Charlamos con David G. Panadero, crítico literario,
director de la colección Calle Negra, factótum de la
revista ‘Prótesis’ -todo ello de género negro-, además
de crítico cinematográfico y autor de varias monografías
(‘Tim Burton. Diario de un soñador’ o ‘Ed Wood’).
- Foto : A.G.T.
DIAGONAL: ¿Qué aporta o
puede aportar la novela negra
a la sociología?
DAVID G. PANADERO: Partamos
de que la novela negra
es una novela social. En la novela
negra suele haber un enigma -un crimen, una cantidad
de dinero extraviada, una situación
de injusticia que no se
endereza-, pero el enigma no
se resuelve al cerrar el libro; es
más, se van encadenando los
enigmas para demostrarnos
que las respuestas no son individuales
sino sociales, que el
origen de la corrupción nace
del cuerpo social visto en su totalidad.
Alguien muere y no
aparece un responsable claro;
lo que sí parece claro es que
hay una responsabilidad social
compartida.
Me remito a la clásica
Cosecha roja, de Hammett.
El detective no trata de aplicar
ideales de justicia ni va revestido
de falso romanticismo.
El detective es un simple
trabajador que obedece órdenes
de sus superiores, aún
cuando ni siquiera las comprende.
Rara vez juzga a los
que le rodean como si fuese
un mesías. Sólo hace su trabajo.
No aspira a descubrir
grandes verdades, si acaso a
ir viendo la madeja de intereses,
las relaciones de corrupción
que se tejen.
Si bien la novela negra es
una novela social, su aportación
a la sociología es muy valiosa,
aunque carente de método.
Tiene más importancia
para el autor de novela negra
captar los fenómenos que experimenta
en la calle que establecer
una teoría apriorística.
Aunque hay de todo, claro.
D.: Hay una tendencia, en última
instancia, a la restauración
del orden (detenciones,
exaltación de la labor policial,
etc.), ¿no?
D.G.P.: No siempre ha sido
así, y creo que el hecho de que
haya novelas de ‘vuelta al orden’
y novelas de ‘exaltación
del caos’ obedece a circunstancias
históricas y sociales
concretas. Depende mucho
de lo que está sucediendo en
cada momento.
En los ‘violentos años ‘20’,
con el nacimiento de los pulp
y la aparición de la novela negra
en Norteamérica, primaba
un punto de vista muy crítico
con la sociedad y sus instituciones.
Parece que el icono
del self made man había
encontrado su parodia inmisericorde
en la figura del
gángster, figura fascinante
para los lectores y para el ciudadano
medio en general porque
no sufría la precariedad
laboral y además podía desafiar
impunemente a las autoridades.
Y gastar trajes de la
mejor moda.
Cuando en los años ‘50, en
los Estados Unidos, aparece
la novela de procedimiento
policial con Ed McBain, se
empieza a dar una reivindicación
de las fuerzas de seguridad.
Es lógico: tras la Segunda
Guerra Mundial, América
se encontraba cohesionada
frente a los totalitarismos,
y la sociedad había
superado en gran parte sus
crisis económicas. Es razonable
que en momentos de fuertes
disfunciones sociales se
exalten las figuras marginales,
y en momentos de tranquilidad,
se desee perpetuar
el orden establecido.
En España, los escritores
de novela negra que surgieron
en la Transición han sido
fuertemente combativos, en
muchas ocasiones ligados al
periodismo y también a movimientos
políticos clandestinos.
Es razonable también
que, superada la dictadura,
hacia finales de los años ‘80
nuestros escritores relajasen
el tono. En esos años aparecieron
novelas muy significativas,
como Carne fresca, de
Mariano Sánchez, la saga de
Brigada Central, de Juan Madrid,
o Barcelona Connection,
de Andreu Martín, que vienen
a contemplar a los policías no
ya como los agresores de antaño,
sino como funcionarios
que cumplen su trabajo cada
día. En la actualidad tenemos
dos novelistas que los retratan
incluso con algo de simpatía:
Alicia Giménez Bartlett
y Lorenzo Silva.
Sí, ahora mismo vivimos
un momento tranquilo, quizás
demasiado relajado, en
el que la novela negra no
cuestiona grandes temas y
corre el riesgo de volverse
conformista. Ya llegará el
momento. Quizás la novela
negra sea una respuesta espontánea
a las situaciones de
crisis, y muchos de los actuales
autores no viven el mundo
que les rodea como un
mundo en crisis, sino como
un mundo estable.
D.: ¿Qué innovaciones se están
produciendo en el género?
D.G.P.: Son las que vemos en
cualquier campo narrativo, sobre
todo la incorporación de la
mujer, tanto en el papel de
protagonista como de autora y
lectora. Y, como pasa en muchos
campos, se están marcando
seriamente las distancias
entre Europa y EE UU.
Quizá por cultura, por costumbre
o por política editorial, los
estadounidenses siguen teniendo
las claves del best seller -citemos a Michael Connelly-,
mientras que los europeos saben
seguir el concepto pero
personalizándolo. Cada vez
hay más autores en Europa
que, como Mankell, como Lucarelli,
saben dar un sabor localista
a su prosa y reivindicar
el pasado y las tradiciones.
Aunque siempre fue así, ¿no?
D.: ¿Por qué los ‘bajos fondos’
y la miseria siguen siendo sólo
ficción para algunos?
D.G.P.: Creo que la relación
que la opinión pública tiene
con el mundo de la delincuencia
y los bajos fondos va cambiando
con el tiempo, y si hace
20 o 30 años ver películas
de delincuentes juveniles era
“lo más’, ahora la cosa está
cambiando mucho. Ya no se
exalta tanto la épica del delincuente
y cada vez se subraya
más la indefensión del ciudadano
medio, que puede acabar
dando respuestas violentas
a su entorno. Casi vaticino
que en la autodefensa
desbocada, al estilo de Taxi
Driver, tenemos un posible
argumento de futuro para la
novela negra.
Antes, recurrir a este tipo
de ficciones era una forma de
acercarse a la parte más desagradable
de nuestra sociedad,
porque existía esa frontera
entre clases altas y proletariado,
entre barrios adinerados
y poblados chabolistas.
Ahora no creo que sea así,
pues vivimos en la ‘sociedad
de bajo coste’ en la que todos
somos mileuristas, la economía
se ha globalizado y la criminalidad
también.
Ahora existen delitos que
antes resultaban impensables;
desde los sicarios que
hacen un viaje relámpago a
España para un ajuste de
cuentas hasta las redes de
prostitución, que se remontan
a Asia o los países del este. Y
al margen de ese mundo delictivo
estamos la considerada
clase media, mileuristas o ‘sociedad
de bajo coste’ saliendo
del paso en situaciones laborales
precarias. Creo que todas
estas circunstancias hacen
que convivamos con la
miseria y la delincuencia con
otra mentalidad.
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