CARNAVAL
La revolución será festiva

Desde el situacionismo al Black Bloc, los Tute Bianche o Reclaim the Streets, los agentes de la
subversión han visto en el carnaval la potencia de un modo de pedir paso que combina la fiesta
con la respuesta a un orden establecido con pinta de doña Cuaresma.

02/03/11 · 11:40
Edición impresa
JPG - 148.7 KB

El 16 de mayo de 1998, coincidiendo
con la cumbre del G-8 en
Birmingham, se convocaba en
diversas ciudades del mundo, a
través de internet, la Primera
Fiesta Global Callejera. En
Sidney, Ginebra, Praga, Valencia
o Berlín decenas, cientos o
miles de personas salían de sus
casas para reivindicar la recuperación
ciudadana de un espacio
público cada vez menos público,
ante el desconcierto de autoridades
y transeúntes. En Toronto
(Canadá), cuenta Naomi Klein,
una llamada a la radio de la
Policía intentaba aclarar, con
dudoso éxito, la situación a las
fuerzas de seguridad: “Esto no
es una protesta.

Repito. No es
una protesta. Es una especie de
manifestación artística. Fin”. Se
bloquearon carreteras, se expropiaron
plazas, se improvisaron
conciertos. Y aunque también
se rompieron escaparates y se
quemaron automóviles, la mayoría
de acciones se centraron
en la creatividad, la alegría y el
absurdo como formas de resistencia.
Nacía el carnaval contra
el capitalismo.

No sorprende que este movimiento
se consolidase precisamente
en Inglaterra. En 1993,
en Londres, grupos ecologistas
se unían a asociaciones vecinales
y a otros colectivos en un intento
de detener la construcción
de una autopista que enterraría
uno de los pulmones más
importantes de la ciudad, derribaría
calles enteras y obligaría
a cientos de personas a abandonar
sus viviendas. Vecinos y
activistas ocuparon los edificios
que ya habían sido desalojados,
construyeron casas en los árboles,
usaron el asfalto y los coches
como lienzos, se apoderaron
de las excavadoras y, en definitiva,
convirtieron Claremont
Road en escultura social y en
barricada. A pesar de todo, a finales
del ‘94 la autopista acabaría
arrasando la zona. Pero la
chispa había prendido.

Partiendo de las ideas expuestas
por Hakim Bey en Zona temporalmente
autónoma, el grupo
Reclaim the Streets (RTS) recogió
el testigo de Claremont Road
e inició una serie de manifestaciones
espontáneas de difícil clasificación,
a medio camino entre
la fiesta y la protesta. Un carnaval
ambulante cuya fuerza radicaba
precisamente en no querer
definirse ni ser definido.

En palabras
de Bey, que como buen
posmoderno sólo cree en lo efímero:
“La revuelta libera un área
y se disuelve para reconstruirse
en otro lugar o tiempo antes de
ser aplastada”. Pero mientras la
revuelta es, la historia se detiene.
O dicho de otra manera, como
pensaba Guy Debord: únicamente
cuando la revuelta es, la
historia avanza. Quinientas personas
acudieron a la primera llamada
de RTS, en mayo de 1995.
Apenas dos años más tarde

20.000 personas tomaban por
unas horas Trafalgar Square.
Muchos autores han comparado
estas actuaciones con las
revoluciones del ‘68. Cuando
menos, en la teoría y en la práctica
las influencias situacionistas
son fundamentales. Raoul
Vaneigem, el otro gran referente
del mayo francés, ve en el carnaval
un momento de ausencia
de dogmas, de inversión de signos
y jerarquías, de “creación de
situaciones” durante el cual lo
económico se reintegra en lo social
y se funden arte y vida, lo
público y lo privado. Para que el
espectáculo se derrumbe, la revolución
debe llevarse a cabo todos
los días. El carnaval debe durar
toda la vida.

Durante las últimas dos décadas
el movimiento antiglobalización
ha sido el principal espacio
de recuperación de las propuestas
de la Internacional Situacionista,
así como de otros grupos
afines como los yippies o los
indios metropolitanos. Como señala
David Graeber, desde el
Black Block a los Tute Bianche;
de la Direct Action Network al
propio RTS, diversos colectivos
han desarrollado un nuevo lenguaje
de desobediencia civil que
no responde ni a la resistencia
armada ni a la no violencia tradicional,
y que al mismo tiempo
se mantiene en equilibrio entre
lo temporal y lo permanente.

Inspirados, además de por la
contracultura de los ‘60 y ‘70,
por el alzamiento y los planteamientos
del EZLN, estos y otros
grupos persiguen cumbre tras
cumbre a los dirigentes mundiales
y a través del carnaval reflejan
una imagen ridícula, pero
verdadera de los gobernantes,
las multinacionales y sus perros.
Si el poder banaliza lo político,
el carnaval responde mostrando
el verdadero rostro de quien
nunca se quita el disfraz.

Carnaval como juego y como
resistencia; como utopía y como
recuperación de lo real. Carnaval
como revolución. Si cambiar
la vida, cambiar el mundo, es la
consigna de nuestras luchas, la
subversión a través de la risa y
de la imaginación es sin duda
una poderosa herramienta de
transformación. Deberíamos decir
con Vaneigem que las revoluciones
proletarias serán festivales
o no serán. Deberíamos
aullar con Emma Goldman que
si no se puede bailar, no es una
revolución.

Carnaval o barbarie. Venceremos

Artículos relacionados:

- [Carnaval: esa violenta y radical oposición entre pueblo y Estado->13893]
- [40 días de fiesta, 40 días de febrero->13891]
- [La vida es un carnaval ¿o era una tómbola?->13779]

Tags relacionados: Manifestaciones Música
+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

1

  • |
    anónima
    |
    03/03/2011 - 11:13am
    El artículo no aparece firmado... Luego mis amig@s no se creen que me publican en Diagonal... XD! Salud!!
  • separador

    Tienda El Salto