Deambulo sin rumbo
por las calles. Escucho
el murmullo de la gente.
Pido limosna. Busco un cajero
caliente donde resguardarme
del mundo. Estoy solo.
Tengo frío. Tengo hambre.
Tengo sed. Viandantes que
me miran y dependientes que
me azuzan de un lado y de
otro en la puerta de sus comercios.
Soy un sin nombre,
un sin techo y para muchos
un sin vida. ¿Seríamos capaces
de superar la realidad vista
desde los ojos de los sin techo?
Ésta ha sido la propuesta
de Emilio del Valle, un retrato
de lo que comúnmente vemos
como la otra realidad de la calle,
una constante lucha por la
supervivencia. La miseria y la
soledad dinamitan las relaciones
de dos indigentes que ven
cómo su vida no deja de estar
al margen de todo y de todos.
Quedan superadas todas las
expectativas en la ejecución
de un texto ágil y tristemente
divertido que nos llega en el
oportuno momento que vivimos,
en una sociedad donde
se apalea a mendigos por el
mero hecho de dormir en la
calle, por el mero hecho de no
haber tenido una oportunidad,
por el mero hecho de estar
solos. Compromiso social,
veracidad y templanza en una
puesta en escena que marcamos
con notable alto.