Es difícil negar que el País Vasco ha sido un rico
semillero gracias a la originalidad, fuerza y potencia de
sus movimientos sociales. Para conocer este escenario,
entrevistamos a Jtxo Estebaranz, militante de larga
trayectoria y autor del libro ‘Tropikales y radikales’.
- TROPICALES. El autor analiza movimientos sociales que se caracterizaban “por un calor y un goce por la lucha”.
Procesiones ateas,
gaztetxes o casas
ocupadas, radios libres,
conciertos multitudinarios,
movilizaciones
estudiantiles... Los ‘80 vieron
una explosión contracultural
vasca con una marcada labor
reivindicativa impulsada por
elementos procedentes de
movimientos populares. Sólo
a nivel musical, eso que se ha
llamado ‘rock radical vasco’ -ocurrencia de un avezado
empresario discográfico ávido
por abrirse mercado- ha
dejado una huella indeleble
en toda la península.
DIAGONAL: Hay toda una
serie de libros recientes que
cuentan “esto es lo que hicimos
y esto es lo que nos
pasó”. ¿Qué sentido tiene
este esfuerzo por una memoria
de la militancia, desde
lo vivido y su fuerte componente
subjetiva?
JTXO ESTEBARANZ: Todos
los que hemos empezado a luchar
hemos carecido de esa
memoria, de esa transmisión
histórica. Intento subsanar
esta carencia. Y lo intento
combatiendo esa frivolización
de tu propia historia,
ese recordar lo más anecdótico,
lo más folclórico: busco
enmarcar el pasado en todas
las contradicciones y la complejidad
del momento. La
historiografía política -no la
académica- a veces intenta
explicar el punto en el que
se está ahora, banalizando y
simplificando todo el proceso
histórico, cogiendo lo que
más le interesa del ayer y ordenándolo
a su manera.
Intento poner sobre la mesa
los errores y aciertos, los
diferentes caminos por donde
se podía haber ido. Los antecedentes
políticos y militantes
que muchas veces sólo pueden
ser percibidos y definidos
subjetivamente, pero que son
muy importantes para la
transmisión de nuestra memoria
personal y política.
D.: Describes los resultados
de la confluencia de una generación
desencantada en
unos contextos urbanos
muy determinados. ¿Cuáles
son los ingredientes para
que suene la maraca?
J.E.: Hubo un espacio de cristalización:
los cascos históricos
de las ciudades. Y en los
cascos viejos, ciertos bares y
locales donde confluyen chavales
de los barrios, tribus urbanas
y jóvenes politizados.
De ahí se articulan varias luchas
y se forma un ambiente
social. El otro ingrediente sería
la ocasión política, que hace
que este ambiente prendiese
con la chispa de la reacción
a las políticas gubernamentales.
Es que el partido en el poder,
en ese momento el PSOE,
tenía que acabar de diseñar y
asentar el mapa militar, policial
y económico, y asentar un
nuevo orden autonómico con
un montón de resistencias.
Se trataba de movimientos
que no eran anecdóticos, que
implicaban a un montón de
gente, y no eran de laboratorio,
fruto de una estrategia
política o de una receta ideológica,
sino que eran unas resistencias
a un proyecto de
modernización, en el sentido
de incorporación a un capitalismo
que ahora padecemos.
Movimientos caracterizados
por una tropicalidad, un
calor y goce por la lucha, y
una faceta autónoma radical,
la independencia de medios
y fines de las mismas. Ese
gusto por la parodia o ese
huir de las rutinas en que se
había convertido la vieja izquierda
de los ‘70, esa inteligencia
de saber proponer
una lectura de la vida por encima
de la cultura política
anterior con su fuerte componente
cristiana de sufrimiento.
Y luego también, la
frescura de esos momentos,
de creación cultural. Nuestra
inteligencia fue articular todo
ese ambiente que era marginal,
en una contracultura, en
un movimiento político.
D.: ¿Inteligencia política de
saber cual es el momento, o
sólo con el contexto y las
ganas, basta?
J.E.: Sí, no es ‘entrismo’,
cuando ves una cosa y te sumas
al carro. Las apuestas de
la época eran superar los marcos
de la corrección política y
aportar ese disfrute cotidiano.
Había ciertos temas, como
ciertos tipos de sexualidad,
las parodias ateas, que intentaban
abrir otros campos. O
en cosas menos anecdóticas
que las parodias ateas: las luchas
que nosotros impulsamos
a mediados de los ‘80
contra la instauración de
cuarteles de la Ertzaintza, en
las que intentamos articular
lo que era la comunidad antirrepresiva
nacionalista con lo
que era la comunidad juvenil
antirrepresiva, que sufría una
práctica de acoso policial como
la que sufren ahora los
chavales con el tema del botellón.
Ahí supimos ver que el
recambio policial era uno de
los pivotes imprescindibles
para el asentamiento del marco
autonómico, e impulsamos
un movimiento social en el
sentido de un movimiento de
rechazo a una infraestructura
como es una comisaría, que
lógicamente molesta, y articularlo
en una idea de rechazo
a las labores policiales. Era
la prueba de nuestra inteligencia
política: aportar nuevos
campos de lucha pero articulándolo
con sensibilidades
y resistencias sociales reales,
no figuradas.
Nos manteníamos cerca de
nuestra realidad social. Los
obreros de la segunda ronda
de reconversiones industriales
estaban en la calle muy
quemados por los incumplimientos
de las promesas de
la primera ronda negociadora,
y recurrían a formas radicales
y violentas de lucha. Y
eso influyó decisivamente en
el movimiento estudiantil,
que a su vez es uno de los
parteros del espectro juvenil
que describo.
D.: ¿Qué ideas, recetas o
planteamientos se pueden
rescatar de ese momento
para el ahora?
J.E.: El no quedarte preso de
una cultura política de otros
tiempos. Supimos innovar,
coger las retóricas que nos interesaban
de movimientos y
momentos históricos anteriores,
pero adaptándolos a las
necesidades que teníamos entonces.
Por ejemplo, del movimiento
antimilitarista se
puede aprender cómo desde
un movimiento marginal basado
en la coherencia, se consigue
articular, gracias a
grandes dosis de inteligencia
política, un conflicto de enormes
dimensiones colectivas,
políticas. Para ello, hay que
generar estrategias en las que
la gente se pueda implicar colectivamente,
para construirse
como movimiento social.
ÉPOCAS DE LUCHA RADICAL
DIAGONAL: ¿Dónde se puede ver
hoy en día una autonomía como
la que describes?
JTXO ESTEBARANZ: Los momentos
de lucha radical autónoma sólo se
pueden concebir como momentos
de una conflictividad social general
muy elevada. Tienen que ver,
no tanto con un radicalismo juvenil,
sino con un clima social radical
en el que tú puedes incidir,
potenciando el protagonismo de la
gente y su autoorganización.
Las labores de la gente que se
considere autónoma han de ser
‘permanentizar’ esos momentos
de autonomía y extenderlos a
otros campos, a todos los órdenes
de la vida. No es una ideología
que se pueda consumir,
que tenga una historia, con sus
personajes y sus momentos claves,
hay que pensarla desde lo
social, desde esos momentos
de conflicto.
De las pequeñas luchas que
siguen existiendo hoy en día,
con sus momentos de radicalidad,
destacaría la oposición al
Tren de Alta Velocidad, que está
planteando modos asamblearios,
tiene una perspectiva antidesarrollista
y una marcada
voluntad de autonomía. Pero
estamos en momentos de prenegociación
política, y esos son
siempre de quietud social. Ver
momentos de autonomía ahora
es complicado.
Tropikales y radicales.
Experiencias alternativas y luchas
autónomas en Euskal
Herriak(1985-1990), Felix
Likiniano ediciones, 187 páginas,
ISBN: 84-9604466-1,
diciembre 2005
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