"Hace mucho tiempo, el poder tomó una decisión intolerante contra los cómicos, a los que expulsaron del país. Actualmente, actores y compañías teatrales tienen dificultades para encontrar escenarios públicos, teatros y espectadores, todo por culpa de la crisis”.
"Hace mucho tiempo, el poder tomó una decisión intolerante contra los cómicos, a los que expulsaron del país. Actualmente, actores y compañías teatrales tienen dificultades para encontrar escenarios públicos, teatros y espectadores, todo por culpa de la crisis”. Así comienza el manifiesto que este año ha escrito el dramaturgo italiano Dario Fo para conmemorar el Día Mundial del Teatro. Pero poco hay de celebración y mucho de reivindicación para unas artes, las escénicas (no solo teatrales), que se están comiendo el roscón de la dictadura neoliberal en materia cultural.
Dario Fo recuerda lo que sucedió durante el siglo de la Contrarreforma: “el gran éxodo de actores de La Commedia dell’Arte después del desmantelamiento de todos los espacios teatrales”. El escritor comparte al final de su texto un temor profundo hacia una nueva caza de brujas “especialmente contra la gente joven que desea aprender el arte del teatro: una nueva diáspora de cómicos que, desde tal imposición, sin lugar a dudas, provocará beneficios inimaginables para el bien de una nueva representación”.
En la actualidad en el Estado español, los trabajadores de la cultura también dicen “no nos vamos, nos echan”. Aunque en los últimos cinco años hayan empezado a emerger nuevos espacios, laboratorios y grupos, viveros culturales urbanos y rurales, que se plantean desde las premisas de la cultura libre, otras formas de producción, distribución y exhibición de sus trabajos. Y por ahí surgen formas de expresión escénicas más híbridas que van en la misma dirección que los movimientos sociales de base, comparten su resistencia a la esquizofrenia del mercado y repiensan desde la práctica no sólo las formas de creación artística, si no las propias formas de vida. Lo que sucede es que por estos entornos de pensamiento crítico y disidencias se ve poco a los y las teatreras.
Más allá del IVA
El 21 de marzo la Federación Estatal de Asociaciones de Empresas de Teatro y Danza (FAETEDA) hacía público su informe económico sobre el estado de la cuestión de las artes escénicas, que calificaba de “gravísimo deterioro”. Desde septiembre de 2012 (con la subida del IVA para estas actividades al 21%), el sector ha perdido 1,8 millones de espectadores (un 55,6% de descenso de público) y ha dejado de ingresar 33,3 millones de euros de recaudación neta (un 61,4% menos).
La reivindicación de FAETEDA se centra en exigir de nuevo al gobierno un impuesto reducido. Pero la crítica debería ir más allá, porque es la estructura pública la que debe ser repensada globalmente en un contexto de privatización de la cultura y de aplicación del modelo anglosajón de gestión privada de espacios públicos.
En Madrid, La Noche los Teatros, cuya coordinación vuelve a delegar el Ayuntamiento de Madrid a la empresa La Fábrica, incluye descuentos del 40% en la cartelera para la noche del viernes 29 de marzo (un miércoles como hoy sería menos rentable). Después del primer golpe de efecto, queda la sensación de que este macroevento trata al público como borregos ("me pegaré el día haciendo colas para ver algo") y a los trabajadores de la cultura como obreros explotados de los escenarios ("estoy agradecida porque han contado conmigo para esta noche, los 364 días restantes ya me las apañaré").
Más allá del perjudicial aumento del IVA en materia cultural, toca un poco de autocrítica. A ver si espabilamos. La mayor parte de la gente teatrera, “de la profesión”, “del gremio”, se mantiene en la queja inmovilista, se mantiene (¿inocente? ¿ignorante?) al margen de los debates sobre cultura libre, sobre derechos de autoría, sobre nuevas formas de producción y gestión escénica. No hay movilizaciones desde las escénicas que vayan a la estructura de la cosa, a pesar de valiosos intentos como los de las Comunidades Creativas Ahora.
La mayor parte de la gente “de la profesión”, “del gremio”, se mantiene en la queja inmovilista, se mantiene al margen de los debates sobre cultura libre
Los y las trabajadoras escénicas deberían reflexionar sobre la situación más allá de su ombligo/ego. Y ser más valientes. Unirse entre ellas y con otros trabajadores de la cultura, y echar un órdago al poder para reclamar unas condiciones laborales dignas (así consiguieron lo que consiguieron los intermitentes del espectáculo en Avignon en 2003, aunque en Francia la cuestión no está para tirar cohetes diez años después), conseguir que no haya compañeros 'lameculos' en lista de espera, dispuestos a hacer el trabajo sucio y precario en cuanto haya “hueco”.
Un ejemplo actual es el de la empresa Clece, del grupo ACS de Florentino Pérez, la que se ha acuñado en este país el concepto de “empresa multiservicios” y que empezó con la limpieza de todo tipo de lugares. Clece gestiona hoy en la Comunidad de Madrid espacios públicos como los Teatros del Canal de Madrid, o el recién renovado pliego a subasta para el paquete 3x1 (Centro de Humanidades de La Cabrera, Centro Cultural Paco Rabal y Teatro de la Universidad Carlos III), con la correspondiente reducción de plantilla y sueldos.
Empezar de nuevo
Quizá sea mejor quedarnos todas sin trabajo y empezar de nuevo, en lugar de vivir con el miedo a perder un puesto de trabajo que nos encadena a multitud de contradicciones y conflictos sociales y éticos. Como dijo Judith Butler, el abandono económico y la desposesión que sigue a la institucionalización de racionalidades neoliberales, así como las diferentes formas de producción de precariedad son análogas a la esclavitud.
Dentro de un proceso constituyente global en el Estado español, es urgente movilizarnos por nuestros derechos culturales, defender (igual que la sanidad, la educación y la ciencia) la cultura pública, la cultura como un recurso al que tenemos derecho. Y entronco esto con dos preguntas: ¿Cómo se percibe la dotación económica para actividades culturales? ¿Cómo se perciben las condiciones económicas de los trabajadores de la cultura? Porque es grande el salto de lo que podemos pensar a lo que realmente es. Algo digno de un estudio de percepción social de la cultura, a la misma altura que la denostada ciencia.
Dentro de las urgencias de nuestro tiempo, en un contexto de crisis económica, social y territorial, es imperativo defender el bien común y reducir las desigualdades también desde la interseccionalidad de la cultura y las políticas públicas. Porque las políticas culturales también son poderes que organizan la vida, también son biopoderes.
Y a estas alturas del texto cae una mención al anteproyecto de Ley de Propiedad Intelectual, aprobado el pasado 22 de marzo en Consejo de Ministros. Una ley de gran calado que no provoca ni el interés ni la crítica de los trabajadores teatrales. Y eso que nos afecta por todos los costados, como productoras y como usuarias de la cultura.
Repitámoslo este 27 de marzo de 2013. Frente al desmantelamiento y mercantilización de las estructuras públicas, frente a la aniquilación de presupuestos públicos en pos de fundaciones y chiringuitos privados, es necesario un trabajo de base colectivo que regenere el espacio público cultural, reinvente y se reapropie de las estructuras de lo público (presupuestos participativos, transparencia, autogestión, estabilidad, empleo cultural...)
Se trataría a fin de cuentas de conseguir la promoción real de leyes y planes de fomento de la cultura (la Asociación de Directores de Escena de España lleva años haciendo para que se apruebe una Ley del Teatro), así como reforzar las estructuras públicas de apoyo a cooperativas y asociaciones cuyo objetivo no es el ánimo de lucro y generan empleo cultural desde la perspectiva de la economía social y de la cultura libre. Y en todo esto, la disidencia creativa es fundamental.
Toma rapapolvo para el Día Mundial del Teatro.
Gracias por haber llegado hasta el final. Ahora toca actuar.
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