FESTIVALES // Festival Internacional de Cine de Gijón
La Rusia negra de Aleksei Balabanov

El último Festival Internacional de Cine de Gijón rindió homenaje a uno de los directores más exitosos y aclamados de la nueva cinematografía rusa, pero cuya obra permanece totalmente inédita en España.

19/12/09 · 0:00
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Foto: Isabel Permuy

La retrospectiva dedicada al cineasta Aleksei Balabanov ha sido sin lugar a dudas uno
de los grandes aciertos de la 47 edición del Festival de Cine de Gijón. Este artista ruso, de opiniones políticas no precisamente situadas a la izquierda, es uno de los realizadores más exitosos y también polémicos de la nueva Rusia post soviética.

Su obra, situada a medio camino entre el cine comercial y el cine de autor, ha sido objeto de grandes controversias en su país natal, principalmente por la fuerte carga de violencia de la mayoría de sus filmes. Una dureza que no le ha impedido convertirse en uno de los realizadores más populares del cine ruso, cada vez más reconocido fuera de sus fronteras gracias al éxito de algunas de sus películas en festivales internacionales.

Su estilo, que ha sido comparado con el de cineastas norteamericanos como Quentin
Tarantino, los hermanos Cohen o David Lynch, le aleja bastante de la imagen de cineasta ruso denso e hiper intelectual, al estilo de un Andrei Tarkovski o Aleksandr
Sokurov.

Primeros pasos

Nacido en 1959 en Yekaterinburg, ciudad situada en los Montes Urales, Aleksei Balabanov estudió idiomas y trabajó como traductor del Ejército Rojo en África y Oriente Medio. Fue en los ‘80, antes de que su vida diese un giro radical para dedicarse al cine. Tras algunos trabajos como asistente de dirección y un par de documentales, debuta como director en 1991, en pleno derrumbe de la URSS, con Días felices, obra inspirada en el teatro del irlandés Samuel Beckett. A esta ópera prima le sigue El castillo, adaptación del libro de Franz Kafka. Dos títulos ambiciosos que obtienen cierta difusión
fuera de Rusia a través de su estreno en Cannes, Montreal y Rotterdam.

Sin embargo, será en 1997 con Hermano cuando Balabanov adquiera una mayor repercusión popular. Esta historia de clanes mafiosos rusos ambientada en el San Petersburgo post comunista va a convertirse en un súper éxito de taquilla en Rusia. El público ruso se deja atrapar por una historia cargada de acción y violencia que ya no
sucede en los lejanos escenarios de las ciudades norteamericanas, sino que tiene lugar en un ambiente reconocible, con gángsters que hablan su propia lengua. Los grandes cambios producidos en los ‘90, con la globalización, el derrumbe del socialismo y la introducción de un liberalismo salvaje en el antiguo imperio soviético, permiten sentar
las bases sociales para la aparición de un género negro local, una vía rusa al film noir. La convulsa transición a la civilización capitalista permite la emergencia en Rusia de nuevos ricos y mafiosos dedicados a todo tipo de negocios turbios.

Es sabido que estos matones adoran Hermano y su muy mediocre continuación, Hermano 2, en la que el protagonista, un violento semental eslavo, veterano de la guerra de Chechenia y adiestrado en el manejo de todo tipo de armas, viaja a Chicago
para ajustar cuentas con un gangster norteamericano. Más allá de algunos inspirados gags –Balabanov parece ser un tipo con bastante sentido del humor– la cinta es un producto de acción totalmente homologable con el cine norteamericano más mediocre,
aunque rodada con bastantes menos medios.

Autoría o comercialidad

Al éxito de Hermano y Hermano 2 le seguirían nuevas apuestas por un cine de acción orientado al gran público, como son la comedia negra Dead Man’s Bluff y Guerra, ambientada en el conflicto chechenio, y donde Balabanov deja clara su escasa simpatía
por el bando checheno. Tal y como comenta a propósito de esta película el crítico Jesús
Palacios, autor de la monografía sobre el director editada por el festival gijonés, “los guerrilleros chechenios aparecen como un primitivo enemigo racial, de costumbres
crueles, sin contemplaciones con sus oponentes, marcados por el fanatismo religioso
y con un sistema social basado en la extorsión, el pillaje y un feudalismo de corte bárbaro”.

Afortunadamente Balabanov, más allá de sus grandes éxitos comerciales, sigue siendo un tipo con inquietudes artísticas, que entre taquillazo y taquillazo rueda películas como De hombres y monstruos, toda una rareza que imita las formas del cine mudo para narrar la historia de unos sádicos pornógrafos en la Rusia de principios del siglo XX. Historia de cine dentro del cine, y auténtico catálogo de perversiones y bajos instintos
humanos, contada, por cierto, con grandes dosis de humor negro, es, tal y como confiesa el director, su película favorita y más lograda.

Una película tan estimable como marciana, pero en todo caso no tan interesante como
Cargo 200, fascinante y repulsiva a partes iguales. El secuestro y violación de la hija
de un alto cargo del Partido Comunista soviético por un policía corrupto y psicópata
permite a Balabanov rodar una hipnótica película sobre la decadencia y podredumbre de la URSS en vísperas de la Perestroika. La acción se desarrolla en 1984, en plena guerra de Afganistán, el llamado Vietnam soviético, y el propio título de la película hace referencia al nombre en clave que recibían los cargamentos de soldados muertos que llegaban constantemente desde los escenarios bélicos afganos a la URSS. La película se abre con un maravilloso diálogo entre un profesor universitario de “ateismo científico” y un aldeano de un pueblo remoto del territorio soviético. El profesor, un cínico intelectual y un mediocre ser humano, trata de explicar al campesino la no existencia de Dios acudiendo a las teorías marxistas, pero se topa con la inquebrantable fe de éste en una utopía teológica y milenarista. Una convicción mucho más sólida que la que cualquier otro personaje de la película pueda sostener con los ideales de la Revolución de Octubre, ya totalmente caducos, según nos da a entender Balabanov, en aquellos años de Konstantín Chernenko. Según Balabanov, el objetivo de la película era combatir cualquier nostalgia del comunismo, y mostrar “la suciedad en la que vivíamos”. El resultado es efectivamente una pieza de un realismo sucísimo, condenada por los poderes públicos rusos a la semi clandestinidad, a pesar de su enorme maestría cinematográfica y su extraño encanto poético.


DROGAS DURAS

Recuperado por el momento para el
cine de autor, la última película de
Balabanov es Morfina,
la historia de la autodestrucción de
un médico rural adicto a la morfina
en los convulsos años de la revolución
rusa. La dureza de la trama aparece
únicamente compensada (esta
vez el humor brilla por su ausencia)
por lo cuidado del vestuario, la fotografía
y la dirección artística. Como
ya dejaba claro en Cargo 200, el
autor no alberga ningún tipo de simpatía
por el pasado comunista, aunque
aquí la revolución de 1917 sea
sólo el telón de fondo para una historia
de demonios personales.

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