Paranoia en la era McCarthy

Se recupera en formato Blu-ray La invasión de los ladrones de cuerpos, una excelente fantasía de interpretación abierta.

18/12/12 · 17:01
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La invasión de los ladrones de cuerpos

A pesar del tiempo transcurrido desde su estreno en 1956, La invasión de los ladrones de cuerpos sigue manteniéndose como un pequeño enigma cinematográfico. Esta adaptación urgente de una novela seriada de Jack Finney nació en un Hollywood adoctrinador que aún no había dejado atrás el estallido propagandístico que comportó la intervención en la II Guerra Mundial. El cine estadounidense había reemplazado a sus antagonistas sin cambiar de moldes narrativos: continuaba produciendo historias de infiltración propias del pánico al sabotaje bélico, pero el enemigo ya no era fascista sino comunista. Algunos entretenimientos, como Solo ante el peligro o Filón de plata, se distanciaron de ese discurso monolítico para lamentar el terror rojo y la consiguiente caza de brujas. La invasión de los ladrones de cuerpos, en cambio, apareció como una obra esquiva, de interpretación abierta, con lecturas posibles antimccarthistas y anticomunistas. 

Su protagonista es Miles Bennell, médico de la pequeña localidad de Santa Mira, que atiende a pacientes aparentemente paranoicos: afirman que sus familiares han sido sustituídos por impostores. Después de tratar los primeros casos con una mezcla de estupefacción y paternalismo, Bennell constata que una especie alienígena está sustituyendo a los seres humanos por réplicas carentes de emociones. El proceso concluye mientras la víctima duerme, en una apelación al miedo atávico a la indefensión durante el sueño que refuerza el impacto de la trama en el espectador.
 
Ni siquiera los responsables de la película se pusieron de acuerdo al valorar las intenciones de su obra. Fenney y el actor principal, Kevin McCarthy, declaraban haber hecho un thriller sin ideología concreta, mientras que el guionista Daniel Mainwaring defendía la inclusión de una crítica al mccarthismo. Por una parte, el talante antisentimental de la amenaza era muy propio de la ciencia-ficción antisoviética del momento, que asociaba la igualdad social con la uniformidad y la conciencia grupal con la anulación del individuo. Pero la invasión silenciosa que plantea, que persigue a quien es diferente sin perturbar una apariencia de paz social, puede remitir a la delación del sospechoso y del librepensador propia de la caza de brujas.  

Es una obra esquiva, de interpretación abierta, con lecturas posibles antimccarthistas y anticomunistasAl final, el resultado puede contemplarse como una advertencia de los riesgos de cualquier totalitarismo, y como un elogio a los sentimientos individuales con subtrama romántica incluída. Pero la ambigüedad ideológica no es el único aspecto controvertido de un filme condicionado por diversas injerencias de Allied Artists. El estudio también forzó la eliminación de contrapuntos humorísticos. Según el productor, Walter Wanger, eso implicó que la película perdiese parte de su humanidad. A cambio, surgió una ficción esbelta, sólida: una mirada nostálgica al american way of life en las pequeñas urbes que se convierte, inexorablemente, en una huida desesperada. 

La decisión más estridente del estudio fue imponer un marco narrativo, con prólogo y epílogo, que suaviza el fatalista desenlace original. Se abría así la puerta a un final feliz característico del Hollywood de postguerra, que seguía promoviendo la fe ciega en las instituciones. Es la escena más artificiosa de una obra que supera el acartonamiento de mucha ciencia ficción contemporánea, introduciendo exitosamente una amenaza fantástica en escenarios cotidianos y abriendo el campo visual: con sus composiciones paisajísticas en escenarios reales, Don Siegel y compañía ofrecieron memorables planos panorámicos de la fuga de dos individuos asediados por la masa, imágenes icónicas de miedo a la anulación del individuo por parte de sistemas de pensamiento único. /
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