El fútbol, como cualquier otro arte, está expuesto a la perversión del dinero.
El fútbol, como cualquier otro arte, está expuesto a la perversión del dinero. Lo sorprendente es que, mientras en la literatura, en la música o en la pintura han surgido importantes reacciones defendiendo una cultura popular, independiente o incluso DIY (do it yourself), en el fútbol esa respuesta contra la elitización apenas ha tenido eco hasta fechas recientes. Pocas manifestaciones culturales pueden presumir de haberse mantenido fieles durante tanto tiempo a sus orígenes como el fútbol, pero, por desgracia, también pocas se han visto mercantilizadas con tanta rapidez y de manera tan acaparadora, asimilando de una forma totalitaria la cultura de unas clases elitistas que lo denigraban en sus comienzos.
Existe, además, una barrera diferencial. La frase “no se puede mezclar la música/ cine/ pintura/ literatura con política” no es habitual, pero en el fútbol es un dogma de fe. Sucede como con la economía: hasta hace un par años, incluso a día de hoy, la economía se nos presentaba como no politizable; existía sólo una forma de gestionar la sociedad, una manera objetiva e irrebatible que no está sujeta a opiniones y que no es política, sino simplemente lógica.
La situación del fútbol (o eso que llaman “el fútbol”, es decir, el profesional, el que representa al ¿1%? del balompié nacional) es exactamente igual. Los equipos son sociedades anónimas gestionadas por grandes empresarios que tratan a los aficionados como clientes, aprovechándose de sus sentimientos (tan irracionales como sinceros) hacia unos colores. Ésa es su política; mientras no la veamos como tal, en vez de como “lo normal”, seguirán teniendo la hegemonía más absoluta, y eso del fútbol popular, social y democrático seguirá siendo un radicalismo politizador opuesto a “lo normal” y, por lo tanto, absurdo.
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