ENTREVISTA A AGNÈS VARDA
“Llevo 50 años trabajando y aún me pregunto qué hacer con la imagen y con el sonido”

Madrid acoge por primera vez una retrospectiva
de la obra cinematográfica de Agnès Varda, pionera
de la ‘Nouvelle Vague’ y autora del imprescindible
documental ‘Los espigadores y la espigadora’,
su trabajo más conocido en nuestro país.

24/07/06 · 20:23
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En sus frecuentes visitas
a los mercados
de París, Agnès Varda
(Bruselas, 1928)
vio una vez a una mujer “muy
alta, muy delgada y muy vieja,
vestida con un largo abrigo
negro”, inclinarse muy lentamente
hacia el suelo para coger
una naranja. Ese trayecto
interminable (“¡Cuánto esfuerzo
por una simple naranja!”)
fue una de las primeras
emociones que con el tiempo
cristalizaron en el rodaje de
Los espigadores y la espigadora
(2000), un documental
“de camino errante”, como
ella misma ha puntualizado
en alguna ocasión, en el que
explora las diversas maneras
de espigar en el mundo contemporáneo
y con el que
Varda, experta asimismo en
la recolección de imágenes,
logra una de las obras más
perfectas de su filmografía.

Nada más significativo del
cine de esta gran dama francesa,
‘madre’ de la Nouvelle
Vague -su primera película,
La Pointe Courte (1954), un
largometraje de ficción crónica
de una pareja tras cuatro
años de matrimonio y un pueblo
de pescadores, lo realizó
cuatro años antes de la plena
eclosión de este fenómeno artístico
y social que reivindicó
para el cine una mayor libertad
técnica y expresiva- que
una película dedicada a aquellos
que viven de las sobras de
los demás, tal y como ella misma
lo ha hecho siempre en un
gozoso empeño por apropiarse
de lo pequeño y de lo sencillo,
concediéndose sin reservas
“el placer y la libertad de
hacer lo que quería en cada
momento” al margen de cualquier
consenso colectivo respecto
de “cómo deberían ser
realmente las cosas”.

La mirada subjetiva de
Agnès Varda, su “aproximación
imaginaria en relación a
la realidad”, se alimenta de escenas
y motivos a menudo retenidos
en la frontera de la sala
de montaje y a los que en
cambio ella saca partido
transformando su arte, como
dice André Roy (24 images, nº
123, septiembre 2005), “en un
arte ideal que ha trasladado al
cine para que allí se impriman
los archivos vivos del mundo,
que comprenden lo privado y
lo público, lo íntimo y lo universal,
el aquí y el allá, los
grandes vectores de su cine”.
No en vano afirma escuchar a
menudo comentarios de gente
que le hace notar que le gusta
mucho tal o cual personaje
de los muchos que aparecen
en sus documentales. “¡Pero
no son personajes, son personas!”,
exclama. Todos ellos
tienen una “textura” especial
fruto en parte de su energía,
su profundo amor al cine, su
intuición y su respeto a la hora
de dar testimonio de las vidas
ajenas.

Crear

“Toda historia tiene que empezar
por una emoción que
trastorne al artista”, afirma.
Así como Los espigadores y la
espigadora tuvo su origen en
la visión de la gente que, una
vez terminado el mercado, se
afanaba en recoger los alimentos
del suelo, “Sin techo
ni ley [1985, con la que obtuvo
un León de Oro en el
Festival de Venecia] nació del
estupor ante la gente que todavía
hoy muere de frío en las
calles. ¿Cómo es posible?”.

A partir de ahí, su proceso
creativo atraviesa varias etapas.
“Me documento sobre el
tema, hablo con la gente, escojo
un lugar, una estación, el
equipo, elaboro un esquema...”.
Un sistema personal
que ha dado en llamar “cineescritura”
y que su talento ha
materializado en intervenciones
de todo tipo. Tanto en las
obras de ficción como en los
documentales, Agnès Varda
está presente de modo más o
menos explícito a través de sus
reflexiones e incluso de su propia
imagen, como en Los espigadores
y la espigadora o Dos
años después (2002), película
documental realizada como
respuesta a la infinidad de cartas
y regalos suscitada por la
primera y guiada también por
la necesidad de mostrar qué
fue de sus protagonistas. Varda
profundiza aquí en su autorretrato,
abordando sin dramatismos
el paso del tiempo, sus
manos cubiertas de manchas,
fruncidas por las arrugas, y su
pelo gris. Grabadas por ella
misma como un paisaje, no
fueron del agrado del hombre
con cuyo testimonio cierra Los
espigadores y la espigadora,
un biólogo que ‘espiga’ en los
mercados y que de lunes a viernes
da clases a inmigrantes
analfabetos aún menos favorecidos
que él.

“Este hombre extraordinario,
profesor de francés, me
dijo que no le interesaba mi
vejez. ¡Tiene razón! Y si eso es
lo que piensa, yo tengo que
añadir ese testimonio”.

Artista sin etiquetas

Agnès Varda, rotundamente
en contra de las etiquetas a pesar
del profundo carácter realista
y social de su cine (“No
me apetece ser cineasta militante.
El placer de filmar, la
curiosidad, el deseo, el entusiasmo...
es mucho más importante
que cuestionarse si
lo que uno hace es o no políticamente
correcto o incorrecto”),
no ha perdido jamás su
afán por descubrir cosas
(“Llevo cincuenta años trabajando
en esto y todavía me
pregunto qué hacer con la
imagen y con el sonido”) ni su
aura de pionera, responsable
de la actividad como artista
que viene desarrollando desde
hace dos años y medio.

“He pasado de ser una vieja
cineasta a una joven artista”,
afirma con humor. Se sorprende
de verse a sí misma exponiendo
en la Bienal de Venecia,
en Taipei, en la galería
Martine Aboucaya, en París. “
Ah!, c’est moi?”, comenta divertida.
Está contenta de haber
sido invitada a Madrid “como
artista, y no sólo como cineasta”.
Actualmente Varda
expone en la prestigiosa
Fundación Cartier, muy próxima
a su casa de la Rue
Daguerre, a cinco minutos del
Boulevard Raspail. L’Île et
Elle. Cinéma et Tcetera reúne,
además de varias de sus películas,
sus instalaciones y vídeos
inspirados en la isla de
Noirmountier.

“En las instalaciones uno
corre más riesgos que en el cine.
Mientras que en el cine todo
el mundo vive una experiencia
al mismo tiempo, en
los museos la gente no tiene
la obligación de permanecer
en la sala hasta el final”, reflexiona,
y añade: “Siempre procuro
que haya algún lugar para
sentarse, porque pienso
que así los visitantes se quedarán
más tiempo”.

Los trabajos presentados
en la Fundación -Ping-Pong,
Tong et Camping, “una película
sobre el verano en la que
no hay rostros, sólo colores
violentos, proyectada sobre
una colchoneta hinchable”;
La Cabane aux portraits; Le
Tombeau de Zgougou, su gato...
y sobre todo Le Triptyque
de Noirmoutier y Les Veuves
de Noirmoutier - forman parte
de su evolución natural como
artista, de su eterna necesidad
de contacto con el espectador.
La vejez de Agnès
Varda florece como siempre
lo ha hecho, transformada en
la actualidad en pequeñas piezas
“menos narrativas y más
imaginativas” imbuidas -como
también es habitual en sus
trabajos- de su pasión por la
pintura. “Me inspiran más la
pintura y los rostros de las
personas que la literatura”. Es
el caso de Les Veuves... organizada
a modo de retablo, con
una gran pantalla central en
la que aparece la imagen de
las viudas vestidas de negro
en la playa rodeada de otras
14 ,“cada una un testimonio
de tres minutos” que debe ser
escuchado a través de unos
cascos. “Es un dispositivo que
no tiene nada que ver con el
cine. Provoca una sensación
de multiplicidad. La memoria
se pierde, se fragmenta”.

En el texto que ha redactado
para la exposición, Agnès
comenta lo mucho que le gusta
la definición de la palabra
‘isla’ “que nos enseñaron de
pequeños en la escuela: una
extensión de tierra rodeada
de agua por todas partes. En
Noirmoutier, esa agua es el
océano. Es interesante y emocionante
para mí sentirme limitada
y rodeada por ella”.

FILMOGRAFÍA BÁSICA

Cortometrajes

1957. O saisons o chateaux
1958. L'opera-Mouffe
1963. Salut les cubains
1975. Réponse des femmes
1976. Plaisir d'amour en Iran
1982. Ulysse
1984. Les dites cariatides
2004. Ydessa, les ours et etc.

Largometrajes y
documentales

1954. La Pointe Courte
1961. Cléo de 5 a 7
1964. La felicidad
1975. Daguerréotypes
1976. Una canta, la otra no
1985. Sin techo ni ley
1990. Jacquot de Nantes
1995. El universo de Jacques
Demy
2000. Los espigadores y la espigadora
2002. Dos años después

FOTOGRAFÍA

Además de sus películas, la
Sala de Exposiciones de la Filmoteca
Española (Palacio de
Perales, c/ Magdalena 10)
acoge hasta el 20 de julio la
exposición DE-CI DE-L_Ä, en la
que se muestra la labor como
fotógrafa de Agnès Varda. En
total, 33 fotografías que fueron
presentadas al público por
ella misma tomadas en Portugal,
EE UU, Japón, Cuba y
Francia, país donde ejerció
como fotógrafa para Jean Vilar
en el Festival de Avignon y el
TNP (Teatro Nacional Popular)
en los '50.
La idea que recorre la exposición
está en la línea de Cinévardaphoto
(2004), trilogía en
la que Varda explora la virtud
de la fotografía a la hora de
preservar el instante y, simultáneamente,
sugerir diferentes
interpretaciones con el paso
del tiempo. Entre otras reflexiones,
Varda citó a Buñuel:
«Entre el misterio y el azar está
la imaginación del hombre: al
hacer una foto hay que buscar
las condiciones adecuadas,
pero al final no importa lo que
elijas, porque la mano es más
rápida que la mente. Detrás
de una buena fotografía está
la suerte y el instante, el
momento único. Muy poca
gente posee la capacidad de
captarlo».

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