O cómo los estudios feministas pasaron de la
fascinación al desencanto con la ambición rubia.
Si hubiese que contar esta
historia como una relación de
amor, podríamos decir que
empezó apasionadamente y
terminó con un amargo sentimiento de traición. El romance
entre el feminismo y la Reina
del Pop comienza con la
deslumbrante irrupción de Madonna a principios de los ‘80 en
la escena musical.
“Para mí y para otras
feministas jóvenes confinadas
en la academia, Madonna era
un símbolo de poder y creatividad femeninos: sexy, seductora, seria y fuerte”, cuenta la escritora afroamericana bell hooks en Outlaw culture.
“Durante mucho tiempo, su
presencia transgresora fue un
faro, una luz guía, trazando el
camino de las artistas feministas que iban a tomar el poder”.
Se desata la pasión
Si usted sólo conoce a la
Madonna actual, con sus devaneos de estrella millonaria,
puede pensar que hooks estaba
delirando. Pero a comienzos de
los ’80, su reivindicación del deseo femenino (hoy vampirizada
por la publicidad) era un desafío al poder establecido, una
forma de decir que las mujeres
podían ser sexuales y poderosas. Más aún: sus parodias de
la identidad femenina tradicional, sus juegos con la estética
porno y la imaginería homosexual o la apuesta por la ambigüedad
sexual
parecían
avanzar lo que posteriormente
propondría la teoría queer.
Esa imagen de Madonna, que
tan bien recoge la película
Buscando a Susan desesperadamente –una chica independiente, encantada de haberse conocido, que desafiaba a quien se
atreviese a llamarle ’puta’ porque le importaba un bledo lo que
pensasen de ella– era lo que, a
juicio de teóricos de los estudios
culturales como John Fiske, explicaba la fascinación que generaba entre las jóvenes. La feminista Camille Paglia llegó incluso a afirmar que Madonna era la
“verdadera feminista”.
Madonna, por su parte, se dejaba querer. Lejos de renegar
del feminismo o de reproducir
los tópicos habituales, se reconocía como heredera de sus
logros. Apoyaba las reivindicaciones de los colectivos homosexuales y la lucha contra el
sida en una época en que pesaba todavía el estigma sobre la
enfermedad. Este idilio provocó ríos de tinta de escritos
académicos sobre la relación
entre música, cultura popular
y feminismo, hasta el punto
de generar una corriente llamada Madonna studies (para
más información, miren la
entrada en Wikipedia).
El desencanto
Sin embargo, el romance se comenzó a erosionar con el paso
del tiempo y, sobre todo, con la
evolución de la cantante. Al
principio fue la desorientación
ante cada nueva vuelta de tuerca: ¿era Madonna la reina de la
parodia crítica o un sofisticado
objeto sexual? Poco a poco comenzaron a arreciar las críticas. Bell hooks hablaba de la
sensación de traición que le
inundó tras ver el libro Sex, en
el que consideraba que la cantante había perdido su estilo
subversivo, limitándose a reproducir un imaginario no muy
diferente del que podría encontrarse en las páginas de la revista Playboy.
Su apropiación de la subcultura gay se leía ahora como
una simple fascinación por lo
exótico, y teóricas como Susan
Bordo apuntaban que ese cuerpo que reivindicaba Madonna
como terreno para el disfrute
ocultaba que era producto de
una férrea disciplina y un trabajo físico durísimo. ¿Había sido todo esto más una sobreinterpretación académica que
una revolución queer?
Hooks lamentaba con tristeza que la evolución de Madonna ponía “al descubierto la
forma en que envejecer como
mujer en una sociedad sexista
puede minar la alianza de cualquier mujer con la política radical, con el feminismo. ¿Qué
puede hacer la ‘material girl’
cuando se ha convertido en una
mujer madura en una economía de imágenes culturales en
la que gran parte de su atractivo para las masas estaba
enraizado en el romance de la
juventud rebelde?”.
Hoy en día el feminismo ha
encontrado un nuevo objeto
de fascinación en Lady Gaga
y quedan pocas teóricas que
defiendan a la ambición rubia; sus antiguas amantes parecen recordar el romance
apenas como un alocado
affaire juvenil. Entre las acérrimas sigue estando Camille
Paglia, quien hace poco se reafirmó en su adoración por
Madonna y aprovechó para
defender a, ejem, Sarah Palin
como heraldo de un nuevo feminismo.
Artículo relacionado:
- [Madonna: ¿icono feminista o tótem consumista?->18795]
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