Por la abolición de apetitos

Una enmienda radical al deseo: cuatro pasos hacia la libertad y la llamada “huelga humana”.

20/06/13 · 8:48
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1. El deseo oscuro del objeto.

Cuando Baruch Spinoza dijo aquello de “el deseo es la esencia del ser humano”, añadía al final una idea no menos interesante: “Aquí entiendo, pues, bajo la denominación de ‘deseo’ cualesquiera esfuerzos, impulsos, apetitos y voliciones del hombre, que varían según la variable constitución de él, y no es raro que se opongan entre sí de tal modo que el hombre sea arrastrado en distintas direcciones y no sepa hacia dónde orientarse”.

Spinoza estaba lejos de pensar el deseo como algo limpio, como algo puro que nos ha de conducir a un espacio conquistado de libertad. El deseo es una cosa sucia, abyecta, oscura. El deseo es un apetito ambivalente y que atraganta. Aunque superes la pulsión de desear lo que no tienes, y logres liberarlo como potencia positiva, el deseo te puede llevar a la quiebra. A la quiebra afectiva o a la quiebra financiera.

A lo largo de los siglos, hemos visto cómo todo tipo de deseos han producido monstruos abominables. Toneladas de artefactos, gestos y dispositivos deseantes convertidos en sujeto colectivo adocenado (nación o Estado) o en producto de la maquinaria cultural (Hollywood o la HBO). El amor romántico convertido en institución familiar, el amor libre convertido en reglamento normalizador, la liberación sexual convertida en políticas de identidad. Me deseo, te deseo, se desean, la deseo. Me, te, se, la. Deseos subordinados, de­seos subsumidos, deseos que nos despojan de nuestra capacidad de resistir y reaccionar. El deseo convertido en objeto. El deseo oscuro del objeto. Gritemos juntos: “¡Si la fuerza de trabajo fue convertida en mercancía, la potencia deseanteya es pasto de las plusvalías!». 

2. Trabajo para calmar el ham­bre, pero cuanto más trabajo más hambre tengo.

No hay libertad ya dada, no hay derechos ya dados, no hay emancipación que no se consiga luchando El trabajo es un chantaje a nuestro estómago. Dejar de trabajar por dinero sería perfecto, morir de hambre... habría que hablarlo. Todo trabajo, tanto el que produce objetos, servicios o experiencias como el que se ejerce para cuidarnos y hacer la vida vivible, es una trágica expresión de que queremos perseverar en este mundo. Y es que hay algo que tenemos en común hombres y mujeres de toda época y todo territorio. No importa género, raza, clase social o posición política. Todas, absolutamente todas las vidas humanas que han pisado la tierra han compartido una esencia: el hambre. De los millones de vidas que puedas conocer, recordar, leer o siquiera pensar que existieron, nunca encontrarás una sola que sin comer haya podido subsistir. Cuánta obediencia, miedo, sufrimiento y dominación se han entendido bajo este hecho. Incluso un sujeto despojado de todos sus aprioris, incluso si tenemos tiempo para pensar la ontología del ser, en algún momento nos traicionaría la idea de que ese ente tendría un estómago que pediría alimento. El animal social de Aristóteles tiene hambre. El hombre sin atributos de Musil tiene hambre. El superhombre nietzscheano tiene hambre. El Gran Ser de Comte tiene hambre. Hasta el dasein heideggeriano tiene hambre. El largo encuentro para salir del “estado de naturaleza”, la negociación en ese espacio abstracto donde los contractualistas han pensado cómo producir ley y norma, sería imposible sin algo que llevarse al buche. Acordar un contrato social sería imposible sin bocatas de jamón. Sin necesidad de oírlos, sabemos que miles de estómagos gruñen cada segundo. Ésa es nuestra esencia, una esencia que ha sido usada vilmente para hacernos trabajar.

3. Libertad.

Las personas partimos de posiciones desiguales, a no ser que una correlación de poderes intervenga para igualarlas. Esa correlación de poderes puede tomar forma en un tipo de Estado. No hay libertad ya dada, no hay derechos ya dados, no hay emancipación que no se consiga luchando. Inhabilitados para conseguir derechos, aborrecidos de la forma Estado, romperemos la esencia de nuestra existencia. Rousseau casi tenía razón: nacimos libres, pero hemos sido encadenados por nuestros propios apetitos. Deseamos no tener que amar, deseamos no tener que comer, deseamos no tener sexo, deseamos no tener que desear pero... deseamos ser libres. ¡Abolición de apetitos ya!

4. Huelga humana.

Gritemos juntos: “La huelga de hambre está muy trillada, la huelga de deseos es una tronada, ¡huelga humana! ¡huelga humana!”.

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comentarios

1

  • |
    Rosa
    |
    20/06/2013 - 5:58pm
    Yo no deseo dejar de tener que comer. Me gusta comer. Pero entiendo que hay gente que no comparte este interés... Tranquilo, pronto habrá alternativas a &quot;comer&quot;, por lo menos tal y como hoy entendemos este verbo. &iquest;Conoces a Rob Rhineheart? ;)&nbsp;<a href="http://www.vice.com/es/read/rob-rhinehart-no-piensa-volver-a-comer-en-su-vida">http://www.vice.com/es/read/rob-rhinehart-no-piensa-volver-a-comer-en-su-vida</a><br />
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