Obama vs Romney: Spin Doctor

Las elecciones en Estados Unidos se presentan como una competición entre discursos emotivos diferenciados por la evocación de distintas épocas de los dos candidatos.

19/11/12 · 15:51

inforelacionada

1. Según avanza la campaña electoral en Estados Unidos las maquinarias electorales de los dos candidatos intensifican su acción persuasiva. Unas veces el spin comunicativo se despliega como ataque y otras como seducción. En inglés el vocablo ‘spin’ significa “centrifugado”. En el ámbito de la comunicación y de las relaciones públicas hace referencia a una forma de propaganda que busca la persuasión prescindiendo, si es necesario, de la verdad. El spin produce una realidad al margen de lo real: centrifuga una mentira hasta convertirla en verosímil.

Se denomina spin doctors a los ingenieros de este tipo de centrifugado. En el ámbito de lo real, Joseph Goebbels es considerado como el gran arquetipo del spin doctor. No en vano era el ministro de Información de Hitler. En la ficción, el protagonista de la serie televisiva canadiense Forever Knight encarnó de manera paradigmática la personalidad spin: un vampiro policía maestro del hipnotismo y del control de lamente humana. “Otra esperanza alimenta otro sueño, hoy encuentras verdadero aquello que niega el sentido común”, cantaba en los años ochenta la banda alemana de tecno pop Propaganda. En esa época Ronald Reagan era considerado el gran maestro del spin y encarnaba una redundancia: era actor y político. Todo político es un actor y un spin doctor: centrifuga la mentira hasta hacerla aparecer como verdad.

2. En Estados Unidos aquellos que no apostamos por ninguno de los candidatos somos acusados de decir que todos son iguales. Eso no es cierto. No decimos que todos los políticos sean iguales, sino que todos los políticos son políticos. Ahí radica el problema. La profesionalización de la política es una forma de privatización: cuando la gestión de los asuntos comunes queda en manos de unos pocos, esos pocos acaban gobernando para el 1%. En ese ejercicio de gobierno caben matices y contrastes.

Obama y Romney no son iguales. Barack es digital y Romney es analógico. Mientras el actual habitante de la Casa Blanca acaba de destinar diez millones de dólares a un programa piloto que va a crear hacklabs en institutos de educación secundaria de todo el país, el candidato republicano sueña con Peggy Sue y con la escuela preparatoria privada de Michigan en la que estudió hace más de cuatro décadas.

La condición analógica de Romney impregna tanto el contenido, como la forma de lo que dice: muchos analistas señalan que su forma de hablar es abrumadoramente anticuada. Un joven halcón político dijo hace poco que si Romney viera Mad Men, el hit televisivo ambientado en el Manhattan de los años ‘60, pensaría que es el telediario del mediodía. Es cierto. Tal y como expuso hace poco un congresista de su partido, en la época en la que vive el candidato republicano existen formas de violación que son legítimas y la soberanía sobre el cuerpo de la mujer reside en los legisladores y las autoridades religiosas. Además, la base energética debe ser el petróleo y Henry Ford gobierna la producción de automóviles subido en una cadena de montaje.

Obama, sin embargo, es otra cosa. Su política de reestructuración del potente sector automovilístico estadounidense es ilustrativa al respecto. Barack ha promovido una revolución productiva que sigue el modelo del capitalismo cognitivo de Google: relación transparente con el consumidor, creación de redes y communities de consumidores que coproduzcan la innovación, energías renovables y vampirización de la lógica open source. Ursula K. Le Guin para los vetustos oídos de Romney. Su lema electoral es: “Cree en América”. El de Obama: “Hacia delante”.

En el seno del capitalismo conviven diferentes temporalidades. Como buenos políticos, los dos candidatos ofrecen promesas: unas son prognosis y otras arqueología. El problema es que no parece que necesitemos propuestas diferentes para seguir en el mismo laberinto: lo que requerimos es salir de él. Como ocurre con el consumo y la publicidad, Obama y Romney sólo ofrecen caminos interiores: su oferta es la de una salida únicamente imaginaria.

3. Edward Greydon Pickels inventó la máquina ultracentrifugadora de vacío en los años ‘30. El tipo trabajaba para la Fundación Rockefeller. La biología molecular y la bioquímica fueron los campos iniciales de aplicación del invento. Hoy, sin embargo, el artilugio también se usa en la política. La campaña electoral estadounidense es una buena prueba de ello: la candidatura de Obama se ha mostrado especialmente proclive a un centrifugado de lo real que produce un vacío de sentido. Un latino abrió la Convención Demócrata que declaró como candidato a Obama, el presidente que ha deportado a más personas latinoamericanas en la historia de EE UU.

Biden, vicepresidente de Barack, ha declarado que las tropas americanas son “el ejército más fuerte en la historia del mundo”, mientras que el suicidio mata ya a más soldados que las acciones de combate: la media es de un militar estadounidense suicidado por día. Durante los últimos años, nos hemos acostumbrado a la imagen televisiva de Michelle Obama cultivando vegetales ecológicos en su huerto en la Casa Blanca, mientras su marido ha colocado a altos ejecutivos de Monsanto en todos los puestos gubernamentales claves en temas alimenticios.

Hace unas semanas, mientras Barack insistía en su condición de paladín de los trabajadores y de los servicios públicos, los maestros organizaban en Chicago la primera gran huelga en el sector en los últimos 25 años: Rahm Emmanuel, actual alcalde de la ciudad y antigua mano derecha de Obama, había declarado la guerra a la educación pública. A diferencia del Sr. Pickels, Emmanuel y Obama no trabajan para Rockefeller, pero sí están al servicio del dinero. Exactamente igual que Romney: el tipo posee un patrimonio personal de 255 millones de dólares. La fortuna de Obama, que en 2006 era de 1,7 millones de dólares, asciende hoy a 8,3 millones. Democracia y plutocracia no son términos sinónimos. El primero define el poder del pueblo. Con el segundo se nombra el gobierno de los ricos.

4. Sólo durante el pasado mes de septiembre, Obama recaudó 181 millones de dólares para su campaña electoral. Romney recibió 170 millones durante el mismo período. La prensa estadounidense lo ha llamado financial push: “empuje financiero”. La financiarización de la política forma parte de un proceso general de financiarización de la vida social en su conjunto: hoy en día la deuda somete por igual a los países y a las personas. Su desarrollo intensifica el gobierno del dinero sobre la vida hasta colonizar la subjetividad. Como escribió Marx, la clave de la economía de la deuda “no es ya la mercancía, el metal o el papel, sino la existencia moral, la existencia social, la intimidad del corazón humano mismo”.

Libertad y democracia son imposibles en una realidad financiarizada. La simbiosis entre política y financiarización termina por realizar una síntesis entre ambas: la disociación entre necesidades sociales y lógicas financieras es simétrica al evidente alejamiento de los gobernantes de las necesidades de los gobernados. Todo proceso de financiarización implica el desarrollo del crédito. El crédito lleva consigo la relación prestamista-endeudado. En su Genealogía de la moral, Nietzsche define dicha relación como “la promesa de un valor futuro”.

Las grandes compañías y los más ricos han invertido mucho en Obama y Romney: la tajada más grande del billón de dólares que ambos han recaudado durante la campaña electoral. Sea quien sea el próximo presidente de Estados Unidos, estará en deuda con ellos.

5. Para prestarle dinero a alguien primero tienes que fiarte de él. La financiarización y el crédito descansan siempre sobre la confianza: tienen que ver con las cuentas, pero también con los cuentos. Con ellos se tejen los estados de ánimo y se gestionan las emociones. Con la política ocurre cada vez más lo mismo: el discurso de los políticos es cada vez más compasional. La campaña electoral en Estados Unidos está resultando intensa en ese sentido. Biden abrió su intervención en la última convención demócrata con un mensaje dirigido a su esposa: “Eres el amor de mi vida y la vida de mi amor”.Después nos dijo que que no iba a hablar de Obama el presidente, sino de Barack su amigo.

El actual presidente siguió la misma senda durante el primer debate televisado de la campaña: “Hay muchos temas que quiero tratar esta noche, pero el más importante es que hace 20 años me convertí en el hombre más afortunado de la tierra porque Michelle Obama aceptó casarse conmigo. Por eso, cariño, quiero desearte un feliz aniversario”. Lo dijo delante de más de 70 millones de personas.

Dominique Mehl habló hace tiempo de la televisión compasional. Su formato estrella es el reality show: al igual que la política en Estados Unidos, consiste en publicitar los ámbitos privados. Philippe Lacoue-Labarthe habló a finales de los ‘80 de la estetización de los universos políticos. Lo hizo en La ficción de la política, su libro sobre Heidegger. Esa ecuación, ficción y política, resulta particularmente evidente en la campaña electoral estadounidense. Se trata de una cuestión cultural: “Está en nuestro ADN, la gente de este país quiere que su presidente sea como una cheerleader, un optimista, el mensajero de mejores tiempos venideros”, señala el historiador Robert Dallek. El periodista Scott Shane añade: “Jimmy Carter habló de una crisis nacional de confianza y perdió las elecciones contra un Ronald Reagan armado con un sencillo lema: ‘Más orgulloso, más fuerte, mejor’. Carter falló al proyecto de optimismo que los americanos demandamos de nuestros presidentes”.

Siete años antes de la contienda Carter-Reagan, la empresa de seguros State Mutual Life Insurantes, de Massachusetts, atravesó un proceso de depresión generalizada de sus trabajadores. La dirección de la compañía decidió realizar la denominada “Campaña de la Amistad”: repartió un manual del empleado que incluía la orden de sonreír en horas de trabajo. También contrató al diseñador gráfico Harvey Ball, quien dibujó por primera vez a Smiley: el archiconocido rostro sonriente amarillo que acabó convirtiéndose en símbolo de la cultura Acid House. Una de las pautas más importantes de dicha cultura era el consumo masivo de la droga de diseño conocida como “éxtasis”. Por suerte para Obama y Romney todavía no se han impuesto controles antidoping en las campañas electorales norteamericanas.

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