Pequeño gran hombre

Llegada la hora de la verdad,
y contra todo pronóstico,
a Mariano Rajoy le tembló el
pulso. Se hallaba congregado
el Consejo de Ministros más
chacaliano de la historia de
nuestra democracia ante el documento
que permitiría aplicar
las medidas más drásticas para
atajar la crisis de una vez
por todas. Sólo faltaba la rúbrica
del presidente. Pero a
Mariano le temblaba el pulso...
y no podía.

22/11/11 · 13:34
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Llegada la hora de la verdad,
y contra todo pronóstico,
a Mariano Rajoy le tembló el
pulso. Se hallaba congregado
el Consejo de Ministros más
chacaliano de la historia de
nuestra democracia ante el documento
que permitiría aplicar
las medidas más drásticas para
atajar la crisis de una vez
por todas. Sólo faltaba la rúbrica
del presidente. Pero a
Mariano le temblaba el pulso...
y no podía.

Esperanza Aguirre, visiblemente
contrariada, masculló
entre dientes: ‘¿Pero qué puñetas
le pasa al hijoputa este?’
Gallardón, de manera casi refleja,
se volvió y pensó para sí:
‘¿Pero que habré hecho yo ahora?’
González Pons, más conciliador
ante este inesperado giro
de los acontecimientos, trató de
animar al presidente acercándole
un vaso de agua hasta su
balbuceante boca. Soraya, empática
como nunca, daba palmaditas
en la espalda a su líder
mientras lo abanicaba agitadamente
con los Presupuestos Generales del Estado.

Entonces, en este inquietante
lapso de ingobernabilidad
íntima, se abrieron las grandes
puertas de la sala y entró José
Mari. Avanzó hasta situarse a
la espalda de Mariano, lo agarró
con la mano izquierda por
la nuca y con la derecha estrujó
el bolígrafo entre los dedos
temblorosos del presidente... y
firmó. Luego dio tres pasos y
salió volando por el ventanal.

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