Libros
Lecturas infantiles subversivas

La literatura infantil a menudo sirve para canalizar las buenas intenciones de los adultos sin
cumplir el deseo de niños y niñas de oír y paladear historias. Pero algunos libros como ‘Madre
chillona’ o ‘Fernando Furioso’ muestran un enfoque distinto de las historias para los locos bajitos

23/12/09 · 0:57

Literatura infantil y pedagogía
son dos términos que han estado
unidos desde la creación de
una literatura específica para los
niños. El comienzo de este género
suele situarse con la publicación
de Perrault de Historias y
cuentos de tiempos pasados con
moraleja (1697). Se pretende
con ella crear una literatura que
no sólo entretenga a los niños si
no que además los eduque en
ciertos valores morales.

La situación no ha cambiado
demasiado. En nuestro país, el
mayor cliente de la literatura infantil
sigue siendo la escuela.
Esto no hace sino acrecentar la
demanda de unos libros que sirvan
a los maestros para poder
cumplir con esa parte de la programación
a la que suele llamarse
‘educación en valores’. Estos
textos tienen en muchos casos
una dudosa calidad literaria ya
que no parten de una genuina
vocación de contar una historia
sino que su preocupación principal
es transmitir un mensaje.

Hay un gran número de padres
y profesores empeñados
en proveer a los niños de textos
que puedan dejarles una enseñanza
moral, de forma más o
menos explícita, con el convencimiento
de que esto cambiará
sus actitudes antisociales. La
confianza que tienen en el poder
de la literatura no deja de
ser sorprenderte. Ojalá educáramos
sociedades enteras a base
de cuentos, pero la cosa no
es tan sencilla. Principalmente
porque este enfoque olvida la
multiplicidad de significados
que los textos tienen para cada
lector. Si estos adultos escucharan
verdaderamente lo que
piensan los niños de cada cuento,
descubrirían múltiples interpretaciones,
en muchos casos
contrarias a lo que se pretendía
enseñar. Aunque todo esto daría
para un debate extenso, lo
que parece claro es que tanta insistencia
en educar no hace sino
alejar a los lectores de la lectura.

Piensen si no en cuántos
de nosotros seguiríamos leyendo
si las novelas trataran de
convencernos constantemente
de ser mejores trabajadores, de
obedecer más a nuestro jefe y
ser siempre más solidarios.

Como decía una niña de siete
años en una ocasión hablando
sobre si la lectura de Pedro y el
lobo
les había hecho no mentir
más: “Si un lobo de verdad se
comiera a un niño, pues a lo mejor
no mentíamos más, pero un
lobo en un libro...”.

Por suerte, también hay libros
con una genuina vocación
de contar una historia.
Historias de esas que nos atrapan,
nos fascinan, nos emocionan...
y de las que quizás
aprendamos algo, pero de forma
casual e inesperada. Hay
un tipo de textos que va más
allá. En ellos nos encontramos
con escritores y editores que
no han olvidado su infancia y
son capaces de posicionarse en
el lugar del niño. Son textos
que podríamos denominar ‘subversivos’ y que tienen en
común que presentan una mirada
crítica frente al mundo y
cuestionan la sociedad en la
que vivimos. El mundo de la infancia
deja así de ser un lugar
idílico y muestra lados más oscuros
e inquietantes, donde todos
los conflictos no siempre
terminan felizmente resueltos.

Un ejemplo de esto es el pequeño
Fernando, cuya furia no se
detiene con las reprimendas familiares
y termina provocando
un terremoto universal.
Además los personajes infantiles
se muestran rebeldes,
traviesos y no aceptan la autoridad
de los adultos. A veces
son incontrolables y otras tienen
una creatividad que arrastra
a los adultos a lugares insospechados.

Así la familia de
Esto no puede ser ve cómo la
fuerza y la habilidad de su hija
pequeña los hace subir a un
barco construido por ella para
emprender una vida nueva. Los
adultos, por su parte, aparecen
impotentes e imperfectos y revelan
la hipocresía que caracteriza
muchos comportamientos
sociales. El libro de las mentiras
ilustradas cuenta las formas
en las que engañamos a
los niños mientras a su vez les
decimos que no deben mentir.

El punto de vista infantil sirve
al autor para tener una mirada
crítica con los adultos que rodean
a los niños: padres, profesores...
y dejan al descubierto
el conflicto de poder que existe
en el mundo de los adultos.

Aun así, los textos no siempre
se caracterizan por tener
un tono de denuncia. Por el
contrario, las críticas se esconden
detrás de la ironía, el humor,
el absurdo. Incluso, la estructura
cambia para sorprender
nuestras expectativas como
lectores tanto en las vueltas
que da la narración como en
los finales, que no siempre resuelven
los conflictos. Una pregunta
abierta al lector, una madre
que dice ‘perdón’ o un sonoro
pedo son algunas de las
formas en que pueden terminar
estos libros.

Esta ruptura de las expectativas
en la mayoría de los casos
fascina a los lectores. Los niños
saben reconocer lo lúdico y lo
transgresor del texto y reclaman
su lectura una y otra vez.

Si la preocupación de los
adultos mediadores (padres,
maestros, escritores, editores...)
se centrara en que a los
niños les guste leer, deberían
escuchar con atención lo que
ellos tienen para decir. Así confiarían
más en la capacidad de
los lectores para interpretar
textos y entender sus múltiples
significados. Si pudieran no
perder de vista que los efectos
de la literatura, tanto los peligrosos
como los más loables,
son siempre tan imprevisibles
como relativos, quizá podrían
centrarse más en lo que es irrenunciable:
el placer que siempre
debe producir la lectura.

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