Lengua de Trapo publica '2020', una novela ambientada en un futuro cercano en los restos de lo que fue la Bolsa de Madrid.
Madrid, año doce después de la caída de Lehman Brothers. En el edificio de la Bolsa aún se pueden ver los signos del fuego que la ha devastado, convirtiéndolo en un montón de cenizas y escombros. Incendiarla fue sencillo. Los grupos antisistema que la ocupaban desde hacía semanas sólo necesitaron una cerilla y unos cuantos litros de gasolina. En unos minutos el edificio ardió por completo. Miles de personas acudieron a ver el incendio, la gran hoguera que había teñido el cielo de la ciudad con una luz incandescente y apocalíptica. El símbolo de la opresión capitalista había caído y la rebelión parecía más posible que nunca. Sin embargo, al sistema no pareció importarle. Los engranajes de la Máquina siguieron funcionando, perfectamente engrasados por aquellos que habían entendido que los edificios no importaban, que el capitalismo eran las cifras que aparecían y desaparecían en las pantallas de los ordenadores, el flujo de datos que recorría las conexiones de internet, que saltaba de un puerto a otro.
2020 comienza precisamente en ese instante, en el momento de la toma de conciencia colectiva de que el sistema sólo necesita una cosa para funcionar: creyentes. Como cualquier otra forma de realidad, el capitalismo existe sólo porque se cree en él, porque es alimentado con la fe de millones de fieles. No importa que esos fieles quieran destruirlo o defenderlo, que lo consideren el mejor sistema económico posible o la mayor fuente de opresión y violencia. Unos y otros creen en su existencia, y esa fe es lo que el sistema necesita para subsistir. Unos y otros son parte del espectáculo. En el libro, esa paradoja es encarnada por los dos personajes que llevan el peso de la trama: Bruno Gowan, el director de telecomunicaciones de una de las empresas más importantes del mundo, y Nabil, un activista antisistema que malvive en uno de los muchos aviones abandonados en Barajas por las compañías aéreas. El multimillonario contrata al joven para que escriba en su ordenador portátil los evangelios de esa nueva religión hecha de flujos, de cifras que mutan en las pantallas. Mientras recorren una ciudad en descomposición deslumbrada por las luces de Eurovegas, Gowan dicta el credo de un capitalismo que ya no está hecho de dinero, sino de amor. Del amor que se inyecta directamente en los productos y que deja un vacío irreparable cuando no se consume. Un vacío que engorda, que hace envejecer, que produce infelicidad.
Mientras, los habitantes de esa ciudad se sientan delante del televisor y sintonizan un mismo canal, el número trece. Un canal propiedad de Gowan y que únicamente emite interferencias, un ruido blanco tranquilizador y amniótico como la luz brillante que se desprende de las pantallas. El propio escritor, Javier Moreno, sintoniza el canal y asiste hipnotizado al zumbido incesante que emite el televisor. Como si fuese un personaje más pero a la vez sin abandonar su posición de escritor, Moreno se introduce en la trama de su propio libro, logrando romper las barreras entre el lector, el escritor y la historia que se nos cuenta. Más que a una novela, tenemos la sensación de asistir a la crónica de un futuro distópico que resulta aterrador, no tanto porque en él el sistema haya aumentado su grado de violencia, sino porque todo ha permanecido igual, porque el sistema ha resistido todos los asaltos y ha sobrevivido al derrumbamiento de todos sus símbolos. Sin embargo, a pesar del aire desesperanzador que impregna la novela, el autor deja una puerta abierta, una posibilidad de que los marginados y los inadaptados hagan justicia. Y esa posibilidad es uno de los mayores aciertos de 2020, uno de los aspectos que la hacen tremendamente recomendable, aunque no el único. Con un lenguaje que roza lo poético en muchos momentos, Javier Moreno ha escrito una novela oscura y brillante, lúcida y tenebrosa. Un manifiesto de la nueva era después de Lehman Brothers.
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