De las vicisitudes de la vida, los quehaceres de lo cotidiano y las desgracias que la suerte origina y cuya premisa apunta en la primer página diciendo que “Algunos nacen con estrella y otros estrellados. Lo peor de nacer estrellado es que cuando te das cuenta la cosa ya no tiene remedio”... de eso y más habla Stopper (Berenice, 2008), la novela de Gastón Segura (España, 1961).
La novela negra Stopper cuenta las peripecias de un ex jugador de fútbol mediocre, un guardaespaldas que nada tiene que perder, un hombre que sólo vive de las memorias de su pasado y a quien el miedo y la duda destruyen por dentro. Un relato que evoca desilusión que, al fin y al cabo, es el reverso de la complicada historia que narra el libro.
Su autor, Gastón Segura, filósofo y escritor, ha sido finalista en los premios de novela Azorín (1999) y Blasco Ibáñez (2003). La novela ha sido incluida dentro del programa de formación del departamento de Lenguas Modernas de la Universidad de California como lectura imprescindible y material de estudio. Según Pilar Valero Costa, titular del departamento de literatura española de dicha institución, “Stopper es una de las obras más representativas de la nueva corriente literaria española, donde el consumismo, el hedonismo y la mediocridad que hay instalada en la sociedad actual, que opta más por el suicidio que por enfrentarse a la vida, son sus principales ingredientes” y añade que dicho texto “ayuda a mejorar el conocimiento de la cultura española”. Entrevistamos a Gastón Segura, el autor de Stopper.
La voz de la novela es la conciencia de Julián, el protagonista; narrar una historia en segunda persona del singular (tú) es un recurso no muy utilizado y que a la vez integra más al lector, ¿por qué utilizar este recurso?, ¿por qué narrar una historia de esta forma?
Bueno, esta es una cuestión más compleja. En primer lugar, la segunda persona del singular es una persona del verbo que me fascina, porque es la de la conciencia, la de nuestra conciencia, descarnada y enfurruñada, y ante la que no valen camelos ni justificaciones. Pero la elección de la segunda persona vino marcada por Lidia, la antagonista. Yo no pude escribir el relato hasta que no se me “apareció” Lidia, y eso que llevaba años con él en la cabeza, es decir, con la odisea triste de un futbolista fracasado, metido, por avatares de la vida, a guardaespaldas. Pero sólo pude escribir Stopper cuando se me “apareció” en el verano del 2002 Lidia, y fue ese personaje, tan crucial en el relato, quien me dictó cómo y desde dónde debía escribir la malaventura de Julián, y esta situación me llevaba de cabeza al uso de la conciencia del protagonista como narradora, parcial e inclemente, como es toda conciencia. Y eso sólo es posible desde la segunda persona.
¿Qué es lo que hace tan atractivo a un personaje tan simple y llano como Julián?
El gusto por el cine. Mira, cuando yo era niño, los guardaespaldas de los malos se morían sin decir una frase siquiera, y yo, en mi butaca de madera siempre pensé que aquellos hombres tenían una vida tras de sí y que merecían algo más. En cambio, sus jefes, los malos, se morían echando una perorata muy larga. De ahí nació la novela, de contar la historia de un hombre que fue una figura y ahora es un guardaespaldas, es decir, el gorila de un señor importante. Pero él y su vida a nadie le importan un bledo. Quizá esto sea lo más personal y caprichoso que tiene Stopper, porque el resto, o lo he visto o me lo han contado o lo he vivido por aquí y por allá, pero la elección de Julián, de su encarnadura y de su desilusión, ya ves, nos lleva a un cine de pueblo y a un niño un poco quejicoso y fatuo como era yo.
Y ¿cuál es entonces el arte de narrar una historia, de elegir un personaje, de crear una historia?
Relatar es ponerse al servicio de unos personajes que en el fondo encarnan un dilema moral; en Julián, es la desilusión del juguete roto, de la estrella vencida por el destino que trata de redimirse ante sí mismo, al menos, cometiendo una temeridad, en eso el personaje presenta una hidalguía admirable. Es un héroe sin ovación ni clarines, un héroe de página par, en la sección de sucesos.
El libro intenta hacer una radiografía de la sociedad española, donde las costumbres y el lenguaje van de la mano ¿por qué esta relación?
La sociedad trata siempre de mantener los viejos códigos porque sabe que delante de sus ojos los códigos varían irremisiblemente. Max Frisch escribió una obra de teatro, titulada La muralla china sobre este asunto. En cuanto a si existe una identificación entre sociedad y lenguaje, eso es muy difícil de responder; en primer lugar porque el lenguaje arrastra dentro de sí posos del pasado que a su vez son los gérmenes, su transformación, y por tanto, de la transformación general de las conciencias de sus hablantes. Lo cierto es que en cada época han dominado unos modismos y unas formas de expresión, ahora, en la España actual, toca el modo anglosajón, pero curiosamente, derivado de la traducciones de los telefilmes y es, algo bochornoso y casi de catetos, entre otras cosas, porque los telefilmes de situación discurren con un pobrísimo vocabulario. Entonces, te encuentras con que la gente, a falta de palabras, echa mano a los gestos o a adjetivos que de tan utilizados pueden significar una infinidad de cosas, tantas que acaban por no significar nada. Pero qué le vamos a hacer, vivimos bajo el imperio de la televisión, y los telefilmes son las novelas baratas de actualidad.
¿Es importante utilizar una jerga tan regionalista para marcar esta fase de la cultura lingüística en España?
En absoluto. El lenguaje es siempre un instrumento al servicio del relato, y en este caso concreto, al servicio de la encarnadura del personaje. Ese gusto por la jerga madrileña de entonces y española en general, con términos algunos ya desaparecidos de la calle, simplemente empuja con mayor fuerza al lector sobre el alma del protagonista y sobre el ambiente sórdido por donde se va abriendo paso. Pero ya anduve con cuidado en su uso, de manera que si algún término resultaba demasiado complejo, el lector lo desentrañase sin problemas por el resto de la frase. El uso del lenguaje, en definitiva, es como la fotografía y el encuadre de una secuencia en el cine.
Fatalismo
La obra de Gastón Segura se centra en el fatalismo de la suerte, este es un pequeño fragmento del libro que explica el significado de esta obra: «La vida se habrá convertido en un envoltorio de celofán destripado en un rincón, y su contenido, esta letanía acre y pesada, en algo de donde entresacar cuatro o cinco momentos brillantes para tapar la boca de cualquier fanfarrón inoportuno» y el autor comenta: «Es simplemente el arranque. Pero si vamos más allá, nos indica una aceptación del fatalismo. Ese fatalismo donde ya habita Julián, esa desilusión amarga, sin la cual no emprendería la epopeya barata que emprende».
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