negra en todas sus formas. Nace el Lovers Rock. En el espasmo del racismo, el sentimiento de pertenecer a un lugar y el florecimiento cultural. Brown Sugar, Janet Kay, Sandra Cross y un sinfín de voces de seda producidas, entre otros, por la gran fábrica de Dennis Bovell. Resuenan con fuerza y sensibilidad, colándose en lo más íntimo, en el inexistente espacio entre dos cuerpos que bailan sin apenas moverse. El sonido UK ha ido mutando y aderezándose, aunque siempre fiel a la suavidad de las melodías, sin perder magnetismo ni fortaleza. Abacush, esa banda integrada por mujeres, son prueba de ello. Y Aisha, la niña que se crió entre altavoces, y se convirtió en esa indomable ‘Daughter of Zion’ de la mano del genio Mad Professor.

El reggae, un canto contra la injusticia y la esclavitud, una búsqueda de identidad colectiva, ha traspasado fronteras geográficas e industriales inimaginables. Las ‘sistas’ de hoy son herederas de quienes, en su día, hicieron de la marginalidad un espacio para la creación y la invención de nuevas propuestas. Con permiso de Aisha y reformulando sus palabras, no es que estas mujeres soporten una carga pesada, sino que, más bien, lo son. //

Macho power y homofobia

Aunque el tema merece capítulo aparte, cabe destacar que algunas formas de reggae, como el dancehall, están experimentando nuevas (antiguas) formas de represión. Y la máxima expresión del macho encuentra su punto álgido promulgando la homobofia. La eficacia revolucionaria de este arte queda, cuando menos, en entredicho, puesto que se persigue la justicia creando nuevas formas de opresión. Al menos una persona del mundo del reggae se ha posicionado musicalmente a favor de la libertad de elección sexual. Ella es Tania Stephens, que con su Do you still care compara la extorsión hacia las personas homosexuales con el Ku Klux Klan.

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