La música y la ciencia ficción se han acoplado en numerosas ocasiones. Repasamos las experiencias y los miedos a los que el progreso ha conseguido poner banda sonora.
Desde el futurismo de Marinetti,
y a partir de la teoría y práctica
del ruido como música propuesta
por Luigi Russolo, la música y
la ciencia ficción han disfrutado
de una estrecha relación. Ésta
ha estado vinculada a los cambios
provocados por la industrialización,
algo que se puede comprobar
en cómo la música, sobre
todo la popular, ha absorbido de
manera voraz cualquier avance
tecnológico que permitiera explorar
nuevas formas musicales.
En relación con esto, Kodwo
Eshun, en su tristemente descatalogado
libro More Brilliant
than the Sun, dice que “la música
es la forma de arte que más a
fondo se ha recombinado y reconfigurado
mediante la tecnología”.
El progreso tecnológico
ha permitido que los músicos
proyecten los miedos y aspiraciones
contemporáneos, empleando
para ello sonidos de estudio,
sonidos artificiales que nos
han obligado a ampliar y reconfigurar
nuestra definición de
música, provocando en el oyente
una sensación de shock futurista,
por citar el título del conocido
disco de Herbie Hancock.
Además, la ciencia ficción ha
servido de escenario para representar
problemas sociales e
identidades colectivas. Aquí nos
vamos a centrar en unos pocos
pero interesantes e imprescindibles
ejemplos de cómo la música
popular ha usado la ciencia
ficción como espejo de la sociedad.
Uno de los primeros, y quizá
uno de los más representativos,
tiene que ver con la aleación
de jazz y electrónica llevada a
cabo a finales de los ‘60 y comienzos
de los ‘70 por visionarios
como George Russell, Herbie
Hancock o Sun Ra. En las
portadas de sus discos abundan
los ovnis, los trajes espaciales o
los alienígenas, mientras que la
música se llena de sintetizadores
con arreglos y texturas que
todavía hoy sorprenden por su
audacia. La finalidad era representar
a los afroamericanos como
una raza alienígena, una poderosa
manera de reflejar su doloroso
pasado y su desencantado
presente en unos EE UU en
los que las promesas realizadas
en los ‘70 se difuminaban.
La alienación y el solipsismo
espacial fueron empleados también
en Gran Bretaña, más o menos
en la misma época, con bastante
éxito por los Pink Floyd de
Syd Barrett –las conexiones entre
ciencia ficción y psicodelia
también son abundantes, pero
es algo que escapa a las intenciones
de este artículo– y sobre
todo por David Bowie, quien cimentó
su popularidad con
Space Oddity, narración de un
astronauta que pierde contacto
con la Tierra, para después construirse
una personalidad alrededor
del concepto de estrella procedente
del espacio exterior en
su etapa como Ziggy Stardust.
En este caso, la alienación servía
como metáfora de la homosexualidad
y, de manera más general,
de la marginación social.
Mientras tanto, en Alemania,
grupos como Kraftwerk o Neu
llevaban a cabo su propia interpretación
del optimismo tecnológico,
haciendo que su música
provocase, mediante el incansable motorick, que es como se llama
al característico ritmo del
krautrock practicado por estos
grupos, la sensación de estar flotando
y viajando en el espacio
exterior hasta el infinito. A finales
de los ‘70, Kraftwerk articularían
una visión todavía más
compleja de las relaciones entre
humanos y máquinas a través de
discos con títulos tan reveladores
como The Man Machine o
Computer World.
Hay que recordar que Kraftwerk
publicó el grueso de su
obra clásica cuando los sintetizadores
y cajas de ritmos comenzaban
a abaratarse. Este era
también el momento en el que
se gestaba la explosión háztelotú-
mismo del punk, de modo
que no es extraño que, en el período
que hoy conocemos como
post punk, abunden los ejemplos
de música con escenarios
de ciencia ficción. Eso sí, el tono
es decididamente más huraño y
apocalíptico, como corresponde
a los albores del realismo capitalista
de la era de Thatcher y
Reagan. Tomemos como ejemplo
Warm Leatherette / TVOD
de The Normal, un single clásico
cuyas canciones podrían haber
sido escritas por David
Cronenberg o JG Ballard. Buena
prueba de ello es el disco de
John Foxx Metamatic que supo
proyectar las visiones de urbanismo
modernista que caracterizan
buena parte de la ciencia ficción
musical británica.
Volviendo a la música afroamericana,
el pop sintético europeo
tuvo su eco en Detroit, ciudad
postindustrial en la que un
grupo de productores como
Juan Atkins, Derrick May o
Kevin Saunderson proyectaron
una audaz visión de futuro que
tuvo un influencia determinante
en mucha de la música futurista
que se hizo más tarde. Así, en
Inglaterra, a principios de los
‘90, surgió el Jungle fruto de esta
y otras influencias. El Jungle
tuvo un marcado carácter oscuro
y metalizado, prueba de ello
serían singles con títulos tan reveladores
como Terminator de
Rufige Kru (más conocido como
Goldie). Quizá el momento más
significativo en esta etapa es el
representado por el Black Secret
Technology de A Guy Called
Gerald, una investigación de cómo
la tecnología musical puede
servir para reconectar a la diáspora
negra con sus raíces culturales
africanas. El rastro de esta
especie de cyberpunk que fue el
Jungle se puede rastrear todavía
hoy en el dubstep, no en vano el
primer LP de Kode9 se llama
Memories of the Future, el debut
de Burial está situado en un
Londres futuro semisumergido.
También la banda sonora de la
película Hijos de los hombres incluye
una buena representación
de dubstep.
“Y la voz siguió cantando guiándolo de
regreso a la oscuridad, pero era su propia oscuridad,
pulso y sangre, en la que siempre había dormido,
detrás de sus propios ojos. (...) Y entonces el
prolongado latido del sonido dub de Sión."
William Gibson (1984) Neuromante
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