"""Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal"""
No te atrevas a saber

STEVEN SPIELBERG (2008)

12/06/08 · 0:00
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LÁTIGO EN MANO,
Indy se adentra en
tierras incas
(aunque en la peli
se hable de
mayas...).

Aunque suene raro si
hablamos de un tipo
que sólo es feliz si
tiene el látigo en la mano, lo
cierto es que la saga de
Indiana Jones parece pertenecer
a esa clase de producciones
a las que no hay que
dar demasiadas vueltas: son
entretenidas, exhiben sus
medios, nos hacen pasar el
rato. Y su subtexto no parece
demasiado relevante, como
se aprecia en sus caricaturescos
malvados. Ya se
traten de nazis o de culturas
caníbales, su única función
es servir de contrapunto al
héroe: son muy malos y muy
feos, el protagonista es listo
y bueno, ya sabemos quién
gana. Al contrario de lo que
ocurre, por ejemplo, en la
saga de La búsqueda, protagonizada
por Nicholas Cage,
con la que Indy comparte
esquema: ambos son intrépidos
arqueólogos a la caza
de tesoros perdidos, son
blancos y de mediana edad.
Lo que ocurre es que La búsqueda
no esconde sus intenciones
hagiográficas; en realidad,
no es otra cosa que
la loa de los valores políticos
estadounidenses mediada
por los estereotipos de ese
género de aventuras salido
del cómic que inventó Indiana
Jones, trasladando la mirada
conservadora de un
Raoul Walsh a tiempos pop.
Ya no tendríamos, pues, a
un héroe que combate cuerpo
a cuerpo con las culturas
atrasadas mientras el viento
sopla sobre las velas, sino
enigmas que no lo son, acción
rápida y banalizada,
vulgarización de un género
ya vulgarizado, etc.
Y propaganda: la mejor
muestra, la utilización
metafórica del monte
Rushmore en su segunda
entrega para
subrayar hasta
qué punto EE UU
es el estrato evolucionado
y superior
de la especie
humana,
como se demuestra
en
sus normas
de convivencia,
en su sistema
democrático
y en el
libre mercado
que rigen su
esfera pública.
Frente a
eso, lo demás
son atavismos del
pasado…

Por eso sorprende
encontrar en el
nuevo Indiana Jones
tantas similitudes
con La búsqueda.

Es el caso de algunos
elementos accesorios;
también de la excusa central,
la búsqueda de una ciudad
de oro; y sobre todo de
su creciente tendencia a la
sublimación kitsch. Pero, en
segundo lugar, ambas películas
coinciden en su mirada
conservadora. Lo que se
aprecia en detalles varios,
caso de los referidos a las
relaciones familiares (esa
mujer que sólo desea el
amor de su hombre, el padre
de mano firme, la recomposición
final del núcleo
familiar...). Y en los que
tienen que ver con unos
malvados que ya no buscan
el poder o el dinero, sino el
conocimiento. La película,
como ocurre con nuestra
época, divide el saber en
dos; de una parte, el autorizado,
caso de la historia; de
otro, las ciencias sociales,
habladurías intelectualoides
(por eso, en la mayoría
de las librerías la sección de
historia se está comiendo a
las de ciencias sociales; por
eso, la mayoría de editoriales
de ensayo de los grandes
grupos han pasado a ser
editoriales de historia). Es
así que lo que acaba con
nuestra malvada (comunista)
no es su ansia de poder,
sino de saber. En definitiva,
el rostro contemporáneo
de la
vieja atribución exclusiva
del conocimiento
a Dios. Y es
que vivimos en un tiempo
de nuevas prohibiciones…

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