Se despidió como Amparanoia, pero ahora, Amparo Sánchez vuelve con
catorce canciones hondas y melancólicas. Charlamos con ella acerca de
esta nueva etapa, de las fronteras y de dónde queda el porvenir.
“He querido presentarlo con
mi nombre porque lo he sentido
así”. Así habla Amparo
Sánchez de su nuevo proyecto,
Tucson-Habana, su reaparición
desde que dijera adiós a
Amparanoia en un concierto
en San Cristobal de Las Casas
(Chiapas, México). Cuando
apuró esa copa, Amparo se
marchó a La Habana, donde
surgió el borrador de lo que
hoy es su primer disco con su
nombre de pila.
El disco nació en parte para
abrir un nuevo ciclo y en parte
para cerrar una época difícil,
como reconoce la que fue el alma
y el corazón de Amparanoia
y antes de Ampáronos del
Blues. “El álbum nace de un
momento especial, de recogimiento;
duro, porque te sientes
débil, y bajo. Las canciones
me fueron salvando”. Y de
canciones va precisamente
Tucson-Habana, que suena
menos a fanfarria y más a eso
que los críticos llaman intimismo,
algo que se traduce en que
la rumba de su etapa ‘paranoica’
cede paso al bolero y a los
ecos de grandes cantantes negras
como Ella Fitzgerald y
Dinah Washington.
Para grabarlo, Amparo contó
con la colaboración de los estadounidenses
Caléxico. Todavía como Amparanoia
se marchó a Tucson (Arizona)
donde este combo tiene su
estudio. Iba sin una idea fija,
según nos comenta, y allí,
aparte de un camino que sirviera
para encauzar su estilo, encontró a gente
“que dedica su vida a tareas de
ayuda a quienes intentan cruzar
la frontera por esa parte;
hay asociaciones que están esperando
a los que han conseguido
llegar al Norte para ayudarlos,
pero también hay camiones
para llevarlos a trabajar
ilegalmente a quien sabe
dónde”.
La vida en la frontera
Al hablar de las líneas artificiales
que separan a la humanidad,
Amparo adopta un tono
grave, “la frontera es un reflejo
muy cruel de la sociedad
en la que vivimos. Tanto para
quienes nos sentimos impotentes
al verlo como para los
que luchan por llegar a su lugar
de destino, adonde muchas
veces no llegan o si lo
consiguen es para ser explotados”.
Ese espíritu de los invisibles
ha calado en cancio-
nes como Turista accidental o
Corazón de la realidad, no
siempre a nivel semántico sino
que se aprecia en la lenta
cadencia, en las trompetas
que retratan un paisaje de una
rara belleza, probablemente
lleno de cactus y vacío de todo
lo demás salvo de esperanza.
“Hay una melancolía y una
tristeza y un dolor que estaba
también en las letras”, reconoce
Amparo, “y se unía así,
de una manera muy orgánica
con la música del sur de
Tucson, con Caléxico, mis
compañeros de grabación”.
El resultado es un sonido
que procede de muchas partes,
en el que se reconoce la, a
veces potente, más a menudo
sutil voz de Amparo. Ésta
aparece dispuesta a respirar
profundamente para descubrir
qué más puede aportar a
la música y, entre otras cosas,
gracias a su colaboración
con la grandiosa música cubana
Omara Portuondo,
Amparo Sánchez ha intuido
cuál va a ser su camino: “De
viejita me encantaría ser eso;
una gran dama que transmitiera,
que comunicara, que
emocionara, que llegara dentro”.
Y mientras recorra ese
camino, que transcurre ayer,
hoy y siempre por vericuetos
de Granada, Madrid, Barcelona,
Tucson o La Habana,
Amparo Sánchez seguirá
cantando por muchos años.
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